Somos lo que hicimos

Por Pablo Callejón

Cada vez peor, con altibajos, algunos años de alivio y otras décadas donde todo volaba por los aires. Tiempos en los que se perdió calidad de vida, el acceso a bienes indispensables, servicios básicos y la cena caliente de cada día. Nos endeudaron por nada. Nos endeudamos por otros. El sistema sostuvo a los vencedores y aplastó a los vencidos. Las crisis incrementaron la pobreza y profundizaron la brecha con los más ricos. La historia no solo describió el desenlace. Hubo un principio, especialmente uno, que anticipó los peores finales. Hasta 1974 había otro país. Ese año, el desempleo alcanzó el mínimo histórico del 2,7 por ciento y la informalidad apenas rozaba los 10 puntos. Tras la implementación del plan económico de Martínez de Hoz, la pobreza llegó al 21 por ciento sobre el final de la Dictadura y un 9 por ciento de los trabajadores se encontraban desempleados. Se habían sentado las bases para lo que vendría y ya no sería necesario golpear la puerta de los cuarteles. Algunos aún añoran la Argentina “potencia” de principios del siglo XX. Aquel era un país profundamente desigual. La ciudad y la provincia de Buenos Aires concentraban más del 50 por ciento del PBI. Todas las miradas enfocaban al puerto. La inequidad se consolidaba a fuerza de fraudes electorales y la represión brutal de reclamos laborales. La Revolución Industrial iniciada en Inglaterra definió una nueva división internacional del trabajo. Los centros industrializados comenzaron a demandar materias primas y el campo argentino en manos de pocos terratenientes se benefició de la demanda alimentaria. El crecimiento de las exportaciones nos convirtió en uno de los mayores abastecedores de maíz del mundo, el principal exportador de lino, de carnes enfriadas y de avena. La elevada tasa de exportación de trigo y harina nos regaló el rótulo del “Granero del mundo”. La crisis de 1929 derivó en un cierre de las economías de las grandes potencias. El sistema empezó a desmoronarse y las presiones sociales obligaron a una reforma del fraudulento esquema electoral. En los años 40 comenzó a emerger un impulso de la producción industrial, con la consolidación de la burguesía nacional. El modelo permitió la expansión del trabajo y la incorporación al mercado de consumo de millones de argentinos. La sustitución de importaciones y las diferentes formas de intervención estatal, permitieron mantener altos niveles de empleo. El proceso se había iniciado con el peronismo y tuvo rasgos de continuidad en radicales, como Arturo Frondizzi y Arturo Illia. En los años 70, el quiebre institucional orquestado en Estados Unidos para toda Latinoamérica estimuló algo más que la desaparición, tortura y muerte de miles de personas. Con la complicidad militar, civil, eclesiástica y empresarial, se impuso a sangre y fuego un nuevo escenario económico cimentado en la apertura del mercado, la desregulación de importaciones, el endeudamiento externo y la especulación financiera. En aquellos años nacieron las villas miserias, aumentó la pobreza, subió el desempleo y creció la dependencia de organismos externos. Con el regreso de la Democracia, el manual de Martínez de Hoz se reeditó con matices hasta implosionar en el 2001. Pero aquel, no sería el final.

Mauricio Macri dejó su presidencia con el 35,5 por ciento de pobres y un 8 por ciento de indigentes. Un año después, la economía asfixiada por la pandemia de Coronavirus elevó la pobreza a 42 puntos en el país. En Río Cuarto son 70 mil los afectados. Casi 6 de cada 10 niños, niñas y adolescentes argentinos conviven en hogares con necesidades insatisfechas, según reveló el informe del INDEC del segundo semestre del 2020. El país refleja aún la severa inequidad social y geográfica. En el Gran Resistencia, el 53,6 por ciento de los chaqueños son pobres, mientras en Capital Federal el flagelo solo impacta en el 16,5 por ciento de sus habitantes.
Según un informe de la CEPAL, la mitad de las personas en situación de pobreza crónica tiene menos de 15 años y los adultos con trabajo padecen empleos precarios, sin aportes de seguridad social, ni cobertura de salud. El documento enfocado en el 10 por ciento de la población más vulnerable desnuda las consecuencias de la pobreza crónica. Son aquellos que no podrán abandonar su condición, aún en tiempos de crecimiento. El informe precisó que el 47,9% son adolescentes que residen en hogares con 6 personas, en promedio. Casi la mitad de las familias tienen una mujer como jefa de hogar. El 70 por ciento tiene un nivel educativo bajo y prácticamente ninguno posee un nivel educativo superior. Aunque una mayoría trabaja, sobreviven por la changa.

