El fiscal le dictó la prisión preventiva al falso médico y seguirá alojado en la Cárcel

El fiscal Pablo Jávega le dictó la prisión preventiva a Ignacio Martín, el falso médico del COE, quien seguirá alojado en la Cárcel de Río Cuarto. Ahora se abre una instancia de apelación ante el juez de Control si así lo resuelve la defensa.
El pasado 18 de febrero, por videoconferencia, el falso médico se abstuvo de declarar durante la indagatoria ante el fiscal de Primera Nominación.
Por ahora, Martín está imputado por uso ilegal de documento público, uso ilegal de título, ejercicio ilegal del arte de curar y ejercicio ilegal de una profesión. Jávega no incorporó una eventual acusación por homicidio por dolo eventual, tras la denuncia de la familia de un paciente fallecido.

LA HISTORIA “DEL POLLO” DEL CAZADOR Y EL CORAZÓN QUE RESISTIÓ A LA FARSA

Por Pablo Callejón

En los pasillos del Centro de Salud se referían a Ignacio Martín como “el pollo de Almada”. Tenía las llaves de la unidad móvil sanitaria de la Provincia y la manejaba a su antojo. A los presuntos 24 años era uno de los integrantes de la mesa chica del COE y mostraba una especial predisposición en cualquier horario. Martín no era un hombre de excusas, ni siquiera después de largas jornadas de batalla de campo contra el Covid. Hablaba como un médico, incluso durante las charlas de descanso, cuando abandonaba la oficina que habían preparado especialmente para él. En uno de esos breves momentos de distensión acompañados de café, Martín le confió a otro especialista que estaba trabajando como residente en el área de cirugía del Hospital Córdoba. La conversación duró algunos minutos más, pero el dato no pasó desapercibido. El trabajador de la salud se comunicó unos días después con algunos colegas del nosocomio cordobés y les comentó sobre la joven promesa del COE. Ninguno de los cirujanos recordaba haberlo visto alguna vez. Solo para calmar su curiosidad, el médico le informó a la responsable de los S24 sobre la charla y la información llegó a manos del secretario de Salud Marcelo Ferrario. Martín estaba a solo un paso de convertirse en personal contratado del municipio. La consulta ante el Colegio de Médicos de la Provincia reveló lo impensado: la matrícula que había presentado pertenecía a una mujer y el número de documento había sido falsificado. Intencionalmente o no, alguien filtró la información antes de que pudieran dar con el impostor. Martín tomó las llaves de la ambulancia oficial para regresar en apenas dos horas a Córdoba. Era el martes 22 de diciembre y la orden desde la capital fue que la denuncia judicial nunca tomara conocimiento público.

Daniel González sentía que se le cerraban las costillas esternales. Cada vez tenía más problemas para respirar y caminar algunos pasos se había convertido en un complejo desafío. A los 62 años, apenas podía cambiar el aire. La primera ecografía indicaba que tenía comprometidos los pulmones y el médico le sugirió a la familia comunicar la situación al COE. Daniel ya se había sometido en el Hospital a un hisopado y el resultado “había sido dudoso”. Hicieron un segundo análisis pero aún no contaban con el informe. Yasmín recordó que su papá no podía dormir de noche por el dolor en el pecho y la falta de oxígeno. Se comunicaron con el 0800 del municipio y tras una breve consulta telefónica acordaron la visita del personal de salud. Por la mañana del 16 de diciembre arribó un especialista que constató el cuadro sanitario de Daniel pero evitó realizar un diagnóstico. Solo les advirtió que debía ser trasladado. Por la tarde, la ambulancia encendió las sirenas varias cuadras antes de llegar al domicilio de barrio Jardín Norte. Los vecinos se agolparon en la calle y observaron bajar a un joven médico acompañado por dos enfermeros. Los auxiliares tomaron la presión y el flujo de oxígeno, mientras el especialista le informó a Daniel que enfrentaba un cuadro de Coronavirus. Los dolores en el pecho no cedían y el doctor resolvió cambiar la medicación que le habían recetado dos días antes. La nueva prescripción incluía Amoxilina Duo y Acido Clavulánico, junto a una dosis de Paracetamol 500 mg para consumir “cada 8 horas, según necesidad”. La receta llevaba el sello y la firma del doctor Ignacio Nicolás Martín, Centro de Operaciones Tácticas del COE, matrícula 42678/9. El joven de guardapolvo blanco tenía un rostro casi adolescente, pero hablaba con un tono convincente. Dispuso no trasladar a Daniel y se comprometió a una visita diaria durante las cinco jornadas de medicación. La mañana siguiente, Yasmín subió al auto con sus hijos, sus hermanos y su madre. Todos se condujeron al Parque Sarmiento donde se encontraba la unidad móvil del Operativo Identificar. El resultado negativo de cada uno de los test rápidos sumó incertidumbre en el hogar de los González. ¿Cómo podría su padre enfrentar un cuadro tan grave de la enfermedad y no haber contagiado a ninguno de los integrantes de la familia a pesar de haber mantenido un contacto estrecho sin interrupciones? Yasmín quería consultarlo con el doctor Martín, pero el joven nunca volvió. La mujer comenzó a llamar al COE para saber cuándo controlarían la situación de su padre y solo recibía como respuesta frases evasivas. Durante cinco días Daniel tomó rigurosamente la medicación aunque su cuadro no mejoraba. Apenas podía respirar y no lograba caminar dos cuadras sin el auxilio de un lugar donde sentarse. Al quinto día, Yasmín pidió enojada una contestación. La atendió una médica que decidió sumar el DNI de su padre al sistema. El segundo hisopado también había sido negativo: nunca tuvo Coronavirus. A pesar del dato revelador, la especialista le pidió que “concluyera la medicación y se determine el alta”. Daniel estaba cada vez más grave y su hija se comunicó nuevamente con el médico privado. El especialista ordenó realizar una eco doppler en forma urgente. El estudio confirmó que Daniel tenía tres arterias tapadas y corría un alto riesgo de sufrir un ataque cardíaco. El informe detalló, además, que el paciente había sufrido previamente un infarto. Estaba milagrosamente vivo. Contrarreloj iniciaron las gestiones para obtener los stent. Yasmín precisó que la médica del Hospital los atendió sin turno debido a la gravedad del cuadro. Ya habían transcurrido 10 días desde aquel fallido diagnóstico y nadie del municipio volvió a comunicarse con ella. “Ya sabían que este médico era falso pero nunca nos avisaron. Si mi papá se hubiera muerto iban a decir que fue por Coronavirus. No revisaron las planillas para saber a quienes había atendido y cómo estaban esos pacientes. Nos abandonaron. El Estado nos abandonó”, afirmó la joven al recordar aquellos días de dudas y temor. Daniel debía aguardar la fecha de operación, pero contaba, al menos, con un control adecuado de su estado de salud. En el mediodía del 27 de enero, no lograron salir del estupor. En Telediario realizaban una entrevista al concejal Carlos Ordóñez sobre la sospecha de un falso médico en el COE. La imagen fue elocuente: se trataba del mismo joven de gestos seguros y prolijo guardapolvo blanco. Yasmín miró a su papá y respiró aliviada. El 5 de febrero Daniel ingresó al quirófano para someterse a la primera de tres operaciones cardíacas. Le colocaron un stent y en apenas 20 días, le insertarán otra endoprótesis vascular para lograr abrir las arterias obstruidas. Los González admiten que, a pesar de todo, vivió para contarla.

