Donde cada quien, es cada cual

Por Pablo Callejón

“Si la familia no es parte del proceso, aunque le estés ofreciendo una casa sentirán que los estas echando” Hace unos 20 años, la frase de un funcionario del área social del municipio sirvió para explicar la resistencia de muchos vecinos a ser relocalizados. Algunos habían nacido en esa sinuosidad de casas envueltas en nylon y viejas chapas. Crecieron frente al lecho de agua que expulsaba el hedor del basural en verano y despertaba por las mañanas con una corriente de agua oscura. Podría no ser el mejor lugar, pero lo sentían propio. En esa casita, frente a ese río y con aquellos vecinos, adquirían identidad, sabían quiénes eran. En sus nuevos hogares algunos murieron de tristeza. Los más viejos no aguantaron. El desarraigo les apretujó el corazón hasta bloquear las arterias que unen el músculo con la memoria. Murieron lejos de la villa donde habían parido la historia que los visibilizaba. En esa vecindad de casuchas y carros donde compartían la misma vida de pobreza y afectos.

Guido Giana calificó a las familias que ocuparon su tierra en Guernica como “violentos que quisieron marcar la agenda”. El concejal de Juntos por el Cambio en el municipio de Presidente Perón, es propietario del campo de 300 hectáreas que fue usurpado durante varias semanas. Giana aseguró que detrás de esa postal de mujeres amamantando en un habitáculo estrecho de vetustas maderas, se preveía “un gran negocio”. El avance de cuatro mil policías fuertemente equipados sobre el asentamiento que resistía a fuerza de piedras, convirtió rápidamente en cenizas las precarias viviendas. Los fiscales se sacaron selfies frente al despliegue de violencia represiva y las publicaron en sus redes sociales. Minutos después, el ministro de Seguridad Sergio Berni se apuró en tuitear una respuesta al periodista Miguel Clariá, a quien le había prometido garantizar el derecho a la propiedad privada. El regocijo alcanzó su máxima expresión en la publicación de Garret Edwards para el sitio Infobae. El “director de Investigaciones Jurídicas en Fundación Libertad” afirmó que había sido “Un día feliz para la Argentina”.

Los medios apresuraron la difusión de un supuesto beneficio económico “para los usurpadores”. En realidad, era una vieja ley del año 2003 que implicaba una asistencia para evitar que los desalojados no tengan un lugar para dormir. Ese subsidio nunca fue entregado, según reconoció el gobernador bonaerense Axel Kicillof. Las explicaciones llegaron demasiado tarde. El discurso mediático hegemónico describió a los usurpadores como ventajeros manipulados por organizaciones de izquierda. Se los redujo a las voluntades de los otros, sin hurgar demasiado sobre las necesidades reales que los expulsaron a arriesgar sus vidas en la ocupación de la tierra.

En Río Cuarto, hay 16 asentamientos que aumentan cada año su densidad poblacional y dimensión geográfica. Sin planes oficiales del Estado, la adquisición de un terreno es utópica para familias que viven de la changa y enfrenta la difícil misión cotidiana de garantizar, al menos, una comida caliente. La solidaridad de los vecinos facilita el arribo de nuevas familias en terrenos aún vacíos. Solo basta la aceptación de algún dirigente, el aval de la responsable del comedor y el guiño de los que “mantienen la tranquilidad del barrio” para permitir que otros afectados se radiquen. Algunos y algunas son hijos de los relocalizados. Ya no tienen más espacio en las casas entregadas hace dos décadas y vuelven al lugar que debieron abandonar sus padres. La secuencia histórica del proceso no solo revela la imposibilidad de acceso a la casa propia, sino la estructural dinámica de empobrecimiento que trasciende a varias generaciones de riocuartenses.

