“Nachito” y el abismo

Por Pablo Callejón

“Nachito” tenía un cartel de médico en la puerta de su despacho, se movilizaba en una unidad oficial a su cargo y se alojaba en la habitación del mismo hotel Menossi donde descansaban los jefes del COE. El niño mimado por la política en pandemia había logrado algo más que un reconocimiento a la confianza que generaba. “Nachito” daba entrevistas, lo llamaban para posar en las fotos junto a funcionarios y lo convocaban a reuniones en las que se definían aspectos centrales del combate contra la pandemia. Cuando las trabajadoras municipales empezaron a sospechar sobre las incongruencias de su actuación médica y resolvieron cotejar su matrícula con la base de datos oficial, la política buscó evitar las  preguntas incómodas. ¿Por qué nunca le exigieron la documentación que hubieran requerido en cualquier otro caso? ¿Por qué no cotejaron los pocos papeles que presentó, cómo sí lo hicieron trabajadoras de un centro primario municipal? ¿Qué meritos veían en ese pibe de cara aniñada que en las historias de Instagram le decía “Tío Diego” al cazador de virus? ¿Por qué debía ser jefe? Un interrogante se sumó un par de meses después de la denuncia, cuando un concejal opositor reveló que un falso médico había tenido un rol central en la planificación estratégica durante el peor impacto del virus en Río Cuarto: ¿Por qué no se reveló públicamente la denuncia? El desaliento fue aún mayor para las familias que fueron reconociendo a “Nachito” en la pantalla de televisión, mientras se preguntaban si hubieran podido salvar la vida de su hijo o de su madre. Ninguna de ellos recibió un solo llamado del Estado para preguntarles qué pasó, cómo estaban y cómo podían reparar tanto dolor.
La suerte judicial de Ignacio Martín depende, fundamentalmente, de la evaluación de peritos médicos que hablaron sobre la chance perdida por los pacientes que fueron asistidos por Ignacio Martín y fallecieron o salvaron milagrosamente sus vidas. La responsabilidad funcional de quienes debieron evitar que todo ocurriera, podría no revelarse nunca. La Provincia y el Muncipio se expresaron cómo víctimas de un engaño. El Gobierno de Río Cuarto, incluso, presentó una demanda para recuperar los más de 80 mil pesos que abonó al “médico trucho” mientras se desempeñó en el S24  y el Centro de Gestión Municipal, donde ayudaba a expedir carnets de conducir. En la sentencia, el Tribunal podría pedir que se abra una investigación sobre posibles delitos cometidos por funcionarios políticos. Los antecedentes darían poco margen para el optimismo social. Martín sería finalmente un lobo solitario. Un artesano de la mentira que enfrentaría en soledad los costos de una estafa a prueba de cualquier control oficial.
El secretario de Salud, Marcelo Ferrario, y el subsecretario, Isaac Pérez Villarreal, ratificaron que “Nachito” llegó junto al jefe del Coe, Diego Almada, y fue presentado “como médico”. Sin margen para negar lo obvio, Almada, admitió que le creyó a Martín, aunque aseguró que nunca le pidieron que atendiera pacientes. Para el funcionario provincial, esa fue una decisión de las autoridades locales. 
“Nachito” y su novia Zoe se habían sumado al COE como voluntarios en Villa Dolores, donde se había desatado un brote del virus que impactaba en las localidades sobre la ruta 9. El éxito en el control de los casos convirtió a Almada en un hombre clave en la lucha contra el virus y lo enviaron a Río Cuarto. Según aseguró ante la Justicia, Martín le dijo que era estudiante de medicina y estaba “a punto de recibirse”. Como por arte de magia, unos días después “le llegó la matrícula”. En el equipo provincial, “Nachito” no percibía un salario. Cuando el Gobierno resolvió abonar una beca a los voluntarios, Martín no pudo registrarse en los sistemas de cobro porque, una vez más, “estaba flojo de papeles”. El flamante “médico” no se quejó y decidió seguir embarcado en el equipo de combate contra la pandemia. Almada lo designó en el Centro de Operaciones Técnicas y le cedió el cargo de jefe. El organismo tenía a cargo un centro de atención telefónica, desde donde se derivaban las ambulancias o los médicos en casos de urgencia. El doctor Ferrario manifestó en la causa que “Martín, cuando se desempeñaba en el COT, se presentaba como médico y también así fue presentado al momento de su arribo a la ciudad por (el ex viceministro de Salud Pablo) Carvajal y Almada”. El doctor Pérez Villarreal subrayó que en el rol asignado por la Provincia, Martín “debía establecer la trazabilidad de los casos, a efectos de determinar si era necesario el aislamiento, y efectuar la consulta personal por intermedio de ambulancias”. El falso médico tenía a su cargo a tres profesionales que debían acatar sus órdenes.
El sello que utilizaba “Nachito” cuando redactaba recetas como “Técnico Superior en Emergencia Médicas M.P. 42501/1”, fue la clave para desmoronar su maniobra de engaños. Cuando las trabajadoras cotejaron la matrícula, advirtieron que pertenecía a la profesional cordobea Batia Sol Akselrad.  La doctora María Victoria Schiavi recordó que Martín le había relatado que “había estado en el Cosquín Rock como médico, que hizo prácticas en el Hospital de Niños de Córdoba, y que fue residente de cirugía en el Hospital Córdoba. Además, aseguró que había estudiado en la Universidad Nacional de Córdoba. Victoria estaba sorprendida, ella también había cursado allí y nunca lo había visto. Aunque no lo acompañó en la asistencia de pacientes, la joven especialista recordó el día en que Martín le manifestó: “hoy tuve un día de mierda, se me murieron dos pacientes”.
El grupo de trabajadores de la Salud del S24 en Alberdi pareció contar con el sentido común del que carecían los funcionarios. “¿Cómo un médico tan joven del que nunca habían oído hablar antes, se había convertido en jefe del COT?”, se preguntaron en un breve descanso. Al confrontar la información de un simple sello, el resultado fue contundente: “Nachito” era un impostor.
Martín pidió que se juzgue a los funcionarios “con la misma vara” con que lo interpelan a él. La oportunidad no parece surgir de las audiencias en la Cámara Primera del Crimen. Allí, el “médico trucho” es el único imputado. El tiempo de los alegatos y la posibilidad de utilizar “las últimas palabras” antes del veredicto, podrían darle a “Nachito” una nueva chance para arrastrar a su abismo personal a quienes lo designaron y parecieron protegerlo. El capítulo incompleto de una historia donde las víctimas aguardan un acto reparador de la Justicia.