
Periodistas
Hay periodistas que iluminan las redacciones y los estudios. Los hay militantes. Y los hay nostálgicos de una época que no volverá, la de la trasnochada recorrida por bares cuando el diario salía de la rotativa.
Hay periodistas que escriben o hablan de perspectiva de género, de temas judiciales, de cultura y espectáculos, de turismo, de gastronomía, de sociales, de ciencia y tecnología, de deportes, del campo, del horóscopo y del tiempo. Todos ellos, aún sin quererlo, escriben o hablan sobre política.
Hay periodistas que te venden cualquier fruta. Y otros que cuidan su quintita.
Hay periodistas apasionados de la profesión. Y hay otros enamorados de los quioscos.
Y están los corresponsales de la región, que cuando el pueblo chico se transforma en infierno grande pasan a ser corresponsales de guerra.
Hay humoristas que hacen periodismo en viñetas. Y hay periodistas que se los comió el personaje.
Hay relatores que sacan conejos de la galera en cada jugada.
Trabajé con un montón de mujeres viscerales y comprometidas. A una de ellas la contrataron para que opine sobre modas y recetas de cocina, y terminó publicando la primera lista de desaparecidos que salió en los diarios después de la dictadura.
En la profesión conviven colegas que tienen más operaciones un cirujano veterano, con fotoperiodistas entrañables, con los correctores obsesivos, los técnicos de sonido, los caricaturistas grosos, los camarógrafos, los editores, los locutores, los dibujantes que te clavan una editorial con cuatro líneas, los ilustradores y diagramadores, los infografistas, los que hacen periodismo en las redes, la gente de expedición y rotativas y los administrativos que te hacen sufrir por un vale. Y sí, los periodistas también pedimos vales, porque rara vez llegamos a fin de mes.
Y también te encontrás con gente a la que le encanta juntarse en las fiestas del 7 de junio. Anotame entre estos últimos.
Hay periodistas que van al hueso. Otros escriben desde las tripas. Y también están los que te venden carne podrida.
En esta profesión está Dante Panzeri y está Fantino. Y como en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches, conviven Neustadt con Sandra Russo, Enrique Vázquez con Majul, Ardizzone con Morales Solá, y Alejandra Elstein con Mario Pereyra.
Hay periodistas a los que les encanta la acción de la calle, donde pasa todo. Y otros que prefieren desplegar su talento en el calefaccionado espacio de la redacción, lo más cerquita posible de la cafetera.
Hay periodistas que por su labor reciben sobres por debajo de la mesa. Y otros que por su compromiso reciben telegramas de despido.
Hay periodistas que además ejercen la amistad. Y les encanta juntarse en un asado, donde siguen hablando de periodismo hasta que por suerte llega la hora del truco.
No hay nada que hacer, algo de magia debe tener esta profesión, para que cada año cientos de pibes y pibas, a pesar de la pobre oferta laboral, se agolpen en la Uni para seguir la carrera de comunicación.
Y hay un periodista que un día me dijo: “El día que sientas el olor a tinta de la rotativa cuando el diario sale, no te vas a querer ir más de ese lugar. Y me llevó a Puntal, donde laburé cuarenta años. En ese periodista, que después de 60 años ejerciendo siente la profesión como el primer día, saludo a los colegas en su día.
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