En la Argentina hay 3 millones 700 mil hogares con dificultades habitacionales, donde viven unos 12 millones de personas. Las más afectadas son quienes residen en sector vulnerables, donde la informalidad se dirime muchas veces en forma violenta. Los presupuestos para planes de casas fueron desplomándose en los últimos años. En Córdoba, desapareció el cuestionado Hogar Clase Media y solo siguen en pie algunos programas de refacción, como el Vida Digna. La realidad en el país no es menos compleja. Según un informe del 2019 elaborado por la Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia, los fondos para los programas de vivienda de la Nación se redujeron en términos reales un 47 por ciento entre 2018 y 2019. Además, se proyecta una disminución del 79 por ciento, entre 2018 y 2020. La organización advirtió sobre la “casi desaparición” del presupuesto para la construcción de viviendas sociales, lo que eleva a casi cuatro millones de hogares sin propiedad, según el informe de la Confederación de Pymes Constructoras.

La imposibilidad de acceder a una casa propia golpea fuertemente en la infancia. Más de la mitad de niños, niñas y adolescentes son pobres. La Universidad Católica Argentina reveló que casi cuatro de cada 10 pibes habitan en viviendas precarias y un tercio, reside en hogares sin un servicio sanitario en condiciones. Además, más del 50 por ciento vive expuesto a la contaminación.

El impacto de la crisis habitacional también asfixia a la clase media. Más de 8 millones de personas y casi el 20 por ciento de los hogares, destinan entre el 40 y el 50 por ciento de sus ingresos para pagar el alquiler. En medio de la pandemia, más de un millón de familiares tuvieron dificultades para enfrentar la cuota mensual y un 75 por ciento debió endeudarse para pagarla, según señaló una encuesta de la Federación Nacional de Inquilinos. El 51 por ciento de los afectados no tuvo más opción que hacer uso del decreto que congela alquileres y prohíbe desalojos debido al desplome de sus ingresos.
Sin créditos inmobiliarios razonables y con un amplio sector de la población por fuera de los formalismos que exigen alternativas como el plan Procrear, la problemática se agudiza. La crisis sanitaria expuso a través del Ingreso Familiar de Emergencia que hay al menos 10 millones de argentinos que no reciben asistencia del Estado, pero tampoco forman parte del circuito formal de la economía.
La falta de respuestas razonables derivó en la agonía de miles de familias que debieron apelar a los créditos UVA como única alternativa para adquirir sus casas. Hoy están sometidos a un sistema usurario que fue promocionado por el Estado. El plan orquestado por el gobierno de Mauricio Macri derivó en una férrea defensa de las condiciones que garantizan las utilidades bancarias y ponen en jaque el pago de los créditos para los adjudicatarios. Con una inflación agobiante y condiciones leoninas, el préstamo se revela como una estafa moral y social a punto de estallar.

La referencia clasista que minimiza a los pobres a holgazanes que aguardan la dádiva del Estado se consolida en la construcción comunicacional. No se trata de medios periodísticos, sino de grupos económicos que defienden la conceptualización donde se fundamentan las desigualdades. La discriminación aumenta sobre la mujer y minorías vulnerables, como las poblaciones inmigrantes y trans. Les endilgan a los pobres ser solos sujetos de la manipulación. Intentan desprenderlos de sus deseos y necesidades. Sus miradas sesgadas los llevan a reprochar la presencia de una vieja antena de Directv sobre miserables casas de maderas. Advierten que los humildes deben soportar una pobreza inmaculada para la conciencia colectiva. Se preguntan en qué gastarán la limosna que lanzan a través del vidrio entreabierto de sus autos y no ocultan su fastidio si los pobres cuentan con un celular. Ese prejuicio de clase los horroriza cuando en tiempos de mayor bonanza, los que menos tienen pueden acceder a un televisor, mejores zapatillas y hasta unas vacaciones.

La crisis habitacional se expande por la conflictividad económica y sanitaria. Nadie quiere usurpaciones, mucho menos los pobres. Las familias que huyeron de las balas policiales en Guernica no esperan eso de la vida. La pertenencia a un lugar es un derecho humano vulnerado históricamente. Y a veces solo queda la empatía de los que menos tienen. En esas casuchas de barrios entrelazados por calles indivisibles, donde al final del día cada quien, es cada cual.