Día de la radiofonía argentina: “¿Escuchaste hablar de la radio?”

Por Pablo Callejón

Me quedé pensando en unos tipos felices reunidos frente al Majestic. No parecía haber nada extraño en aquel encuentro de amigos sobre la avenida de Mayo. Debo suponer que eran amigos y no un grupo de turistas extranjeros jactándose de este final de agosto que parece anticipar la primavera. Foráneos no eran. Murmuraban con un acento porteño, de lunfardo. No logré distinguir de qué hablaban y me pregunto por qué debería importarme. Voy cruzando Libertad y Suipacha hasta llegar a Esmeralda. El Tortoni está casi vacío. Pido un café y el programa de la noche. El mozo me cuenta que están armando una peña, un encuentro de tangos. Los sonidos del bar no impiden escuchar los ruidos de la arteria en plena tarde. Las voces, el andar de los autos, los pasos apresurados de peatones. Un hombre me observa jugando sobre el mantel con dos saquitos de azúcar y un atado de Caravanas. Lo saludo con una mueca indiferente. Parece interesado en contarme algo. Se presenta como el doctor Enrique Telémaco Susini. Lo invito a sentarse, pero se niega amablemente. Con la misma risa de los tipos felices frente al hotel de fachada europea, simplemente me pregunta: “¿Escuchaste alguna vez hablar de la radio?”

“Señoras y Señores: la Sociedad Radio Argentina les presenta hoy el Festival de Richard Wagner” Aunque me acerco al parlante del equipo de radioaficionado, debo concentrarme demasiado para descifrar el relato. Habla el médico del bar junto a un grupo de amigos reunidos como los locos de la azotea. Un empleado del Teatro Coliseo intenta descifrar cómo es posible emitir palabras y acordes musicales a través de un transmisor de 5 vatios colocado sobre el techo. El equipo utiliza una válvulas marca Metal, que Susini logro traer de un viaje a Francia. Suena Wagner y no está mal. Todo debía ser inconmensurable y encantador aquella noche. Sin darme cuenta, habían pasado tres horas asombrosas. Se repetirán durante 19 días con óperas como Aída y Rigoletto, de Verdi. Ya es muy tarde, la luna rueda por Callao y las callecitas de Buenos Aires tienen ese no se qué. Pido otro café y le ruego al mozo que suba el volumen de la radio a válvulas. Me encantan los Pérez García. Nadie tiene más problemas que ellos. Don Pedro y Doña Clara se nos parecen. Luisa y Raúl son dos casos aparte. Si golpeas la puerta en cualquier casa a las 20,15, no te atiende nadie. Están todos frente a la Vinca, como alrededor de un fogón donde nadie desconoce la letra. “Mozo, ponga Nacional, que ya vienen Las dos carátulas” Después de algunos minutos, el “garzón” le da gusto al parroquiano sentado junto a su mujer. Con solo cerrar los ojos pude entrar a la sala del teatro. El drama es envolvente, conmovedor. Me despierto con los ojos vidriosos y el café tibio sobre la mesa de madera oscura. Escucho ahora muchas voces, aplausos, risas en vivo. Alguien me dice que cortaron el ingreso a Radio Splendid. Hace algunos minutos comenzó La Revista Dislocada. El locutor califica de gorilas a los antiperonistas y la gente acompaña con la lealtad de los pies húmedos en la fuente. Me acerco a la barra de El Estaño y pregunto si puedo sintonizar la radio. Nini Marshall, perdón me refería a Cándida, le canta las cuarenta a la inflación, Luisito Sandrini nos dice que el futuro se hace hoy y el locutor de Radio Rivadavia anuncia el inicio del show de Cacho Fontana. Que voz, el tipo nació para esto. Pido otro café, debe ser el quinto de la mañana. La gente escucha radio por la tarde, pero Cacho nos puso el mundo al revés, patitas para arriba. Disculpen, sigo buscando. Un tipo me grita que “frene ahí”. De Argentinísima a Rapídisimo. Héctor Larrea parece entrevistar a un hombre importante del Gobierno. El poder necesita de la radio, se referencia en ese lugar donde todos escuchan. Alguien de una mesa de atrás pide La Gallina Verde. En ese extraño nombre se descubren los relatos María Elena Walsh, Miguel Brascó y Canela. Se ha hecho muy tarde, aunque recién empieza el día. Miro el reloj y no hay tiempo, ni agujas que persigan la voluntad de un paso monótono y preciso. Es apenas el Show del minuto y está hablando Borges. Sí, Jorge Luis Borges. Lo entrevista un tal Guerrero Marthineitz, creo que así se pronuncia.

