La dictadura del narcisismo

Por Pablo Callejón

Señores y señoras, bienvenidos al narcicismo. No se apresuren en desestimar la apreciación, pueden sentirse aliviados. No están solos. Son miles, millones. En una dictadura se necesita de muchos bajo el mismo régimen. Espere, no se asuste, nada ha cambiado en nuestra sistema político. Iremos a votar en algunos días y lo haremos nuevamente en noviembre. Hay un presidente, legisladores, jueces, gobernadores, intendentes, concejales, gente que vota, gente que no. Instituciones que abren sus puertas todos los días y militares en sus cuarteles. Me refiero a la dictadura de la desmesura, la imposición de nuestras certezas, siempre definitivas. El poeta Luis García Montero la definió como la Dictadura del Narcicismo. Vivimos un tiempo donde la verdad está relativizada por nuestra verdad, la única posible. Solo buscamos tener la razón y ser ratificados o ratificadas Cuando hablo de “nuestras” me refiero a cada una de las sentencias que revalidamos individualmente. Pueden o no ser colectivas. Eso depende de cuántas personas coinciden en lo que pienso. En lo que usted piensa. No hay lugar para la indagación, el debate, la búsqueda de ser interpelados por la ideas. Leemos un diario, escuchamos la radio, prendemos la tele, revisamos el celular con la condición de ser ratificados. Buscamos lo que nos gusta y nos da la razón. Los medios y las redes sociales, saben de eso. Fueron parte de esa construcción, la necesitan. Nos dicen lo que queremos escuchar o ver. Revuelven en las dudas y las despejan con adecuados prejuicios y vanidades. Disculpen, otra vez. Estoy hablando en plural sobre nuestras soledades. Somos las consecuencias de esas íntimas vanidades.
En cada link generamos lo que llaman cookies. Es la información que aportamos sistemáticamente a nuestros proveedores de empatías. Saben lo que queremos y solo lo confirman. Cuando advierten una duda, nos bombardean con información clasificada, tergiversada, manipulada a su antojo. Nos pueden hacer votar a un presidente o elegir otro shampoo. Una vez que despejan las dudas, solo insisten en lo que nos gusta. Y nuestras indecisiones se reconvierten en verdades que aguardan ser fortalecidas. Insisto, no debe alarmarse. Y si lo hace, usted tiene la razón.
Habrán advertido que ya no debemos escuchar por completo un programa de radio, ni ver todo el noticiero. Ahora pueden elegir qué noticia prefiere y a la hora en que prefieren tomar contacto con ella. Lo mismo sucede con la novela o la película que siempre quiso ver. No hay que aguardar al prime time televisivo. Ya nadie elige sus horarios, ahora lo hace usted. Millones vieron El Reino, la serie sobre un pastor evangelista que podría convertirse en presidente de todos y todas. Algunos la observaron un domingo por la tarde y otros, un lunes por la mañana. Vieron todos los capítulos en un día o segmentados. Ya no depende del horario que impone la tele, la vemos cuando queremos, en el lugar que deseamos. Nos permiten elegir el cómo, el cuándo y hasta el qué. ¿Cómo no ser narcisistas entonces? Ya no somos oyentes, televidentes o lectores. Nos hemos convertido en usuarios. Multiplicamos el acceso a miles de ventanas y mundos, invitaciones permanentes a referenciarnos en lo que nos gusta, entretiene o estimula. No es un mundo, son muchos. Ventanas que se abren y se esparcen interconectadas por lo que deseamos ver. Nuestras cookies se difunden para generar los puentes que solo nos muestran lo que queremos ver. Y en esa construcción cotidiana, las circunstancias se revelan imponentes. No importa si es verdad, a veces, ni siquiera esperamos que lo parezca. Solo queremos ser ratificados.
