No se podía fallar

Por Pablo Callejón

Después de 51 mil muertos y más de 2 mil millones de infectados, el esfuerzo contra la pandemia dejó poco lugar para asumirnos tolerantes ante los errores, la negligencia y las avivadas. A un año del arribo de la enfermedad al país, algunos responsables de coordinar las estrategias sanitarias están resueltos a dinamitar todo resabio de credibilidad. Parece mentira, pero jugaron con esto. La batalla fue incomensurable. Por los que perdieron a un ser querido y los que enfrentaron una sala de terapia sin más resistencia que su propia fuerza. Los que quedaron sin empleo, debieron cerrar un comercio, pasaron semanas y meses encerrados y no pudieron abrazar a sus afectos. Rezaron por una vacuna y la defendieron ante los mesías del odio que hoy disfrutan sus mezquinas victorias frente a las portadas de internet. Si antes se dejaban vencer las vacunas, hoy se las dan a los amigos. No importa cuántas entregaron en sus listas de favores. Hicieron un daño irreparable. Algunos ciudadanos lo perdieron todo y una amplia mayoría, enfrentó cada instancia de cuarentena y distanciamiento con una profunda convicción. Cometieron errores, se interpelaron ante el excesivo relajamiento, bancaron sus urgencias, se prometieron que todo iba a pasar. Solo unos pocos jugaron a la ruleta rusa sabiéndose dueños del gatillo. La mayoría hizo lo que pudo. Sabíamos que la oportunidad llegaría con las vacunas. Hacer equitativo su acceso era el último bastión de resistencia contra los que intentaban sacar una tajada, incluso especulando con el origen de los laboratorios. No se podía fallar. Y fallaron.

Un grupo de allegados por amistad o connivencia política con el ministro de salud Ginés González sorteó las reglas que impuso el propio Gobierno y logró ser vacunado en el Hospital Posadas. El presidente Alberto Fernández echó al principal responsable sanitario en el combate contra el Coronavirus y la estela de indignación popular evidenció el malestar que el escandaloso episodio provocó en propios y extraños. Si el virus pondría a prueba nuestro sistema de valores y la crisis sometería a discusión los costos a pagar, el resultado fue el más doloroso y previsible. Los sectores más poderosos de la economía ganaron dinero aún a pesar de la debacle económica y los más cercanos al poder político se vieron beneficiados en saludables atajos. El país y el mundo naturalizaron las desigualdades y los costos que generan entre los menos favorecidos del sistema. El enorme esfuerzo del Estado para contener en la alimentación a las familias pobres contrastó con el abrumador aumento de la pobreza y el deterioro del salario, mientras se incrementaron los ingresos de los sectores más pudientes. Las diferencias aparecían mejor marcadas en el plan sanitario. El dominio del Gobierno sobre las medidas de acción, la articulación de entregas de insumos y sobre todo, en el acceso y distribución de las vacunas, suponía la búsqueda de una ecuanimidad que evitaría los mangazos del mercado. La decisión del ahora ex ministro delega un alto costo político al presidente y su mensaje a favor de un acceso ecuánime a las dosis de la Sputnik V. El oficialismo había dispuesto una distribución proporcional en las provincias y logró acallar con fundamentos científicos los mensajes repletos de prejuicios por el origen ruso de las vacunas. En un contexto adverso por la altísima demanda y la falta de producción, los stocks disponibles llegaban más lentos, pero finalmente llegaban. El país se preparaba para iniciar la vacunación masiva de mayores de 70 años, cuando Horacio Verbitsky reconoció que unos pocos con acceso al guiño de Ginés ya habían sido vacunados. Entre ellos, el propio periodista.

La credibilidad no es solo una cuestión de formas, es una razón de fondo. La aparición de un falso médico en las filas del Comité Operativo de Emergencia en Córdoba expuso a pacientes a las decisiones arbitrarias de un fabulador con guardapolvo blanco. Los revisó, les quitó medicaciones, les recetó otras, los diagnosticó, les dijo que estaban enfermos de algo que desconocía y les negó la enfermedad que realmente tenían. Ignacio Martín llegó de la mano de Diego Almada, el “cazador de virus” que había alcanzado una fama política y mediática por su rol en la contención de focos de la enfermedad en diversas localidades cordobesas. Almada compartía el hotel, los viajes y las reuniones de la mesa chica oficial con el jovencito de 19 años que habría sido incorporado como supuesto voluntario. Ignacio Martín dijo que se había recibido de médico y pareció motivo suficiente para otorgarle un lugar preferencial. No solo lo sumaron al equipo, también le cedieron la coordinación de un área sensible para la definición de estrategias y la asistencia de afectados por la enfermedad. El municipio aceptó las recomendaciones de Almada y lo incorporó a las guardias en dispensarios y el ex Edecom. La atenta advertencia de médicos que sospecharon sobre la idoneidad de Martín permitió determinar la falsedad de la información aportada por el supuesto galeno. El “meditrucho” ya era proveedor de salud y estuvo a solo un paso de convertirse en personal municipal contratado. Al menos hasta ahora, las denuncias graves por el accionar de Martín apuntan a su rol como médico del COE provincial. Sin embargo, en el Palacio de Mójica resolvieron asumir la totalidad del costo político. En Córdoba hay un hermético silencio del ministro de Salud Diego Cardozo y del propio Almada, sobre el escandaloso episodio. Los dardos apuntaron hacia Río Cuarto y el municipio aceptó las reglas. La pertenencia “al mismo equipo”, como señala una y otra vez el intendente Juan Manuel Llamosas, aparece como una barrera política y comunicacional en los pases de facturas. Mientras el gobierno cordobés deslinda responsabilidades, en la Municipalidad siguen inmersos en la secuencia de novedades y denuncias que acompañan la novela judicial del falso médico. Los verdaderos voluntarios y las que temieron contagiar a sus familias después de largas horas en las áreas covid, no salen del estupor por lo vivido. Algunos de ellos debieron soportar los mandos de un pibe con ínfulas de experto y oficina propia.

La inmensa complejidad en la lucha contra la pandemia exigirá a los gobiernos recuperar la iniciativa y la credibilidad. El regreso parcial a clases presenciales, con falta de kits sanitarios y protocolos que contradicen las capacidades edilicias de las escuelas, disponen nuevos escenarios de debate. La segunda ola no llegó en verano y parece otorgar una tregua a los tiempos de vacunación, al menos para los grupos de riesgo. Es también un desahogo para dilatar posibles restricciones en las actividades por brotes de la enfermedad. El esperado crecimiento parece tambalear por la fuerte alza de la inflación y la sostenida pérdida del poder adquisitivo. Los centros de verano colmados de turistas contrastan con las penurias de millones que no logran cubrir los costos de la canasta básica alimentaria. Aún con tantos frentes abiertos, el Gobierno suma el fuego propio. Son los privilegios encarnizados en la lógica de poder que provocaron un nuevo golpe donde nunca se debió fallar.