El crimen del Padre Coqui

Por Pablo Callejón

A las 20:55, Melania alcanzó la esquina de San Martín y 9 de Julio. Poco antes de golpear la puerta en la casa de su amiga escuchó los gritos desgarradores de auxilio que partían del salón parroquial. Ella se encontraba a unos 50 metros. El sonido del primer disparo la inmovilizó. Segundos después, se escucharon otras dos detonaciones. Había pasado apenas un minuto y un silencio tenso pareció ahogar el pedido desesperado por ayuda. Melania llamó al 101 y rápidamente se acercó un móvil policial con dos efectivos a bordo. Uno de los agentes intentó abrir el portón del salón pero estaba cerrado. Decidieron rodear el edificio y tratar de ingresar por la casa parroquial. El intento resultó infructuoso, también allí estaba con llave la puerta principal. La mujer observó a uno de los uniformados subir al techo y pudo advertir cuando le ordenó a alguien que se quedara quieto. Inmediatamente se oyó un disparo y el móvil salió con urgencia del lugar. Melania se había percatado sobre la corrida de un hombre que había salido por el portón del garaje pero todo estaba muy oscuro, como en penumbras. Pareció que huía por 9 de Julio hacia el norte y alguien lo perseguía en una moto. Macarena, otra vecina del sector conmocionada por el ruido de la balacera, intentó distinguir al que se dirigía hacia la Plazoleta aunque solo pudo ver una sombra. La única voz que pudieron reconocer era del Padre “Coqui”. Cada vez se acercaban más personas pero nadie podía explicar lo que había sucedido. Un policía retirado de apellido Montoya decidió resguardar la escena, sin poder precisar que se hubiera tratado de un crimen. Cuando lograron abrir el portón, el Principal ingresó junto a un paramédico. El cuerpo del párroco estaba detrás de la vieja camioneta Toyota blanca que usaba para trasladarse en el pueblo. Esta vez, los gritos se escuchaban fuera de la parroquia. Habían asesinado al cura.

Víctor Agüero y Enrique Tedesco debieron creer en el crimen perfecto aquel 27 de octubre del 2020. La conmoción en Vicuña Mackenna provocó un revuelo social y la amenaza de marchas en reclamo de Justicia frente a la Comisaría. Una ola de robos antes del homicidio de Jorge Vaudagna había irritado el humor de los vecinos que pedían por más seguridad. Un día después del asesinato, la Policía anunció las detenciones de Guillermo Arias y un adolescente de 14 años. El rumor popular y algunos confusos testimonios parecían ser suficientes para involucrarlos. El paso del tiempo confirmó que no había ningún elemento probatorio para que ambos estuvieran sospechados de un hecho brutal. El jovencito volvió a la localidad  y recuperó la actividad escolar, en medio de un clima de desconfianza y desconcierto. Arias fue liberado once meses después. La incertidumbre en la investigación necesitaba ahora de un golpe de suerte.

Agüero tiene unos 50 años y vive en San Luis, en la casa de su madre. Apasionado por el turf, asistía habitualmente al hipódromo Arenas de La Punta, donde solía cuidar de algunos caballos. Durante la semana trabajaba de carpintero y recibía un plan del gobierno puntano, por el que destinaba cuatro horas del día “a limpiar las calles, quitar la basura y mantener los espacios verdes”. “El Paisa” Tedesco nació en Justo Daract, aunque también estaba radicado en  San Luis capital. Según afirmó ante la Justicia, se dedicaba a “comprar y vender heladeras”. Cómo su cómplice, era fanático de turf y se especializó en amansar caballos para luego comercializarlos. El fiscal Daniel Miralles está convencido de la participación de ambos en el intento de robo y asesinato del padre Coqui. Aquella tarde primaveral, Tedesco y Agüero esperaron pacientemente que el sacerdote abriera el portón del salón y estacionara la pickup. Uno de ellos le apuntó con una pistola Bersa, calibre 22, mientras buscaban apoderarse de un botín que no pudo ser precisado. El cura se resistió al atraco y los asaltantes comenzaron a golpearlo en el rostro con la culata del revólver y sus puños. Tras inmovilizarlo, le ataron las manos con una tela blanca. Vaudagna lanzó gritos desesperados de ayuda y recibió como respuesta tres disparos. Dos balazos afectaron zonas vitales de su cuerpo cuando lograron atravesar el hombro y la zona del cuello. El deceso se produjo en forma inmediata, según determinó la autopsia.
Los homicidas arrastraron el cuerpo hacia el costado izquierdo de la camioneta, hasta situarlo en el frente del vehículo, “para que no pudiera ser divisado desde el exterior”. Ambos acordaron huir por separado. Uno de ellos abandonó el salón por el portal de ingreso y el otro, subió al techo para despojarse del arma homicida. La investigación pudo determinar que 20 minutos después del crimen, un sospechoso alcanzó el predio del ferrocarril y cayó sobre una zanja repleta de agua. Cuando logró salir, “se dirigió hacia el campo de Ruiz”. El otro delincuente, que había escapado a través de los techos, cruzó hasta llegar al sector de los tambos. Ninguno logró ser identificado ni pudo ser detenido aquella noche.

Las cámaras de seguridad en viviendas de vecinos constataron a unos 60 metros de San Martín y 9 de Julio, la presencia de dos personas que caminaban en forma sospechosa. Estaban con ropas oscuras y los registros fílmicos no permitieron identificar sus rostros. Al observar el paso por el sector de la camioneta al mando del padre Coqui, ambos empezaron a caminar apresurados en el mismo sentido. A las 20,58, la misma cámara observó a un móvil policial y el arribo a toda velocidad de una ambulancia.
En el lugar del crimen habían quedado algunas evidencias. Sobre todo, un tapabocas que había sido elaborado por una empresa puntana. En el elemento secuestrado hallaron rastros genéticos de Tedesco. Para el fiscal, “se encuentran reunidos con el grado de probabilidad requerido, tanto la existencia del hecho como también la autoría del mismo por parte de los imputados”. Miralles precisó que la pistola incautada en el techo del salón parroquial había sido denunciada como robada por un vecino de San Luis, el lugar donde residían los dos acusados. Los sospechosos ya tenían investigaciones abiertas por supuestos hechos delictivos con armas de fuego y ambos se conocían, según reveló la comunicación telefónica detectada días antes del homicidio entre Agüero y la pareja de Tedesco.
El juicio a los dos presuntos homicidas se desarrollará en la Cámara Primera del Crimen, que tendrá un Tribunal compuesto por los jueces Nicolas Rins, Juan José Labat y Gustavo Echenique. En caso de ser condenados, Agüero y Tedesco recibirían la pena de reclusión perpetua.