La realidad que elegimos necesita de lo inconmensurable. En la inmensidad hay menor lugar para las dudas. Si un gobernador del norte argentino envía fuerzas represivas al monte para quitarles bebés recién nacidos a sus madres, nada de lo que pueda decirse después podría evitar el despotismo que emerge de esa primera noticia. Si se robaron un par de PBI, qué margen podría haber para la duda ante cada denuncia sobre la corrupción de ese gobierno. Si se robaron todas las vacunas. Insisto, no “una” sino “todas”, es comprensible suponer que cualquier aspecto vinculado a la lucha contra la pandemia estuvo viciado. La letra chica, eso que llaman verdad, puede resultar incómodo. No importa lo que sucedió o pudo suceder. El narcisista necesita corroborar sus convicciones y decidir cuándo hacerlo.
Ya no solo hablamos de la verdad, sino de la posverdad. Parece una creación de sentido más elegante que la mentira. Nada podría adquirir validez más allá del discurso que elegimos. Es un escenario relativo hasta que nos apropiamos de él. O simplemente, lo ponen a disposición convencidos de saber lo que queremos.
El presidente de México le recomienda al embajador norteamericano que permita el ingreso de sus conciudadanos a Estados Unidos. “Los mexicanos son mejores que los negros para los trabajos pesados”, le dice al enviado de Barack Obama. Para desviar la atención sobre las repercusiones virales del hilarante episodio, la principal cadena televisiva difunde videos de actos de corrupción de un gobernador de provincia. Sobre el final de la sátira política en la película de Luis Estrada, otro episodio comunicacional montado por el mismo grupo mediático permitirá reconvertir al mandatario corrupto en el nuevo presidente. Simplemente los votantes recibieron el mensaje que querían escuchar. La verdad pasó de manos como en una ronda de mates.
Señor, señora, si hay llegado hasta aquí, no se asuste. La dictadura del narcicismo nos ofrece múltiples opciones para ratificar nuestras búsquedas. Recuerde usted, no se trata de la dictadura típica. Aquí usted tiene la posibilidad de poder elegir. Está obligado a hacerlo. Una encuesta de la consultora Zubán & Córdoba elaborada entre el 29 de agosto y el 1 de septiembre, sobre 2500 casos, reveló que un 80 por ciento de los encuestados aceptaron que las redes sociales e internet son en general los principales medios que utilizan para informarse y un 73 por ciento aseguró que las campañas políticas no les hablan a “gente como ellos”. ¿A quienes les hablan entonces los políticos? 8 de cada 10 consultados ve televisión todos los días, incluidas las visitas a Netflix y Youtube. Un 42 por ciento escucha la radio y el 80 por ciento ingresa habitualmente a Facebook. Los más jóvenes elevan el uso de plataformas como Instagram y Tik Tok. Ya no se trata de ver o escuchar, sino de navegar. Podemos estar horas en un mismo ámbito, vinculándonos con esa oferta reducida y al mismo tiempo infinita. Nos relacionamos con lo que nos ratifica, ofreciendo nuestros cookies para que esa mirada que jamás nos interpela, nunca termine.
Las convicciones requieren a veces de la invisibilización y hasta la negación de los deseos de los otros. Se los estigmatiza o ridiculiza. Las mujeres no pueden garchar o los pobres vivieron la falsa la ilusión de poder comprarse un televisor. El político rival aparece en las fotos con gestos torpes o irascibles. Los métodos suelen ser aún más severos en mujeres o minorías. La dictadura del narcisismo se ratifica también en las matrices de la segregación y solo escapará de ellas si así lo exigen las estelas que dejan tus páginas visitadas, las palabras de búsquedas, nuestras verdaderas intenciones.
Si llegó hasta el final, quizás habrá experimentado la cada vez más extraña oportunidad de no haber leído lo que esperaba. Cada palabra podría llevarnos a tantos mundos como fuera posible. Limitados, claro, por nuestras voluntades libradas a etiquetas y búsquedas. Pero usted tiene el poder de elegir lo que le gusta. Créame, con solo decir que tiene calor le ofrecerán los mejores aires acondicionados. Si no puede pagarlos, solo dígalo. Encontrará los mensajes adecuados para confirmar que vivimos en un país inviable, con productos demasiado caros. En la Dictadura del Narcicismo usted, solo usted, tiene la razón.