Meritocracia: ¿democrática o elitista?

Por Griselda Baldata

Es obvio que el término mérito nos remite a la valoración del esfuerzo, la perseverancia, responsabilidad, dedicación y compromiso. Esos atributos son los que permiten a las personas obtener los objetivos fijados, las aspiraciones profesionales y laborales, las expectativas; en definitiva, llegar a la movilidad social que permite el desarrollo de los países y, podríamos decir, la felicidad de su gente. Nadie en su sano juicio podría entonces cuestionar la importancia que debemos darle al mérito y en consecuencia enarbolar su valoración como una cuestión de Estado. 

La meritocracia, por su parte, es la puesta al frente, por delante de todo, del mérito y su valoración como mecanismo para acceder a determinados ámbitos y posibilidades, porque no es lo mismo mérito y meritocracia.

Ahora bien, a mi humilde entender hay un aspecto básico que debe ser preexistente al abordaje de esta temática. Y es precisamente la igualdad de posibilidades otorgadas por un Estado a sus ciudadanos que, si bien por sí misma no garantiza alcanzar los objetivos, convengamos que por lo menos es un punto de partida que, sumado a otros aspectos, incluso circunstanciales, ayuden a ello. Es tan importante el punto de partida como el tránsito en el camino, por eso es fundamental el rol del Estado como articulador para equiparar posibilidades de manera solidaria. 

Esa igualdad encierra no solo un sistema educativo público de calidad e inclusivo, sino un estilo de vida que dignifique a las personas, una distribución más equitativa no solo de ingresos, fundamentalmente de posibilidades, como acceso a la vivienda digna, al trabajo, a la cobertura social, a un entorno amigable. PUBLICIDAD

En los últimos tiempos ya no se habla nada más de impartir educación o de que niños y jóvenes estén incluidos en el sistema, sino fundamentalmente de permitir la apropiación del conocimiento, cuestiones que son obviamente diferentes. En su muy exitoso –aunque para muchos polémico– libro “La tiranía de la meritocracia”, Michael Sandel deja mucha tela para el debate. De hecho, se puede o no estar de acuerdo con sus consideraciones, pero no podemos negar que es un valioso disparador para abordar un tema que confunde al colectivo social y fundamentalmente a una dirigencia política desorientada que se empeña, (con buenas intenciones o por oportunismo) a endiosar o denostar la meritocracia.

Uno de los problemas que advierte Sandel al hablar del “lado oscuro de la meritocracia” es precisamente que no todos tienen las mismas oportunidades. En eso coincido absolutamente. 

El segundo aspecto negativo que señala es “la actitud frente al éxito”. Entiendo que esto amerita un debate más profundo y fundamentalmente mucho más especializado. Dice Sandel al respecto: “La meritocracia alienta a que quienes tienen éxito creen que este se debe a sus propios méritos y que, por lo tanto, merecen todas las recompensas que las sociedades de mercado otorgan a los ganadores. Pero si los que tienen éxito consideran que se lo han ganado con sus propios logros, también tienden a pensar que los que se han quedado atrás son responsables de sus fracasos. Y en definitiva esa actitud frente al éxito divide a las personas entre ganadores y perdedores”. La meritocracia, según el autor, “crea arrogancia entre los ganadores y humillación hacia los que se han quedado atrás”. No me atrevo a introducirme en este análisis. Tengo mis reservas de que sea tan así, aunque nada es imposible, y si comprobamos que se avanza en ese sentido es una alerta importante que debemos tomar en cuenta porque es el paso previo a la disgregación de la sociedad como tal y el reemplazo por tribus de ganadores y perdedores. 

Razono desde mi condición de militante, dirigente política y ciudadana de un país que, como todo América Latina y el Caribe, tiene niveles de desigualdad que duelen, avergüenzan y arrojan descaradamente, de manera sostenida, a millones de personas fuera del sistema cada año. 

Si nuestra educación pública tuviera más calidad que la privada, (cada vez es más inaccesible), si se cumplieran como mínimo más de 180 días de clases con permanencia efectiva y sostenida de los educandos en ella y estos gozaran de las condiciones de vida antes señalada, podríamos permitirnos hablar de una “diretocracia democrática”.

Pero cuando tenemos un 60% de niños pobres que no terminan la escolaridad media, por más esfuerzo, voluntad y dedicación que le prodiguen, jamás podrán competir con aquellos que tienen la preparación académica y el resto de las condiciones de vida favorable que facilita llegar entonces a las metas propuestas, le pregunto al lector y lo invito a una reflexión: ¿tienen las mismas oportunidades un egresado de alguna prestigiosa universidad de nuestro país, que el pibe que a los 15 años se desloma como peón de albañil o sale a vender bolsitas a una calle cada vez más violenta y peligrosa, y de regreso a su casa, si es que hay hogar, su entorno solo le ofrece una sombría y desalentadora realidad que dista mucho de ser la soñada? Definitivamente, yo no lo creo. A mi humilde entender, en países como los nuestros la meritocracia es elitista. Solo la alcanzan los que además de preparación académica de calidad, gozan de las otras condiciones de vida favorables a las que hacía referencia y obvio, a su predisposición y dedicación para obtenerla.

En la administración pública. Un capítulo aparte merece el análisis de cómo, con qué méritos y con qué nivel de preparación se accede a la mayoría de los cargos en la administración pública. Observando lo que en ella ocurre, es fácil deducir que aquí el mérito pasa por otro lado: lazos parentales, de amistad, de “favores sentimentales” de militancia, entre otros. Todo depende del nivel de “buena relación” que logre el aspirante con quien hace la designación. Obvio que no es regla absoluta, (las generalizaciones además de odiosas son injustas) porque hay mucha gente que obtiene cargos por capacidades que le son propias. Pero cuando algún funcionario con buena intención y apegado a la buena gobernanza pretende modificar esa situación creando organismos de capacitación y concurso para el ingreso a ella, sabemos que pueden permanecer en sus cargos “lo que duran dos peces de hielo en un güisqui on the rocks” al decir de Joaquín Sabina.

Profesora y Diputada Nacional (MC)