La Bruja del 71

Por Pablo Callejón

Para el régimen, se trataba de bandoleros y criminales. Cada uno de los rebeldes abatidos por las fuerzas franquistas era exhibido en el pueblo antes de arrojar sus restos a una fosa común. Maquis fue sinónimo de resistente y se define como un campo de matorrales. También fue el hogar de las guerrillas rurales que enfrentaron al fascismo español con la única ayuda de los vecinos que acercaban alimentos o engañaban con falsos relatos a los soldados que rastrillaban los poblados de una España ensangrentada. A los 14 años, María de los Ángeles Fernández Abad integraba la agrupación junto a otras mujeres que desgranaban una adolescencia entre el zumbido de las balas y los amores que caen desplomados en la trinchera. Fue solo Angelines hasta que decidió huir de la persecución franquista y alcanzar asilo durante algunos años en la isla de Cuba. Tiempo después se radicaría en un departamento frente al patio principal de la vecindad, en cualquier distrito popular de México. Para ubicarla, había que indagar por el número 71, golpear dos veces la puerta y preguntar por la Bruja.

La vecina enamorada de su “roro”, era la reivindicación de una mujer soltera con independencia económica, aunque cargaba con la estigmatización de los mandatos culturales de los años 70 y 80. Don Ramón padecía escalofríos en la espalda cuando la mujer de vestido azul hasta los tobillos y un sombrero de fiesta avejentado, le susurraba al oído y luego, se mordía los labios para saborear la osadía. Antes de ser la Vieja del 71, Angelines había filmado con Cantinflas y Arturo de Córdoba en la época de oro del cine mexicano. El apodo que la inmortalizó entre millones de televidentes en todo el mundo se debió a los supuestos dotes espiritistas del personaje. En realidad, fue el poder de la Lechiguana que parecía brotar en los rituales de incienso y humo. Quico, la Chilindrina y el Chavo presumían con su temor de niños que podría embrujarlos y convertirlos en chichicuilotes.

Don Ramón no pagaba la renta y ella estaba dispuesta a ayudarlo. Si Doña Florinda lo daba vuelta de una cachetada, ella calmaba el dolor con un pastel de abundante crema. Si rechazaba por enésima vez el mal trago de un trabajo, la vieja del 71 estaría dispuesta a que nada le falte. “-¡Ah Don Ramón esto sí que es una sorpresa, que usted haya venido a tocarme! -No, lo que yo toqué fue la puerta. -Por eso”, respondía doña Clotilde con los ojos perdidos en ese flacuchento de bigote frondoso y un sombrero de bordes ajados. El estigma de “vieja solterona” confrontaba con las convicciones de la mujer que repetía a quien preguntara que no se había casado porque no había querido. Aseguraba que nunca le faltaron pretendientes, aunque su amor imposible fuera un esquivo príncipe azul de pantalones de jean. Angelines y Ramón Valdés habían actuado juntos en Corona de Lágrimas y El Profe, dos clásicos del cine mexicano. Hay quienes afirman que algo surgió en aquellas largas horas de grabación y fue Valdés quien le habló a Roberto Gómez Bolaños sobre la mujer de encantadora belleza. Pudo haber sido amistad o una historia de amor que no se lograba descifrar entre “los roros” de la bruja y “el permisito, dijo Monchito”, del galán esquivo. Si hubo romance fue un secreto que conservaron hasta la tumba. Ambos descansan en el Mausoleo del Ángel, en el cementerio del Distrito Federal. Los rumores que nunca callan aseguran que Angelines lloró durante horas frente al ataúd de él y pidió que al llegar la hora, sus tumbas estuvieran cerca.

La Bruja del 71 no fue solo una famosa actriz. Se convirtió en un dibujo animado, una muñeca de pañolenci con el logo oficial y la figurita más difícil del álbum del Chavo del 8. Fue también la joven y desnuda que la imaginación dejó arder en las hogueras de la Guardia Civil. Escapó de milagro a los fusiles agudos que describió Federico García Lorca antes de morir acribillado por el fascismo indolente a las penas de amor. Angelines fue, además, la mujer que cubre la falda con su brazo elegante, mientras observa un punto fijo en la ventana entreabierta. La foto descubre a una doncella bellísima, luciendo un vestido de gala que parece disimular un pasado en las rencillas del monte y un futuro de estela inmortal. La devoción por el humo de los cigarrillos le impidió sortear las consecuencias de un cáncer pulmonar. Murió el 25 de marzo de 1994 muy lejos de Madrid y tan cerca de la tierra que adoptó sin condicionamientos. La disputa de mercaderes nos impide volver a observarla en la televisión como lo hicimos durante tantos años. Solo nos queda el álbum de figuritas que decidimos dar por completo el día en que tuvimos la imagen de aquella bruja tocando con su mano el corazón.