Ignacio Martín llegó a Río Cuarto junto al “cazador de virus” Diego Almada, el viceministro de Salud Pablo Carvajal y un teniente coronel relacionado a la logística del COE. El joven médico no debía ganar la confianza, la ostentaba por pertenencia. En medio del mayor brote de Coronavirus en Río Cuarto, la orden fue designar a Martín a cargo del Centro de Operaciones Tácticas. Se trataba de un área sensible y estratégica para definir la asistencia sobre los pacientes Covid positivos y aislados, resolver derivaciones y vigilar a personas en aislamiento. Le designaron una oficina que fue especialmente preparada. Contaba con computadoras, un celular personal para realizar videollamadas con afectados de la enfermedad y un tablero control en un televisor de amplias dimensiones donde podía seguir la logística de la distribución de las camas, pedidos de hisopados y flujo de contagios. Martín conocía con precisión el ABC del protocolo anti Coronavirus. Con eso le bastaba para evitar cualquier sospecha. En realidad, exhibía el guiño de Diego Almada, el máximo responsable del COE Río Cuarto, quien había logrado desplazar al director del Hospital Carlos Pepe de la conducción del organismo.

La baja en la cantidad de contagios impulsó un nuevo traslado de Almada, aunque Martín pidió quedarse. La falta de médicos en las guardias le abría una oportunidad para radicarse finalmente en Río Cuarto, la ciudad donde se encontraba particularmente a gusto. Durante noviembre y parte de diciembre le asignaron varios turnos en los centros municipales, lo que le permitió recaudar unos 80 mil pesos, según informó el fiscal Ricardo Muñóz. El flamante vínculo laboral le permitió ostentar un número que finalmente era real: el 1204320 de la lista de proveedores activos de la Municipalidad de Río Cuarto, bajo el rótulo de servicios profesionales médicos. Aún hoy, Ignacio Martín mantiene el alta formal en los registros oficiales. La confirmación de un lugar más estable en los S24 era cuestión de tiempo, poco tiempo. Sin embargo, el joven de carrera vertiginosa y brillante habló de más en aquella charla de café. Nunca lo habían visto recorrer los quirófanos cordobeses y la estructurada maraña de mentiras perdió unos de los naipes que sostenía el castillo. Advertido sobre la situación, Martín volvió a Córdoba y durante un mes nadie supo de él. Hubieran preferido que se lo tragara la tierra para evitar el papelón que convirtió a las estructuras oficiales de Salud en el escenario tragicómico de un relato del realismo mágico. La Justicia también jugó al distraído hasta que la noticia los expuso en otro capítulo tradicional del temor a investigar casos que involucran al poder. El joven fabulador de apenas 19 años fue detenido el miércoles en su casa. Le encontraron un maletín de médico, un guardapolvo blanco, algunos medicamentos y cinco plantas de marihuana. Pocas horas después regresó a Río Cuarto con el rostro tapado y la custodia de dos policías de civil. Esta vez el destino fue menos acogedor en el interior de la celda carcelaria. Resulta difícil imaginar si la escena implica el ordinario y previsible final para un relato de novela o comienza a escribirse la imprevisible historia de los que intentan evitar un rol protagónico en esta farsa.