Celebrar las diferencias

Por Pablo Callejón

“¿Por qué te agachas?”, le pregunta Hernán Cuevas a Santiago Korovsky en el video promocional de la serie División Palermo, la más vista desde su estreno en la plataforma Netflix. El intento por ser políticamente correcto revela el gesto intuitivo entre el protagonista de la serie y el actor enano. La escena forma parte de una secuencia de patinadas de Santiago – Felipe en la ficción-, quien titubea al presentar a Valeria Licciardi como una mujer trans y enfrenta confundido la corrección de Facundo Bogarín, a quien describe como “no vidente”. “Soy ciego Santi. ¿A vos tengo que decirte ´no católico´?”, le responde el actor al protagonista judío.  En ocho capítulos de poco menos de media hora cada uno, el humor irreverente describe un absurdo que no parece tal. Es también la interpelación a los discursos acomodados que intentan ser un lavado de cara de instituciones y funcionarios políticos.  La serie nos expone en nuestras dudas y aprendizajes hasta mostrarnos en ese lugar donde presumimos una deconstrucción, sin estar totalmente seguros de cómo alcanzar esa correcta utilización de gestos y palabras.

Una ministra de Seguridad con ínfulas de mano dura busca mostrar un costado inclusivo y diverso en el proyecto de creación de una guardia urbana para el barrio porteño de Palermo, en el que sus integrantes son una mujer en silla de ruedas, un ciego, un enano, una mujer trans, un actor de stand up boliviano, un anciano sordo, un gordo y un joven judío. El aparente objetivo de la Policía Metropolitana implica alcanzar una representación intencionada de minorías sociales, sin más convicción que el uso ventajero de sus complejas realidades. ¿Y por qué digo complejas, así nomás, en general? ¿No es esta también una mirada sesgada de mi parte?
El relato muestra a una policía corrupta. Ya no se trata solo de la Bonaerense ni la Federal. Aquí aparece representado un esquema que nació hace pocos años en Capital Federal y que insume miles de millones de pesos al año. En el rol de la ministra cualquier parecido con la realidad puede no ser pura coincidencia. En los videos promocionales se la puede ver con ropa militar, inmersa en un campo de maniobras  con soldados de ceño fruncido y el silbido de las balas que le cruzan por detrás de la espalda.

Santiago debió “aclarar” que la imagen viralizada de un ladrón que le roba las zapatillas a un joven reducido por un policía porteño no es parte de la serie. La ironía en el twitter del protagonista parece conjugar, como en los capítulos de la serie, ese absurdo que puede a veces resultarnos tan real. En el relato ficcional, la División Palermo surge en un intento por “lavar la imagen” que mostró a policías reprimiendo a “vendedores bolivianos discapacitados” y una “frase desafortunada” de la Ministra para justificar el operativo. Para lograrlo, suman al plantel a un joven humorista boliviano al que le piden disculpas cuando le hablan sobre un operativo narco que involucra a un peruano.  Es una permanente provocación de los lugares comunes, los prejuicios machistas y la naturalización de chistes xenófobos que emergen sin tapujos en los discursos sociales, incluso de carácter oficial.

¿La deconstrucción puede ser la caracterización de un hombre sensible y perdedor? La serie es un sacudón a las certezas presuntuosas. En cada detalle hay sesgo de humor que obliga a estar atentos o permitirse mirar nuevamente  la escena.  No es un relato complaciente y no recae sobre un tono efectista de lo burdo.  La obra confronta a la compasión que puede resultar tan dolorosa como la discriminación y pone en jaque el uso de frases comunes a  las que apelamos para justificar nuestras propias contradicciones.  En División Palermo queda al desnudo la hipocresía de las torpezas discursivas, aún cuando “no haya mala voluntad”. Una respuesta mordaz a las calificaciones de “héroes” o “guerreras” para quienes tienen una discapacidad y buscan no ser vistos como personas diferentes que aguardan un gesto piadoso. Y es también una convocatoria a celebrar un mundo de diferencias en ocho capítulos que nos hacen reír hasta el dolor de panza y 30 minutos después, nos dejan otra vez pensando.