Carta abierta

Esta es una Carta abierta, y al mismo tiempo, un acto de íntima convicción. El acto personal que surge de hablar con uno mismo, hasta no darse cuenta que, en realidad, estoy hablando en voz alta. Lo que intento plantear son las razones por las que nunca votaría a Milei, ni a ningún Milei que ande por allí. No se trata de quien está al frente. Cuando de revelan abismos, la elección siempre es muy clara. Massa no me representa, no lo elegiría en el pan y queso, no es una bandera que militaría. Pero, aquí no podemos elegir, apenas se nos permite optar. Si hubiera sido entre Bullrich y Milei, la votaría a Bullrich y apenas asumiera me pondría en el lugar en el que estuve siempre, ese sitio que nunca me acercaría a Bullrich, salvo en un
duelo con Milei.
Nunca elijo a quienes prometen eliminar al otro, destruirlo, ponerle una tapa en el cajón o califican a sus adversarios como hijos de puta. ¿Podríamos imaginarnos en la vida, en nuestras propias vidas, queriendo hacer desaparecer al otro? Una de las características del fascismo es la negación de la persona odiada. Ese odio lleva a deshumanizar al otro. Y son discursos sin matices: las fuerzas del cielo o la casta miserable, los leones o los corderos, nosotros o ellos. Y la verdad, son los matices los que me acercan a la gente que quiero, mis amigos, los colegas, los que admiro y los que me decepcionan. Son mis virtudes y, sobre todo, mis miserias las que ofrezco como carta de presentación. No se trata solo de la furia y los puños apretados como un acto emocional de nuestros enojos, sino lo que somos después de eso. Como les dije, es una carta íntima, de tono personal. Recuerdo que de pibe nunca pude pelear a las piñas, aunque recibí algunas. Me mortificaba ver a mis amigos dolidos por haberle pegado a alguien y sentir culpa por eso. No era el pibe llorando con un ojo morado el que nos partía el alma, sino el rostro triste del que le acertó un bollo. Ese sentimiento de culpa es el que nos impide imaginar que revoleando una motosierra le podes cambiar la vida a un una familia con hambre. En ese acto no hay culpa por el daño que se puede provocar. Esa es la vida que no entiende de matices.
No se trata solo de alguien o una fuerza política que invita a filosofar sobre la venta de órganos o la privatización del mar. Es algo más complejo que un candidato comparando el amor homosexual con elefantes o personas con discapacidad. Es algo más difícil de abordar porque tiene que ver con nosotros mismos. Es decir, ¿con cuánto de eso que expresa Milei somos capaces de convivir y tolerar?
Si esto fuera un café con quienes están leyendo mi carta, podríamos preguntarnos, mirándonos a la cara, si creen posible que un pibe de Oncativo vaya con un voucher a pedir un banco a un colegio privado, o una mamá de Cola de Pato pida ser recibida con otro voucher en una clínica privada, como si presentara el carnet de OSDE. La única vez que pude observar algo parecido fue durante la pandemia, y fue gracias al Estado. Allí todos, no importaba el barrio, ni el auto en el que habíamos llegado, hicimos la misma fila para vacunarnos contra el Covid. ¿Puedo imaginar lo que hubiera pasado con un Estado escuálido a merced de los privados? ¿Qué lugar me hubieran otorgado en la farmacia? Y sobre todo, ¿quién le hubiera garantizado una vacuna a los que no tienen obra social?
Quizás muchos de los que eligieron hasta ahora a Milei no pretenden un país bajo la doctrina libertaria. Quizás, tampoco saben bien de qué se trata. No me voy a poner en un lugar presuntuoso que detesto. Tampoco resultaría tan fácil explicar al peronismo o al radicalismo sin tropezar en contradicciones simples. Por eso, vuelvo a la reflexión inicial, no se trata de terminar con planes de empleo o romper con los monopolios de las empresas alimenticias, lo que propone Milei va más allá de un debate político. Hablamos de convertirnos en canallas que encienden la mecha para que todo estalle, sin pensar en los que no tendrán donde refugiarse cuando el conteo de la bomba llegue a cero.
