¿Hay algún pobre por acá?


Por Pablo Callejón Periodista

La filósofa española Adela Cortinas creó el concepto de la aporofobia para definir el odio de un sector social hacia los pobres. Quienes conviven con esta fobia, consideran que las personas vulnerables nada pueden aportar a la sociedad y se convierten en una pesada carga para el resto que “trabaja todos los días”. El rechazo se expresa con insultos, posteos agresivos en redes sociales y hasta la violencia física. Un hombre se filma quemando a un indigente dormido entre harapos debajo de un puente, una directora de escuela advierte en su Facebook personal que un adolescente armado expresa “lo que lleva en la sangre” y un votante fotografía a una joven autoridad de mesa con piel morena y gorra, como señal de advertencia ante un posible delincuente. Es la sintomatología de un odio visceral.

Los dueños reales de los recursos económicos y la clase media con ínfula aspiracional, suelen evitar esa mirada de segregación si los pobres son niños ó ancianos. Allí surge una señal contemplativa, que puede alcanzar la caridad de lo que les sobra.
Los pobres son vistos como vagos, ventajeros, influenciables y potencialmente “choros”. Hasta se generan dudas sobre la capacidad de elección de los marginados y excluidos en función de sus propios intereses. El cantante de tangos macrista Raúl Lavie, confirmó su creencia “en el voto calificado” y argumentó que “la gente se convence fácil por el discurso y hay también una falta de preparación cultural”. Para el morocho de la noche porteña, que los jóvenes del Conurbano inmersos en la pobreza tengan derecho a voto resulta “peligroso para la Democracia”.

La construcción “parasitaria del pobre” se revela, según esa mirada clasista y discriminatoria, en que “las mujeres se embarazan para cobrar un plan”, “no tienen para comer pero se compran un celular”, “no trabajan porque no quieren” y “tienen todo gratis: salud, bolsones, un colchón y hasta se cuelgan de la luz”. Si en una precaria casa con techos de nylon y niños jugando descalzos sobre la tierra húmeda aparece la imagen de una antena de Direct TV será motivo suficiente para asegurar que “estos no se privan de nada”, aunque se priven de todo.
En el imaginario despectivo sobre los pobres no alcanza con ocultarlos. Hay un germen viciado por los odios que busca hacerles sentir un enojo revulsivo.
Las reacciones no se ocultan ni se disimulan. Se vomitan impunemente a través de las redes sociales con el convencimiento de no sentirse solos, aunque el vínculo con el celular ó la computadora les impida ver las caras horrorizadas de los que leen sus posteos.
“Si sos pobre utilizá esto (foto de preservativo)”, sostuvo una de las imágenes compartidas por la docente y ex concejal de Huinca Renancó enojada por el triunfo electoral de Alberto Fernández. La maestra les advirtió a quienes quisieran escucharla que no la vayan a buscar si quieren limosnas para los pobres del Chaco y calificó a los votantes del Frente de Todos como “esclavizados”.No fueron pocos los que manifestaron debajo del link de Telediario en la entrevista a un vendedor ambulante senegalés, sus intenciones de mandarlo de una patada de regreso a Africa. Cómo en la Europa fascista, señalaron que Bamba y sus amigos vinieron “a quitarnos nuestro trabajo y a no pagar impuestos”. Revelaron un claro convencimiento sobre la prohibición a los extranjeros pobres a defender sus derechos ciudadanos.

Noam Chosky advirtió que el capitalismo moderno promueve “una mezcla de enfado, miedo y escapismo, donde ya no se confía ni en los mismos hechos”.
“El neoliberalismo existe, pero solo para los pobres. El mercado libre es para ellos, no para nosotros. Esa es la historia del capitalismo. Las grandes corporaciones han emprendido la lucha de clases, son auténticos marxistas, pero con los valores invertidos. Los principios del libre mercado son estupendos para aplicárselos a los pobres, pero a los muy ricos se los protege. Las grandes industrias energéticas reciben subvenciones de cientos de millones de dólares, la economía high-tech se beneficia de las investigaciones públicas de décadas anteriores, las entidades financieras logran ayudas masivas tras hundirse… Todos ellos viven con un seguro: se les considera demasiado grandes para caer y se los rescata si tienen problemas”, fundamentó el politólogo norteamericano.