Pido la cuenta, los clientes del bar ya no son los mismos. Se visten extraños, con pelo largo. La libertad se esfuma como la arena del mar. Hay más vacío en las calles, más tensión en el ambiente y menos aire para respirar. Me siento agobiado por una noche larga, infinita. Vuelvo temprano a casa, casi no salgo. Alguien habla de la guerra, lo contaron los locutores que ahora también salen por la tele. Las historias no solo se hablan, parece que además se pueden ver. Sin embargo nada, ni siquiera una pantalla que podes llevarte a casa, logra hacernos olvidar la tentación de querer encender la radio.

Antes de volver a casa voy al Esquinazo. El dueño del bar me pide que me siente atrás, ya no queda lugar. La gente mira la televisión pero escucha la radio. Maradona ridiculiza a los jugadores ingleses que dormitan apilados sobre las tierras de Mariachis. Víctor Hugo nos dice que se trata de un barrilete cósmico y le creo. Basta verlo apretar con fuerza la camiseta argentina para saber de qué planeta vino. Solo Fioravanti me emocionaba tanto como el uruguayo. Pero el gol olímpico de Grillo no podría valer nunca una copa del mundo. El Opera está cerrado, me dirijo despacito a La Barraca. Ahora puedo escuchar la radio mientras camino. Si le contaba esto al doctor Susini se hubiera reído a carcajadas con sus amigos. Paso de Víctor Rapetti a Osvaldo Wehbe, un poco de Jorge Alejandro Cardenas y algo de Nicolás Florio. Mabel Sánchez, Beatriz Caggiano, Luisa Luján, Norma Simons, Alfredo Dilena, Fernando Mendiri… otra vez se va la onda, debo estar pasando cerca de una antena. Elijo la mesa sobre calle Colón. La vida transcurre a menor velocidad que en la avenida Constitución. El cortado ahora me lo traen con medialunas. Habla Julio Girard y me convence. Jorge Olivera, en cambio, te canta la justa. ¿Cómo habrían sido las noticias antes del boletín de Olivera? Aldo Caseros podría haberlo explicado, siempre lo explica todo. Una vez pedí permiso para ingresar al auditorio de la radio y me pareció haber regresado a El Mundo, con la orquesta de Lucio Demare y ese locutor que podría engatusar a todo el público. Disculpen, creo que es el momento de Eduardo Muzzio y Miguel Musto. Presumo que fue precisamente él, don Musto, quien me habló de un tal Lalo Pinasco. Pido una taza de leche con algunas gotas de café. Lágrima le dicen. La radio ahora se escucha mejor, sin interferencias. Aprendí a usarla con alguna dificultad, aunque una vez que le agarras la mano a los botoncitos nada resulta más simple. Disculpen ustedes, quiero volver a concentrarme. Vicky Sagarnaga Lopez es un encanto. La música se describe en historias y en cada una de esas vivencias hay una banda de sonido que representa casi al unísono la extraña combinación de dolores y alegrías. Un tal Guillermo Geremía Geremía parece que me quiere contar cómo fueron las cosas. Si hubieran escuchado a su papá, como lo hice yo, sabrían que la vida se entiende mejor desde el tango. Todo pasa muy rápido, creo que demasiado. Estoy cansado, algo más viejo. Quisiera volver al Tortoni y esperar al médico de los ojos saltones. Me hubiese gustado responder a su pregunta. Creo que esta vez sí, don Enrique. Ahora sé lo que es la radio.