Los investigadores de la CEPAL advirtieron que el incremento del producto bruto es condición necesaria pero no suficiente para erradicar la pobreza. Según las estimaciones del trabajo, con un crecimiento del PIB per cápita de 1%, la pobreza caería a 27% en cinco años. Si la tasa fuera del 3% anual, se necesitarían otros 5 años para bajar 4 puntos y medio el número de pobres. En las últimas 3 décadas la tasa de pobreza nunca fue menor al 25%. Entre 1983 y 2018 la pobreza solo disminuyó en el rebote de las dos crisis macroeconómicas profundas. El panorama es desolador desde los dos sistemas de medición: la evaluación semestral a partir de los ingresos que realiza el INDEC y la que determina cada 10 años una visión multidimensional. Aunque el instituto oficial comenzó a publicar sus datos en 1988, el Centro de Población, Empleo y Desarrollo de la UBA, reveló que en octubre de 1982, la pobreza en el Gran Buenos Aires llegaba a casi el 22% de los hogares. El mismo mes de 1985 había bajado al 14 por ciento. La hiperinflación volvió a incrementar el número de pobres hasta superar el 20 por ciento y en octubre de 1989, se elevó a los 38 puntos. Durante la primera presidencia de Carlos Menem, el efecto de la convertibilidad produjo una brusca reducción de la pobreza, que volvió a ubicarse en los 22 puntos. El efecto tequila y el derrumbe de la ecuación ficcional que equiparaba al dólar con el peso, promovió la pérdida del empleo y el deterioro social. El Cedlas de la Universidad de La Plata advirtió que la actual medición del INDEC hubiese revelado una pobreza del 40 ciento en 1999. Una economía en recesión, con un endeudamiento brutal y el estancamiento del sistema productivo impulsó la pobreza al 46 por ciento de la población a finales del 2001. Domingo Cavallo, quien había sido nuevamente convocado por la alianza encabezada por Fernando De la Rúa, resolvió medidas que derivaron en una crisis sin precedentes. Cinco presidentes se sucedieron en una semana, mientras se multiplicaban los muertos en protestas. La mega devaluación del ex presidente Eduardo Duhalde, en la brusca salida de la convertibilidad, agregó combustible sobre los índices de pobreza que subieron al 66 por ciento. Néstor Kirchner redujo la cifra al 37% con políticas de recomposición de ingresos que impactaron en los sectores más bajos. La presidencia de Cristina Fernández mantuvo la tendencia a la baja entre 2011 y 2015, aunque la manipulación de las estadísticas oficiales y la falta de datos a partir de 2013, crearon un ámbito de sospechas imposibles de despejar. En 2016, Mauricio Macri volvió a publicar los datos. El kirchnerismo había logrado reducir el flagelo, aunque un 30 por ciento de la población no lograba acceder a la canasta básica. Tras los cuatro años del mandato de Macri, la pobreza afectó al 35,5% de las personas y la indigencia al 8% de los argentinos. Fueron los niveles más altos desde 2008.

No todos pierden en las crisis. Algunos ganan fortunas, las multiplican, licuan sus costos con devaluaciones forzadas y logran hacer públicas sus deudas privadas. El coeficiente Gini mide la igualdad de un país y la ubica entre el 0 y el 1. El cero es el ideal y el 1, el de mayor desigualdad. En 1974, era del 0,35 y la Dictadura lo elevó a 0,40. Con la hiper en el final del gobierno de Raúl Alfonsín, la distancia entre los que más ganan y el último escalafón social fue del 0,46. El modelo menemista profundizó la desigualdad hasta el 0,50 y entre De la Rúa y Duhalde provocaron el peor récord: 0,55 en 2002. Entre el 2003 y el 2015 se advirtió un descenso sostenido, pero nunca recuperamos los niveles de mayor igualdad de los años previos al Golpe de Estado. Tras el nacimiento de las villas miserias durante la Dictadura, los comedores comunitarios surgieron espontáneamente en la debacle de 1989. El Estado los incorporó en su mecanismo asistencial, a la par del surgimiento de planes oficiales que actuaron como paliativos. La Democracia no logró romper el mandato que comenzó a gestarse en el ministerio de Martínez de Hoz. Las debacles se sucedieron en diferentes épocas, con distintos signos políticos alineados con los poderes fácticos nacionales y foráneos. La fuga de capitales, la extranjerización de recursos, el endeudamiento feroz sin desarrollo y el vaciamiento del aparato productivo, reaparecieron con recetas endulzadas y blindajes mediáticos. En los últimos tres años el poder adquisitivo de los salarios perdió frente a la inflación. La pandemia sanitaria podría extender el derrumbe al peor indicador histórico. Las respuestas parecen demasiado lejanas en el tiempo. Y no solo por lo que vendrá. Sino, fundamentalmente, por lo que fuimos capaces de hacer.