Las primaveras en Río Cuarto

Por Pablo Callejón

Las primaveras en Río Cuarto llegan envueltas en un viento cálido y brumoso que parece sobrevolar como una bandada de golondrinas sobre la esquina de TATE. Con solo chistar los dedos, Marito podría despertar de una siesta mitológica a los Dioses Anemi, para que en cada punto cardinal lancen un soplido capaz de vaciar sus pulmones del mármol blanco del Partenón griego.

Las primaveras en Río Cuarto te obligan a cerrar los ojos en el juego de la botellita hasta que el envase de Mirinda concluya con mil giros apresurados frente a la chica de pelo castaño. La antesala al puñal de la flaca, entre abriles olvidados de una guitarra que puede sondear los latidos que aceleran el corazón.

Las primaveras en Río Cuarto se observan por la ventanilla del Dos, mientras cruzas la Quirico Porreca envuelto en un cielo de ramas de algarrobos que, en cada esquina, se toman la licencia de habilitar los rayos del sol. Al llegar a Santa Fe, lo vez a “Pelé” saludarte con el pulgar en alto, vestido de gala con un joggyn verde que luce el escudo de Banda Norte.

Las primaveras en Río Cuarto se escuchan por la radio, mientras gambeteas las baldosas azules que intentan en vano impedirte un grito de gol. Frente a calle San Martín, el Turco Wehbe camina con pasos breves y apresurados, envuelto con una bufanda del ciclón que unos años antes colgaba sobre una silla de Gibbons.

Las primaveras en Río Cuarto tienen claros intersticios de una bóveda celeste resuelta a impedir la formación de cumulonimbus. En un mapa con imanes de nubes y soles de Billiken, Cococho nos convence de apoyar la canasta sobre el mantel para que las tormentas no puedan soportar la culpa de contradecir sus buenas intenciones.

Las primaveras en Río Cuarto te invitan un café con Don Juan en el bar del Gran Hotel. Entre palíndromos y citas judiciales, Mempo Giardinelli parece tomar nota del relato improvisado sobre una falda de mujer. Pudo comprobar por qué el escritor de los tres siglos había abandonado la Cañada solo para verlas caminar por Sobremonte. Un poético sentido de supervivencia del amor que no podría caber en un título de siete letras.

Las primaveras en Río Cuarto te observan con los ojos del mar. Tienen un pañuelo que envuelve los rizos de ceniza y pueden inyectarte la dosis necesaria de coraje con solo ubicarte detrás de ella. Cuando sus manos se posan delicadas sobre la vieja Olivetti podes escuchar la sinfonía de baladas de heroísmo que Susana rescata de sus memorias.

Las primaveras en Río Cuarto se pactan en una peña de Regims. La resaca confunde a la madrugada de amores sin compromiso, en esa ribera de fogones que no podrán disimular las ganas de volver a verse.

Las primaveras en Río Cuarto son un asalto con música de cassette. El lento que te aceptaron en el centro de la pista y las risas cómplices de tus amigos sobre la barra de Estación. Esa primavera que danza en puntitas de pie, con los brazos colgando sobre tu cintura y un bálsamo de voces que te juran no poder olvidarte.