Es, ya saben, una carta personal. Las preguntas que me hago, pueden ser también las que ustedes se hagan. ¿Alguien cree realmente que podemos ir al cajero y sacar dólares? ¿Ir a comprar la leche o la carne y pagar en dólares? ¿Pedir una changa o un laburito en el día y esperar unos dólares a cambio? En vano le pregunte a Ramiro Marra de donde saldrían esos dólares. ¿Y si no están, cuanto valdrían los pesos entonces? Pienso en la inflación que hoy tenemos y me angustia. Y entonces, ¿que devaluación podríamos soportar si dolarizan con lo que hay? ¿Qué libertad podrían defender los pocos pesos que tengo? ¿A cuanto cotiza la libertad de los pibes del Obrero o los laburantes del Carlos Mayer? ¿En cuánto les resolvería una motosierra el problema?
Ustedes ya lo saben, Massa no es de mi preferencia. Si apareció un Milei es porque antes gobernaron para el culo. Perdón el exabrupto, no me gustan. Pero, como dijo el negro Roberto Fontanarrosa, a veces necesitamos de esas palabras para darle sentido, y sobre todo énfasis, a lo que decimos.
No me gustan los políticos que proponen un futuro mejor. Al carajo con eso. Me importa el ahora. Es en el presente donde tengo que pagar el crédito de la casa, las zapatillas de mis hijas y la comida caliente de todos los días. No hay ejemplo más burdo de los malos gobernantes que el uso de la esperanza y el vaticinio de un segundo semestre. Los votamos para que nos mejoren ahora las cosas. Los únicos gobiernos buenos son los que al armar las maletas nos dejan una vida mejor.
La casa no está en orden, ni siquiera está en condiciones. Milei no propone arreglarla. Prefiere demolerla y hacer una distinta. Aún cuando esa fórmula fuera exitosa, no puedo dejar de preguntarme que harán los millones que no podrían ir a un hotel mientras se construye una nueva.
Perdonen ustedes, nunca podría votar a alguien como Milei. El es la casta. Fue asesor del genocida Bussi y jefe de economistas de Eurbekian, el dueño de los aeropuertos que les cedió el Estado en concesión. Pienso y busco quienes no integran esa casta. Allí aparecen las maestras de la escuela pública donde me eduque, los investigadores del Conicet que desarrollaron las vacunas, las cocineras de los comedores comunitarios que alimentan a los que no llegan a comer dos veces al día ni con un plan, los médicos que salvan vidas con los transplantes de órganos, los soldados que enfrentaron las órdenes de Thatcher en Malvinas y los que defienden el mar de los avances inescrupulosos de los que saquean los recursos naturales.
Ya se, tenemos 140 por ciento de inflación y 40 por ciento de familias en la pobreza. Y es verdad, más de la mitad de nuestros niños son pobres. Discutamos eso. Pensemos qué políticas generan más o menos pobres, a donde se fugan los dólares que nos obligan a pagar, quienes se quedan con la plata del azúcar que hoy vale mil pesos en la góndola. Aunque, pienso en lo que ya se ha dicho y nada nuevo hay en Milei para resolver estos dramas. ¿Qué podría salir bien de los nostálgicos del menemismo? ¿Si ya padecimos a Cavallo, ahora queremos un Milei?
Disculpen quienes llegaron hasta aquí. En lo personal, es un debate anterior a las políticas que me permitan pagar las cuentas. Va incluso mas allá de que nos arrebaten las indemnizaciones o le impidan jubilarse a quienes obligaron a trabajar en negro o cuidar a los hijos en la casa. Se trata de aceptar si vamos a ser los canallas que pegan sin importar el dolor en los otros, los que prefieren aniquilar en lugar de convencer o eliminar para no dejarlos ser parte. Es la dolorosa sensación de imaginar que en un país sin matices, las mayorías no tienen una puerta donde golpear.
Por Pablo Callejón