Los sobrevivientes no callan

Por Pablo Callejón

“En ese momento nos ridiculizaron, se burlaron de nosotros y de lo que nos había pasado”. La historia por romper el cerco de impunidad comenzó hace 12 años. El 10 de junio del 2010, C. C. se presentó ante la Policía de Río Cuarto para denunciar lo que había ocurrido en la Iglesia Evangélica de Las Perdices. Fue un acto formal que solo sirvió para revictimizarlo. Un mes después, decidió recurrir a la fiscalía de Segundo Turno. Frente a los funcionarios recordó que en 1998, cuando solo tenía 11 años, el pastor lo llevó a la planta alta de la casa donde vivía y lo abusó sexualmente. Precisó que el religioso lo sometió en varias oportunidades, apelando a un mandato de Dios “que los hacía iguales”. Les dijo que pensó en suicidarse como única salida al martirio que le arrebató brutalmente la infancia. En el despacho tribunalicio admitió que pasaba largas horas de soledad, encerrado en una habitación. Sus padres tenían una cercana relación con el pastor que asumía un valor supremo en una sociedad sumisa a los mandatos del templo y no pudo hablar con ellos. Había tomado el valor de contarlo todo unas semanas antes de exponer ante los sumariantes. Ya era un hombre adulto y padre de familia. Aquel desahogo del cuerpo y el alma fue un abrazo de contención para su hijo. Él también había sido víctima de las agresiones sexuales. El crudo relato ante la Justicia debía ser el paso necesario para la persecución penal del acusado. Pero, no les creyeron. Debieron pasar otros 8 años para lograr revertir el escudo cómplice de la Iglesia, las fuerzas de seguridad y el poder que debía juzgarlo.

Víctor Paredez nació en El Dorado, una ciudad misionera gestada como una colonia de inmigrantes alemanes. Cuando llegó a Las Perdices, rápidamente alcanzó una aceptación social que multiplicó el número de fieles en las ceremonias. Su rol de pastor fue un agravante para los 12 casos de abusos sexual que lo llevó al juicio oral. El fiscal de Villa María, René Bossio, fue el primero en confiar en el relato de los sobrevivientes. La investigación logró sortear la estrategia de prescripción que ensayó la defensa y las pruebas fueron abrumadoras. Paredez les aseguraba a los niños abusados que “se habían entregado a Jesus” y les pedía que “no tuvieran miedo”, que “solo era una forma de acercarse a Dios”. Sin posibilidades de presumir algún sesgo de inocencia, el acusado reconoció los hechos y fue condenado a 16 años de cárcel en un juicio abreviado.

L.C. conoció sobre la denuncia de C.C. a través del propio Paredez. El pastor dio su versión de los hechos, con un tono burlón que buscó desestimar lo ocurrido. Nadie pareció dudar de su inocencia. Un tiempo después, el marido de L.C. le manifestó que las agresiones sexuales habían sucedido. Él también había sido abusado en la vivienda contigua al templo. El mundo se desmoronó para la mujer que hallaba en aquel lugar un resguardo espiritual del que estaba convencida. Un agente policial del pueblo les recomendó hablar “con el fiscal Bossio”. No solo necesitaban contar lo que había pasado, era fundamental que les creyeran. La lucha por hallar Justicia la dejaría sin trabajo y la sometería a la mirada filosa de los fieles que preferían calmar sus dudas en los dichos del religioso.

Paredez elegía pacientemente a sus víctimas. Se trataba de niños de entre 11 y 12 años a los que trasladaba hasta la habitación de sus propios hijos. Estaba seguro de que no hablarían y si lo hacían, nadie confiaría en sus relatos. La Iglesia Biblia Abierta le había otorgado un poder incomensurable en la pequeña comunidad donde se gestaba aquel infierno grande.
Los hechos juzgados ocurrieron entre 1996 y el 2008. C.C. está convencido de que hay más sobrevivientes. Algunas denuncias no pudieron avanzar penalmente porque estarían prescriptas. Otras víctimas aún no pudieron hablar. Paredez tiene hoy 71 años y los denunciantes temen que intente solicitar la prisión domiciliaria. “La condena que le dieron es una burla pero, al menos está en la Cárcel, donde debe estar” Para D.C., solo habrá alguna sensación de alivio mientras el abusador siga detenido. El Templo que encubrió al Pastor aún permanece abierto y la estructura funcional de la congregación continúa intacta. El fundador de la Biblia Abierta, Hugo Castro, fue también apresado en Mendoza a los 92 años. Está acusado de abuso sexual infantil de, al menos, 20 niñas. Tenía pedido de captura internacional y fue detenido cuando debió internarse en una clínica privada por un cuadro de Covid. Como Paredez, Castro sometía a sus víctimas antes de las ceremonias, tras lograr la confianza de las familias.

“Lo primero que sufrimos fue la soledad. Esto llevó a un stress pos traumático. Lo más valioso de estos procesos es cuando te creen. Hoy sabemos que tuvo la condena del hombre y tendrá la condena de Dios”, afirmó L.C. En Las Perdices el silencio se asimila a una tarde fría de invierno. La “máscara social positiva” de Paredez se esfumó en la fotografía del reo esposado al ingresar a la sala de audiencias. C.C. pide que no sea el final de la historia. “Hay otras muchas personas que necesitan contar lo que sufrieron. Esto debe servir para que les crean”, afirmó. El pastor ya no podrá escudarse en su relato de perversión y divinidad ante el relato de los sobrevivientes.