Todo parecerá ser normal

Por Pablo Callejón

El paciente le dice que no quiere morir. Tiene 43 años y desde algunas horas se mantiene despierto tras una sedación profunda. No quiere morir por él y por sus hijos. Necesita volver a trabajar, piensa mucho en ello. ¿Quién será el sostén de su familia si muere? Ingresó a la terapia hospitalaria el día ocho de incubación de la enfermedad. Los alveolos de los pulmones ya estaban repletos de pus y líquidos. La respiración exigía un esfuerzo excesivo que derivaba en un fuerte dolor, un padecimiento agudo en esa batalla persistente por encontrar una bocanada de aire. En los últimos días había logrado mantener un diálogo telefónico frecuente con su familia. Cuando quedaba sin habla, les enviaba mensajes con stickers de Whatsapp. Hace 36 horas que no sabe de ellos. Y aún peor, ellos saben poco de él. Los partes médicos de la Terapia deben aguardar 24 horas. Cuando el teléfono enmudeció, sus familiares temieron lo peor. Ahora está despierto y vuelve a pensar en los afectos, sobre todo en sus hijos. Quiere volver a trabajar para que nada les falte. Son las 6 de la tarde del jueves y la Terapia está repleta. Intenta identificar voces, reconocer a los que estaban ayer. Es una tarea inconmensurable, la mayor parte del tiempo solo hay silencios.
  
Con falta de camas con respirador, cualquier habilitación parece insostenible. El dilema es cómo hacer cumplir una nueva restricción. El relajamiento se profundizó a medida que transcurrieron los días. El viernes tuvo muchos rasgos de eso que llaman la nueva normalidad.  Pero hay muchos, millones de laburantes, que antes recibían un Ingreso Familiar de Emergencia y hoy no tienen ningún ingreso. Familias que sabían que en la primera fase no les cortarían la luz o el gas y ahora temen no poder pagar la factura. Si las arcas del Estado no pueden hacer un mayor esfuerzo, ¿cómo podría hacerlo aquel que vive de la changa, el trabajador que perdió el poder adquisitivo de su salario o el comerciante que vende a cuentagotas? ¿Cómo pueden sobrevivir los que pagan cifras usuarias de un plan de ahorro por un auto o un crédito Uva? ¿Cómo enfrentan la parálisis los que se endeudaron con la tarjeta para pagar servicios o comprar comida? Mientras la gente se debate el día a día, los poderes mediáticos y económicos insisten con cumplir con el Fondo o el Club de Paris. Si los recursos no vuelven a los sectores más golpeados por la pandemia y el esfuerzo recae en los que están molidos por la crisis sanitaria, todo resultará difícil de sostener. Algunos exigen libertades vacías con discursos serviles, aunque hay muchos que necesitan ser acompañados. Trabajadores que deben elegir entre sobrevivir el día a día y el riesgo de morir sin una cama hospitalaria.

Desde hace algunas semanas hay un mayor número camas. También ingresaron nuevos compañeros y compañeras de trabajo. No tienen experiencia en tareas críticas, ni trato con pacientes de Covid, pero suman su esfuerzo. La pandemia los obliga a un curso acelerado que define la dramática elección entre la vida y la muerte. En los pabellones asistenciales es frecuente encontrar una cama cada dos metros. Los pacientes pierden privacidad y están obligados a convivir con el escenario diverso de cuerpos que resisten a la voracidad del virus. En las terapias, el tiempo de internación se extendió de tres a cinco y hasta seis semanas. Ahora, los pacientes son más jóvenes y alcanzan una mayor resistencia en la batalla contra el virus. Esa entereza superior a la de sus padres o abuelos no les impide morir como ellos. La enfermedad aceleró su capacidad de contagio y convirtió en posibles víctimas a quienes solo padecían un molesto resfrío en la primera ola. El contexto de complejidad obliga a las y los trabajadores de la salud a lidiar con la saturación del cuerpo y la mente. Intentar salvar cada vida les exige un nivel de concentración sin fisuras, aún cuando se multipliquen las urgencias por falta de personal. En pandemia se puede adquirir mejor tecnología, mayor número de respiradores y mejor equipamiento sanitario. Lo difícil es incorporar a especialistas en áreas críticas. Los terapistas requieren años de formación. Se pueden adaptar alternativas con profesionales de otras áreas. Tan solo eso, adaptarlas.
“No solo tenemos que contener al paciente, a veces también a su familia. Llegan preocupados porque no les responden un mensaje. Y el paciente quizás agravó su estado o quedó en un ventilador mecánico. Aplicamos el tratamiento contra el Covid y contenemos desde lo afectivo. Y a veces, somos nosotros los que necesitamos esa contención”. Marcelo trabaja en el área crítica desde hace años, aunque nunca vivió algo similar. Los pacientes pueden parecer sanos durante la primera semana y agravar el cuadro a partir del día siete, hasta recaer en una aguda insuficiencia respiratoria que los deriva a Terapia. Si existen patologías previas, el virus producirá más daño. “En la Terapia somos todo del paciente. Lo alimentamos y si esta sedado le ponemos una sonda por la nariz. Al estar intubado, no puede bañarse y nosotros lo hacemos. A través del baño realizamos una valoración del estado del cuerpo, los signos vitales y síntomas de empeoramiento. Evaluamos el líquido del cuerpo para determinar el mejor mecanismo fisiológico y colocamos el catéter en uretra para que pueda orinar. En Terapia somos la persona que asistimos. Y cada vez que abandonan el lugar lo celebramos emocionados”, relató el enfermero terapista. Nada más emocionante que la imposición de la vida.

