Once tipos detrás de una pelota

Por Pablo Callejón

Si solo fueran 11 tipos detrás de una pelota, qué sentido tendría apretar la mano de tu hija antes del penal. Para qué coleccionar las figuritas del mundial que terminarán guardadas en una caja de madera en un lugar privilegiado de la biblioteca.


Si solo fueran nombres impresos en una camiseta, para qué anotarlos en un cuaderno Rivadavia, utilizando diferentes colores, según el lugar que ocupan en la cancha. ¿De qué lugares hablaríamos, entonces?
Si apenas corrieran detrás de la pelota, no importaría esa charla que duró tantas horas con los amigos del bar. Messi no sería la tapita de Schneider que gambetea las dos tapitas de Quilmes, mientras apunta un bollito de papel entre los dos postes de palitos salados.
Once tipos detrás de una pelota no te harían llorar abrazado a tu viejo. No te dejarían afónico con los dientes aprisionando el labio inferior, mientras apuntas con los puños al cielo, santificado por ese gol de once tipos detrás de una pelota.
Si tan solo fueran eso, para qué salir apresurado de tu casa, tratando de alcanzar esa fila de vehículos que expulsan torsos desnudos o envueltos en remeras con los colores de la bandera que vos levantas en alto, sin abandonar el volante.
Once tipos y una pelota.  El Diego gambeteando a media Inglaterra, el Goyco enmudeciendo a toda Italia o Di María entristeciendo la bossa nova de las playas de Río.  Y vos miras a tu compañera de vida con esa ilusión de los que sospechan que pueden ser testigos de un momento que no olvidarán nunca.
Si pensáramos que hay once tipos detrás de una pelota, Cien años de Soledad podrían ser simplemente 144 mil 523 palabras y el Guernica de Picasso, unas 300 mil pinceladas hasta cubrir casi 8 metros de tela. Son once tipos y podría ser, incluso, uno solo. Si lo pensamos de ese modo, no resultaría tan grave si cayera al lavarropas la remera de River con el autógrafo del Enzo.
Once tipos, 90 minutos, dos arcos y una pelota. Para qué se vacían entonces las calles, cierran los comercios y no hay vecinos baldeando la vereda. Para qué se detiene el chofer de colectivos en una esquina con el solo pretexto de mirar el televisor encendido por la ventana abierta. Para qué se visten todos y todas con esa camiseta con el 10 en la espalda, que se multiplica como un uniforme escolar de la pasión que los desvela.
Son once tipos, que corren desesperados detrás de una pelota. Para qué recordarlos en esas embestidas de Mario Kempes frente a los holandeses o el pique fulminante de Jorge Burruchaga para conquistar el Azteca en el mundial inolvidable.
Once tipos, nada más que eso. Pensalo bien. Para qué citarlos de memoria y cantarles que lloraste por las finales perdidas y esta vez, queres ser campeón mundial. Para qué decidís detener el auto frente al barrio donde los pibes corren como aquellos once detrás de una pelota, con esas camisetas agrietadas por el barro y el sol.
Once tipos en una cancha. Vos tenés otras alegrías, algunas preocupaciones y un par de tristezas. Están tus hijos, los viejos, tus amigos. Las crisis sociales, los embates del amor, las preocupaciones que te despertaran cuando todo pase.
Once tipos no podrían con todo. Para qué recordarlos en estampitas, videos o recortes de revistas. Para qué ofrendarles cada domingo y abandonar rutinas mejor planificadas que 90 minutos de un partido, en una copa del mundo. ¿De qué mundo hablamos?
Si  solo fueran once tipos millonarios, que tienen la vida ganada, por qué se desploman sobre la cancha tratando de recuperar el alma. Por qué tienen los ojos enrojecidos por la tensión de la pelota que no ingresa en el arco o deciden abrir sus brazos hacia la tribuna, como si pudieran alcanzar el abrazo de esos miles que parecen exhaustos por solo verlos correr detrás de una pelota.
Once tipos, un himno, la copa del mundo. Para qué tanto pulso agitado, tanto puño muscular asfixiando el estómago. Son once tipos nada más. Por qué les rogamos un esfuerzo más. Para qué dejamos de dormir la noche anterior y soñamos verlos alcanzar esa maldita pelota. Para qué recordamos lo que hicimos ese día, con quien estuvimos, cuál fue el pulover que nos pusimos como cábala.
Tomate un tiempo para preguntarte. Por qué once tipos en una cancha pueden convocarnos en un mismo escenario pasional, disimulando las diferencias de todos los días. Convertidos en esa razón por la que podríamos sentirnos felices, o despertar al otro día sentados sobre una calabaza.
Si tan solo fueran eso, once tipos corriendo detrás de una pelota. No habría razón para pedirles este domingo a tus amigos que se sienten en el mismo lugar que el martes. No tendrías que tranquilizar a tus hijas al asegurar que ellos lo darán todo, ni pedirle al Dios, que siempre es argentino, que nos cumpla este último deseo. Esa rara sensación de ver a once tipos detrás de una pelota en una final del mundo y tener la certeza de que pueden resultar mucho más que eso.