Entre esos tipos y yo

Por Pablo Callejón

No solo dejaron de observar hacia el costado, por la ventana abierta, buscando el rostro de los otros y la mirada que los interpela. Decidieron refugiarse en las pantallas digitales, el espejo con brillo opaco y el diario de la mañana. Y la construcción de la realidad, como advirtió Víctor Jara, fue un árbol frondoso que nos impidió ver las estrellas. El reflejo ya no fue real sino aspiracional. Dejaron de ser la persona que se referenciaba en el barrio y el país que lo sintetizaba en sus virtudes y miserias, para imaginarse mejor a través del destino fallido de los otros. No de los que conviven en su misma calle, con sus mismos dolores. Se pensaron en la lista de espera de los meritócratas, en el plato que sostiene la copa donde podría caer la gota del derrame prometido. Así se creyeron impunes a la derrota social que les movía la mesa. Y cuando todo salió mal, el espejo los mostró con las manos de la piel agrietada, el pelo menos rubio, el rostro más cansado y el fondo de la casa que realmente habitan. Y al mover las ramas del árbol, allí estaban finalmente las estrellas.

El discurso dominante y la falsa historia de la objetividad se vendieron a paquete cerrado en la sacralidad de un mensaje construido en un envase comercial. La decisión de los grupos hegemónicos de negar el Golpe de Estado en Bolivia y apurarse en calificar al gobierno de Facto como “interino” expresó mucho más que una lectura ideológica. No se trata de acomodarse de un lado de la verdad, como si pudieran existir muchas verdades, ó al menos otras. El poder mediático aspira a alcanzar una verdad hegemónica y en ese objetivo negacionista del Golpe, adecuaron el título de tapa al espacio de poder que eligieron defender las estructuras comunicacionales en Latinoamérica.
En las charlas de café y el cruce de parroquianos en las esquinas, pero sobre todo a través de las redes sociales, los mensajes de segregación se reprodujeron a modo de chiste ó advertencia. “Si Evo Morales era tan bueno para que se vinieron para acá”, “por qué no se van a protestar allá y dejan de joder en Río Cuarto”, “matan el hambre por acá y salen a joder con la banderita”. El gen de la xenofobia nunca quita las ramas del árbol, ni siquiera se lo propone.

En Argentina, según datos del Indec del 2010, hay más de un millón 800 mil ciudadanos nacidos en el extranjero. Del total, casi un millón 400 mil son americanos y más de un millón 200 mil habitantes llegaron desde países limítrofes. La política migratoria ha ido a veces a contramano del espejo cultural dominante. El Acuerdo sobre Residencia del MERCOSUR vigente para Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Paraguay, Perú y Uruguay, flexibilizó las condiciones migratorias dentro de la región, para promover el tránsito libre con fines turísticos, comerciales, de trabajo, estudio y residencia permanente. El objetivo fue la igualdad en los derechos civiles y un trato igualitario, con el trabajo como principal razón para la movilidad humana en región. La migración y el exilio son siempre, ó casi siempre, consecuencia de la pérdida de expectativas de vida.

Según el informe del Observatorio de la Defensoría del Pueblo de Río Cuarto, el ranking de radicaciones otorgadas en el 2018 en la Argentina es liderado por 61342 paraguayos. Luego, aparecen los pedidos de ciudadanos bolivianos con 48.165 caso y en tercer lugar, se ubican los venezolanos con el arribo de 31.167 personas.
Para radicarse en el país necesitaron de la constancia de domicilio, la actualización de antecedentes penales, tanto en la Argentina como en el país de origen, un documento válido y haber ingresado por un paso habilitado.
En Río Cuarto, la Defensoría logró que un niño venezolano que se encontraba en la frontera con su familia pudiera ingresar en carácter de refugiado. La falta de documentación cuando solo viajan con lo puesto es una traba habitual. El 60 por ciento de las intervenciones del Ombudsman están relacionadas con residentes bolivianos y un 20 por ciento, con venezolanos.

La construcción mediática habla de un “levantamiento indígena” y “violento cruce en Cochabamba” para evitar describir la violenta represión del Gobierno de Facto que terminó con cinco muertos entre los manifestantes. En Chile, en Perú ó en Ecuador, “los violentos” generan “desmanes” y cuando “actúan” las fuerzas de seguridad son siempre “enfrentamientos”, aunque el poder de fuego solo aparezca en manos del Estado. Los mapuches son “células terroristas” y en el accionar de gendarmes ó policías que disparan por la espalda, hay una primaria estigmatización del muerto antes de brindar “un sentido homenaje” al uniformado que activó el arma homicida. La creación de sentido es casi hegemónica en la perfecta combinación de discursos oficiales, fallos clasistas de la Justicia, una economía sustentada en las desigualdades y el título de tapa que advierte y refuerza los estereotipos sociales. Ante la evidencia de la realidad, a veces no solo se trata de contar, sino fundamentalmente, de ocultar.

En 1869 el 12,1 por ciento de la población argentina era inmigrante. El pico estadístico se advirtió, según datos del INDEC y el INADI, en 1914, cuando un tercio de los habitantes no habían nacido en el país. En la actualidad, solo el 4,5 por ciento de la población es extranjera. La inmigración a principios del siglo XX llegaba desde la Europa desangrada por las consecuencias devastadoras de la guerra y en la segunda mitad del siglo pasado, comenzó a crecer el arribo de latinoamericanos. En el año 1981, la denominada “Ley Videla” dispuso a los inmigrantes como una amenaza al bienestar de los argentinos. Aquellas normas que legitimaron la exclusión a través del Estado bajo un Gobierno de Facto resisten en las reacciones que muchos, difícil saber cuántos, se niegan a erradicar.

El Observatorio de la Discriminación en Radio y Televisión, integrado por el INADI, la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (AFSCA) y el Consejo Nacional de las Mujeres (CNM), advirtió que entre junio de 2010 y mayo de 2011, un 13,1 por ciento de reclamos y consultas recibidas por discriminación, afectaban a personas migrantes. Según este informe, en general los medios asociaron a extranjeros con actos de delincuencia y vandalismo. “Hubo una tendencia a inferiorizar y discriminar a los y las migrantes, mientras se ridiculizaba a personas de otras regiones y comunidades del mundo”.

“Les caen bien si te levantan una pared de la casa, pero desconfían si bajan de una 4 x 4 ó los ven abrir un super donde son los dueños del negocio”, nos advirtió el responsable de un comedor comunitario ubicado a metros del colegio al que concurren una mayoría de niños con nacionalidad boliviana.
Y en las pantallas de TV las mujeres del alto encabezan la marcha hacia el Palacio del Quemado donde se levantan la biblia y las armas militares que refuerzan el poder de una presidenta de facto con nombre aristocrático. Detrás de la fachada oficial, un empresario de los combustibles al que apodan “El Macho”, se resguarda en patovicas con acento norteamericano. No obtuvo un solo voto en las últimas elecciones pero los medios que negaron el Golpe se apuraron en calificarlo como el líder opositor. Y cuando no alcanzan los argumentos para defender lo indefendible, solo basta con cambiar de tema y contar las nuevas tendencias para un turismo gasolero en el finde largo.

Tienen doble vida los sicarios del mal, aunque algunos se esfuercen en verlos como cachorros de buenas personas. Tenía razón el Nano Serrat. Entre esos tipos y yo, hay algo personal.