El negacionismo sobre los derechos de los pobres hace presumir que los subsidios son solo para ellos y no para los ricos. Está mal que se destinen 2652 pesos por cada hijo pobre pero es de vivos derivar 22 mil 700 millones de dólares a la fuga de capitales. El prejuicio cultural nos hace presumir que provoca mayor repudio el robo de un quiosco que la evasión de impuestos. Y es que el delito, como la pobreza, tienen su status.
“Los ricos y poderosos no desean un sistema capitalista. Lo que quieren es el control de un Estado niñera en el que cuando tengan problemas les rescate el contribuyente”, advirtió Chomsky, como un deja vu del salvataje que realizaron los gobiernos centrales de los bancos que habían creado y dejado estallar la burbuja inmobiliaria del 2008.

Entre 2017 y 2019 las denuncias por discriminación por situación socioeconómica no superaron el 2% del total. Para el Inadi, “esto no quiere decir que no haya discriminación, sino todo lo contrario: está naturalizada, no se denuncia”.
Los agoreros de la xenofobia confían en la meritocracia, el resultado de un mundo que recompensa a los que “realmente lo merecen”. Son valores asociados a la competencia en el esfuerzo por el trabajo, la inteligencia y las habilidades. Un análisis donde se minimiza el impacto del sistema de clases del capitalismo, la reproducción social que premia y castiga con leyes del mercado, los amiguismos, las herencias de los más beneficiados y las bases estructurales de los pobres.
Hace algunos años, la empresa General Motors difundió un spot publicitario para su nuevo modelo de Chevrolet, en el que retrata un mundo de “meritócratas” donde “toda persona tiene lo que se merece”. Es la misma multinacional que recurrió al Estado para poder desarrollar en la Argentina una versión del automóvil Agile porque la crisis internacional le había devorado las ganancias. Son meritócratas, pero no comen vidrio.

“¿Hay algún pobre en la sala?” se preguntó Mayra Arena en el salón colmado de la Sociedad Rural, durante el congreso de FADA. La estudiante en Ciencias Políticas se convirtió en una analista profunda de las barreras sociales que someten a los pobres en los régimenes neoliberales. Para entender no tuvo que escuchar a parroquianos de traje y corbata en un diálogo filosofal sobre las miserias del sistema. Mayra nació y creció en un hogar donde sobraban las urgencias.
“Es mentira que el pobre es pobre porque quiere. Esa vida uno la naturaliza porque es la única que conoce”. En Río Cuarto, ser pobre implica quedar muchas veces expuesto a detenciones policiales ó estar impedidos de acceder al centro de la ciudad. Son naturalmente sospechosos por portación de rostro y gorras como las de Brian. La desigualdad promueve la violencia y aumenta los obstáculos de la maldita meritocracia.
“Uno se empieza a dar cuenta de que es pobre cuando entra en el sistema escolar. Y la violencia empieza a ser una forma de vengarse de los demás por todo eso que ellos tienen y uno no. Incorporamos erróneamente la idea de que cuando somos violentos nos tienen otro respeto. Porque cuando uno empieza a ser violento, te dejan de preguntar por qué tienes las zapatillas rotas, por qué tu mochila es tan vieja, por qué nunca traes lo que pide la seño”, reflexionó Mayra.

En la Argentina, 15 millones de personas son pobres y más del 50 por ciento de los niños hasta los 14 años conviven en la pobreza. Son víctimas del sistema en el que residen familias con niveles de vida europeos y hogares donde no alcanza para el alimento diario. Sin embargo, a los pobres se los culpa por ello. Están en esa condición “porque no quieren trabajar y prefieren todo de arriba”.
Cada uno de nosotros votamos pensando en nuestros intereses y el de nuestras familias aunque está mal visto si los pobres lo hacen. Incluso, si esa voluntad se reduce a poder comprar un televisor, un celular, zapatillas nuevas ó el primer auto usado. Ninguna de esas opciones les quitarán su rol de pobres estructurales. Pero a las clases medias y altas les cuesta ver al pobre como un sujeto de deseo.

En los últimos meses se multiplicaron las copas de leches y comedores barriales, creció la pobreza que nos interpela y se vaciaron los discursos que prometían reducirla a cero. A medida que aumentaron los pobres, se incrementaron las manifestaciones que buscaron descalificarlos. Es el mandato de aporofobia que pretende ocultar los miedos más oscuros y las razones para verse fortalecidos desde el anonimato cobarde de las redes sociales. Disculpen ustedes, pero ¿hay algún pobre por acá?