Y un día, volvimos a cero

Pablo Callejón

El grupo de jóvenes se ríe a carcajadas en una de las mesas del Shop. Están agotados pero festivos. Uno de ellos apenas puede alcanzar el equilibrio. Llegan otros cuatro pibes y eligen una de las mesas del final, casi debajo del televisor. Un muchacho de contextura robusta se recuesta sobre un sillón y a los pocos minutos parece que logra dormir. Son las 6 de la mañana del sábado y la noche se extingue con un ritmo vertiginoso sobre la avenida. Varios minutos después, todos empiezan a reconocerse. Hay gritos eufóricos, risotadas. Los primeros en llegar se acercan al resto. La reunión no provoca la atención de dos viajantes que apuran un cortado. La nueva normalidad se impone con naturalidad. Ningún organismo sanitario le ha dado la extremaunción a la pandemia, pero los días transcurren como si todo hubiera terminado. Afuera caminan personas con barbijos y son la única referencia de la presencia del virus.

Debieron pasar demasiados meses hasta que Río Cuarto pudiera incorporar el cero en el informe epidemiológico diario. Ningún caso. La segunda ola abandonó los últimos resabios de un virus que resultó agobiante para las estructuras sanitarias. Estuvo muchas semanas al filo de las capacidades de atención. Las terapias habían quedado abarrotadas de pacientes y el sistema funcionó bajo el régimen de cama caliente. Cada paciente que moría o alcanzaba el alta era sustituido por otro. El último antecedente de una  jornada sin casos había sido el 10 de diciembre de 2020. Pasaron 296 días hasta recuperar el mismo indicador.

El ritmo en las calles parece evadir las preocupaciones por la enfermedad. Donde había puestos de control, ya no hay nada. Los comercios abren más temprano y cierran muy tarde. Volvieron los quioscos las 24 horas y las estaciones de servicio permiten cargar después de las 22. Todos regresaron a la escuela en aulas donde pueden caber unos 40 alumnos y aún así, suponer que existe un protocolo. Los bares y restaurantes están con un capacidad plena y la gente puede levantarse de sus mesas y bailar sin rejas que limiten los espacios que pagaron a precio vip. Los trabajadores ocupan sus puestos en fábricas donde la mayoría comparte el turno y la nueva normalidad se parece a lo que ya conocíamos.

Más de 200 mil testeos se realizaron en los 20 meses de pandemia. El desarrollo de los mecanismos permitió avanzar en detecciones tempranas, sin margen para la duda. El trabajo fue realizado por expertos y voluntarios. En el peor momento del  impacto del virus, mil personas formaron parte de las estructuras sanitarias. Eran médicos, enfermeras, administrativos destinados a la resolución de casos y gente común, que nunca antes había integrado estructuras de salud. Hoy son alrededor de 300 las personas que mantienen vigente la lucha iniciada en marzo del año pasado, cuando poco se conocía sobre lo que estaba ocurriendo y podría llegar a suceder.

430 riocuartenses murieron por el virus. Aún ayer, cuando no quedaron registros de nuevos contagios, se informó el deceso de una mujer de 82 años. Las muertes aumentan cuando decae el número de casos. Son las consecuencias de las terapias abarrotadas y la complejidad de un virus que alcanzó numerosas mutaciones. Todavía quedan 37 casos activos, aunque el promedio de contagios diarios genera optimismo entre los expertos. En la última semana, fue de solo 4 casos, con un impacto escaso en las unidades de emergencias públicas y privadas.  El peor momento se había registrado en la semana 20 del año con 1190 personas infectadas y 170 contagios por jornada. El sistema sanitario llegó al límite de su capacidad. Desde el comité a cargo de las derivaciones no debieron resolver el traslado de pacientes desde Río Cuarto a otras unidades de la provincia, aunque algunos pacientes que llegaban desde la región tuvieron que esperar varias horas por una cama y aceptar nuevos destinos en Villa María o Córdoba. Fueron instancias desesperantes. La enfermedad no daba tregua y parecía no quedar margen para nuevas cuarentenas estrictas que facilitaran una abrupta baja en el número de afectados. El desgaste social y económico debilitó  las convicciones de prevención que habían evitado el colapso durante la primera ola.

 Ya no quedan personas registradas que no hayan sido vacunadas con una dosis. El municipio debió salir a buscar a los que restan. Dos días antes del final del 2020, trabajadores de la salud fueron los primeros en recibir la inoculación. Los nombres quedarán registrados en la historia. La doctora María Gallardo, jefa del servicio de Emergentologia del Hospital, Santiago Cherini, a cargo del servicio de Farmacia hospitalaria, y el doctor Fernando Fosatti, jefe del servicio de clínica médica. Se sumaron los terapistas Martín Isa y Emilio Rodríguez. Se iniciaba el proceso que anticiparía la calma de estos tiempos. En el medio hubo un temporal, aún superior al sufrido el año pasado. La vacunación era la esperanza y un botín escaso en un mundo planificado para garantizar la vida de quienes disponían antes del dinero. En la Argentina, la clave fue el Estado. Nadie debió presentar un carnet de obra social ni fue obligado pagar el medicamento en la farmacia de turno. La vacunación nos unificó en la misma fila.

A sus 70 años, don Héctor Zeballos había salido a trotar, como cada mañana. Aquel 26 de febrero pidió almorzar algo liviano y llegar temprano al vacunatorio del Polideportivo 2. No se lo había propuesto pero sería el primero de los 200 adultos mayores convocados para un proceso inédito. Comenzaba el operativo que sumaría a 128.805 personas el día en que volvimos a cero. Del total de personas vacunadas, 103.343 ya completaron el proceso de inmunización.  El resultado se mide en vidas. Con el avance del plan, se logró reducir el número de contagios, la ocupación de camas y los índices de mortalidad. Sin el aporte del mayor operativo sanitario de la historia, el virus no hubiese planteado una tregua. El plan de inoculación llegó a más de 2 mil adolescentes  y en pocos días, incorporará a la niñez. Lo que parecía utópico alcanzó lo cotidiano. Las dosis podrían ser necesarias cada año y sumarse al plan obligatorio nacional. Nadie se sorprendería por ello. Los que intentaron desestimar la vacuna se redujeron a voces marginales, con alta intensidad mediática y escasa influencia social.

El número no es aún la sentencia definitiva. El cero podría tener variaciones leves, aunque muy alejadas del temor por una tercera ola. Los focos de variante Delta lograron ser controlados y aún cuando se desataran otros, los expertos confían en que no alcance la magnitud de los picos anteriores. El inicio de la primavera habilita mejores condiciones para la ventilación y los tiempos al aire libre. El nuevo escenario promueve el optimismo en la actividad económica y el flujo turístico, en una realidad que cada vez se aleja más de los peores momentos de la pandemia.  El virus se debilitó en la responsabilidad solidaria por la vacunación y alcanzamos un pase sanitario hacia la nueva normalidad. Nadie dice que todo haya terminado, pero un viernes de octubre logramos volver a cero.