
Privilegios
Por Pablo Callejón
Eliana le prometió a la mujer que vestía de gala frente al amor de su vida que nunca más la llamarían por el nombre que aparecía en el documento. Se lo juró a la mujer que era, la prometida que en las escalinatas de la Municipalidad tomaba de la mano a Osvaldo mientras caían sin alcanzar su destino las balas de plomo de los fundamentalistas del odio. Tres años después, la mujer que subía hasta el último piso del Palacio de Mójica para abrir su oficina todas las mañanas, recibió el acta de nacimiento con su verdadera identidad. Estaba rodeada por otras compañeras que levantaban el documento del Registro Civil como si fuera un diploma del secundario. Al regresar a su casa en las 400 Viviendas, la entrevisté para reconocerla en las luchas que aún quedaban pendientes. “Pablito, nos queda mucho por hacer pero las travas no vivimos tanto”, me respondió. Eliana falleció el 8 de febrero de 2014 con solo 46 años. El parte médico habló de un paro cardiorrespiratorio por muerte súbita. Había alcanzado el privilegio de haber superado el límite del promedio de vida para las mujeres trans de su generación.
“Yo era un mariquita, el putito, el travesti. Siempre fui mariconcita, no tuve que elegir nada”, recordó la mujer que aceptó con calma el hostigamiento de sus compañeros de escuela. Los pactos de la soledad parecían ensañarse con las infancias trans. A veces era Belén y, otras veces, lo que el resto decidiera. Trabajó cortando yuyos en el campo desde los 7 años hasta dormir sobre un colchón sobre el piso, en una casona de cualquier barrio en Buenos Aires. A los 15 años, aún usaba pantalones de hombre aunque se maquillaba a escondidas de su mamá. Una tarde adolescente, decidió salir vestida de mujer. Los policías que la detenían se reían a carcajadas cada vez que las golpeaban con el cuerpo desnudo en el patio de las comisarías. A María Belén la apresaban por “exhibicionista” y la violaban porque querían. Y sobre todo, porque podían. Estaban ensañados. Si los uniformados calmaban sus impulsos de sexo y violencia, entregaban a las mujeres trans al resto de los presos. Cuando una de ellas prendió fuego un colchón para llamar la atención de las vejaciones que sufrían, los canas les inventaron causas más complejas. A María Belén la acusaron de andar con cheques robados. Tuvo tanto miedo que durante mucho tiempo no salió de su casa. Ni a los bailes, ni de compras, ni al médico, a nada. La mujer del pantalón ajustado y los tacones a prueba de veredas de tierra, abrió su propio negocio, adoptó a dos niños que eran violentados y hasta fue electa concejal. Esta vez, la muerte no tuvo el privilegio de llega a tiempo.
Mayra comprendió que nadie se salva sola. Sobre todo de noche, cuando los clientes las golpeaban hasta bañar los nudillos de sangre y resultaba prudente no dar aviso a la Policía. En esa mirada colectiva de la supervivencia, se hizo peronista. En realidad, su admiración era por Evita. Con el tiempo, comenzó a encontrarse con otras compañeras invisibles al sistema. Aunque los puñetazos les corrieran el rímel y les dejaran los pómulos hinchados durante días, debían regresar al Mogote para calmar el dolor por el hambre. El Estado solo necesitaba del Código de Faltas para hacerlas culpables de las cicatrices y el hedor de los abusos que sufrían. Mayra se fue a dormir muchas veces creyendo que moriría. Alguna vez soñó con una cama caliente, un amor que no hiciera tantas preguntas y manos que no se encerraran en un puño. Las “travas de Evita” se descubrieron como las sobrevivientes y algunas de ellas, aún gozan el privilegio de estar vivas.
Amber contaba los minutos hasta escuchar el último timbre de la escuela. Al llegar a casa, se secaba las lágrimas y se vestía con pollera y tacos. Era finalmente libre. Sus compañeros comprendieron los cambios mucho antes que el Estado. A los 9 años, Amber fue a renovar el DNI junto a su mamá Taty y la empleada del Registro Civil le pidió que regresara con la niña vestida de varón. Amber se negó y calmó a su madre. La historia se reveló en un posteo de Facebook y multiplicó las cadenas de solidaridad que obligaron al municipio de su pueblo a buscar estrategias de solución. La notificación formal llegó una mañana a través del correo oficial. Hoy, Amber es también Amber en su documento. Así la llaman cuando la maestra toma lista en el aula y en la sala de espera del Dispensario. El privilegio de que la reconozcan como es.
El nuevo discurso oficial habla de proteger aquello que odian y de prohibir lo que ya está prohibido. Los que exigen desde el Estado que las personas vivan su amor y su sexualidad “entre cuatro paredes” intenta desempolvar un tufo homofóbico que anticipa los actos de violencia. La libertad que pregonan es solo para las elites, en un catálogo de la moral que busca ensañarse con los más débiles. La prepotencia de los que se autocalifican como “personas de bien” y aseguran que perseguirán hasta eliminar a quienes piensan distinto. Para justificar la libertad con látigo en mano hablan de mutilaciones y prometen “cuida a los niños” de actos de castración. Ninguna ley en la Argentina habilita a que menores de 18 años puedan hacerlo. Solo construyen un relato agresivo y xenófobo, apelando al uso intencional de su propia ignorancia, mientras algunos otros cachorros de buenas personas piden que se eliminen los cupos laborales. Desean también que las personas trans no puedan verse como tales en las salas médicas o en la celda de una cárcel. Es el odio que antes las golpeaba con restos de mangueras en el patío gélido de las unidades policiales y ahora intenta ocultarlas de “la gente de bien”. Para que nunca olviden el privilegio de ser siempre sobrevivientes.
También te puede interesar

Se aprobó el subsidio municipal para los colectivos urbanos y Río Cuarto se sumará a la tarjeta SUBE
21 abril, 2022
“Con el aumento del deterioro social y la exclusión hay una suba del delito”
22 febrero, 2025