La agenda urgente

Por Pablo Callejón


El listado de vencedores y vencidos por las primarias debió reescribirse por completo al finalizar el domingo. Nadie pareció anticipar el escenario y el batacazo desplomó cualquier análisis previo. Dos años después del triunfo electoral en las presidenciales, el Frente de Todos perdió en bastiones históricos y debió masticar el polvo por celebrar por anticipado un fallido resultado en Buenos Aires. El gobierno no pudo prever el batacazo, ni siquiera cuando ya había concluido la votación. Lo hizo con los datos oficiales en la mano que le advertían sobre el desplome electoral en una amplia mayoría del país. Ni el jefe de Gabinete, ni los principales referentes del Frente de Todos, se hicieron cargo de la derrota. Ya en la medianoche del lunes, acompañaron al presidente en el mensaje que cerró la agobiante jornada electoral, aunque solo habló Alberto Fernández. Sus palabras fueron el título de la debacle. La admisión de haber cometido errores y la promesa de dar respuestas. No se esperaba mucho más. La imagen del mandatario parece caer en forma sostenida desde hace meses y no encuentra contención entre sus aliados. La sensación de que “al presidente no se lo cuida” o “se lo expone demasiado”, actúa como una severa advertencia para lo que viene. La contundente derrota obliga al Frente de Todos a recuperar un acuerdo social para los próximos dos años de mandato, aunque aún se desconocen cuáles son los errores que buscará subsanar el gobierno y cómo logrará la fortaleza política para alcanzar esos cambios.

En apenas dos meses, el oficialismo deberá convencer a un electorado que pareció más impulsado por el enojo que en la esperanza de un cambio. La asistencia alimentaria, los subsidios a empresas en medio de la cuarentena estricta y el ingreso familiar por emergencia quedaron demasiado lejos en la percepción de trabajadores y sectores vulnerables asfixiados por la inflación. El impacto de la pandemia y la crisis económica no ha dado lugar a una mejora en las expectativas. Cambiemos dejó altos niveles de inflación y pobreza que se han profundizado en los últimos dos años. Los salarios no mejoran y hay un alto endeudamiento para pagar servicios básicos o comprar alimentos. “De eso se trata la política: no desorganizar la vida de la gente, no desorganizar la vida de la sociedad. Nos han desorganizado la vida y la pandemia nos ha dado un golpe muy duro”, afirmó hace algunas semanas la vice presidenta Cristina Fernández. Hoy no solo hay desorden, sino desesperanza.

En Córdoba, Luis Juez fue el mejor intérprete del voto antikirchnerista. “La elección los jubiló a todos”, afirmó un dirigente de la UCR riocuartense tras las Paso. La paliza electoral del binomio entre Juez y Rodrigo De Loredo sepultó los liderazgos históricos del radicalismo provincial. La fragmentación que facilitó un triunfo arrasador de Juan Schiaretti en las últimas elecciones provinciales se ratificó en la interna de ayer. Juez se convirtió en el principal referente opositor para el 2023 y encabezará una alianza donde quedará poco lugar para los desplantes. Aunque fue un aluvión de votos, las primarias no pusieron en juego la gestión provincial ni las municipales. En 2017, Héctor Baldassi superó por casi 20 puntos a Martín Llaryora en las legislativas y dos años después, Juan Schiaretti lograba ampliamente la reelección, mientras Llaryora recuperaba para el peronismo la intendencia en la capital provincial. El objetivo de Hacemos por Córdoba de obtener tres bancas en diputados y una en senadores, está cerca de concretarse. La batalla que busca librar el “cordobesismo” es contra el Frente de Todos, que volvió empantanarse en ese mínimo histórico del 10 por ciento de votos. El albertismo carece de figuras convocantes y un discurso que acorte las distancias con los cordobeses. Suponer que la Provincia simplemente “se derechizó” y no hay más nada por hacer, parece un atajo simplista. El reparto de cargos y candidaturas en Río Cuarto y la provincia, liderado por Carlos Caserio y Gabriela Estevez, confluyó en funcionarios sin vuelo, construcciones escuálidas y un discurso que no logra trascender el microclima militante de escasa influencia. Mauricio Macri fue otro de los grandes derrotados al finalizar las primarias. Hizo dos grandes apuestas en Santa Fe y en Córdoba y fracasó en ambas. Su intento por imponer a Gustavo Santos como su delfín, adjudicándole el potencial rótulo de candidato a la gobernación, derivó en el peor desenlace. El ex ministro de Turismo es un desconocido para la mayoría de los cordobeses y el resultado sepulta cualquier aspiración a disputar el poder en dos años.

Con una mayoría de medios de comunicación devenidos en grupos económicos y alineados con el poder fáctico, la agenda oficial del Gobierno nacional pareció empecinada en correr de atrás de los títulos de tapa en lugar de imponer un debate real sobre las políticas que impulsaba. El resultado fue un debilitamiento de la figura presidencial y de sus medidas. El oficialismo se empecinó en sostener esa estrategia con millones de pesos de pauta oficial y el sometimiento a los tiempos de la realidad mediática. El escenario de distorsión impidió que pudieran advertir un malhumor social, impulsado por el desgaste de la pandemia y la bulimia de los salarios. Con muchos frentes internos y falta de épica propia, las Paso revelaron un electorado desencantado con el Gobierno. El país volvió a pintarse mayoritariamente de amarillo a pesar del desastre económico que dejó como legado Cambiemos en 2019. Las internas significaron una clara advertencia para el Frente de Todos, aunque aún no se definieron los cargos. El oficialismo no tiene demasiado tiempo hasta noviembre para visibilizar los errores y corregirlos. La única agenda urgente es la de una mayoría de argentinos.