Los 9 días de confinamiento comenzarán a revelar sus resultados en otros 10 días. Durante ese periodo, solo veremos las consecuencias de lo que hicimos antes. Río Cuarto comenzó a superar los 200 contagios diarios y la Provincia reveló más de 4 mil casos la última semana. Las urgencias económicas presionaron para rehabilitar las actividades no esenciales y la pulseada política definió el regreso de la presencialidad en las aulas. La apuesta por los controles perdió el convencimiento de la primera etapa. En plena cuarentena, un ciclista podía ser detenido por ufanarse de evadir un control y un año después, un pastor con ínfulas bolsonaristas puede desafiar tres veces a operativos policiales que lo vieron salir con paso cansino del templo. La imagen de una mujer detenida en una vivienda humilde tras una fiesta clandestina se ofreció como  una postal de éxito sobre los eventos ilegales, mientras proliferaron los encuentros sociales en departamentos, viviendas y salones de countries que jamás podrían concluir con la foto de un arresto policial.

Mariana perdió la cuenta de las veces que debió cambiarse en las 8 horas de terapia. A medida que fue asumiendo más responsabilidades, el equipo de protección fue diferente. Ahora debe contemplar una doble bata, la escafandra, antiparras, el gorro protector, una máscara con filtro y el doble barbijo. Al volver a casa, la enfermera deberá aislar la ropa que llevaba y bañarse cuidadosamente antes del reencuentro con los afectos. Así será cada día, de cada maldito día en pandemia. Todo puede resultar agotador. Las exigencias de la enfermedad, la angustia por los pacientes graves, las horas infinitas de trabajo. Sin embargo, no hay nada más asfixiante que la negación de los otros, aquellos que sobrevivieron sin ningún síntoma al virus y aseguran que la enfermedad no existe. Los que piden volver a yoga y contar anécdotas de la secundaria en un banquete con amigos. Cada vez que escucha los reclamos libertarios Marcelo les recuerda que el muerto pasa a ser una estadística hasta que se convierte en tu propio familiar.

Y este lunes, volverás a ver la tarde cálida del barrio, el atardecer de un otoño veraniego, la luna que ilumina como un copón de neón. Todo parecerá real. ¿Por qué no debería serlo? Habrá gente que ría, personas que caminarán sanas, vehículos que cruzarán esquinas y niños que correrán detrás de otros niños. Habrá espiraciones de aire, párpados que abren y cierran, brazos que flamean sobre los torsos erguidos. Habrá perros que olfatean cubiertas detenidas, nubes que ocultan el sol. Habrá hojas impulsadas por el viento y brisas que harán caer nuevas hojas. Saldrás y nada parece extraño. Si solo observáramos las calles, la vida podría ser similar a lo que suponíamos. Y sin embargo, podrías sentarte sobre el cordón de la vereda, buscando confundido la resonancia de los ausentes. Y nada resultaría finalmente normal.