La belleza de la vida

Por Pablo Callejón

“¿No les parece mucho no hacer nada en este edificio?” se preguntó Mariano, hermano de Juan Politano, durante un acto recordatorio a 16 años de las explosiones en la Plata Piloto de la Universidad. En ese espacio donde pasó todo, no hay nada, “ni un lugarcito con algo, alguna foto para que los estudiantes que vengan sepan qué paso”. La memoria, y sobre todo, su construcción permanente, fueron interpeladas en las palabras de quienes asumen que el olvido es la peor de las consecuencias. Tanto tiempo después, por el sector caminan estudiantes que quizás no sepan que pasó. O al menos, no lo sepan todo. El lugar no les habla, no les dice. Para quienes no perciben en ese edificio el recuerdo por las muertes de Juan y los docentes Miguel Mattea, Gladys Baralla, Carlos Ravera, Damián Cardarelli y Liliana Giacomelli, el sitio se convierte en una abstracción. Es una estructura vacía y muda. Ya no existe un rigor judicial que obligaba a no tocar nada. Pasaron demasiados años, generaciones de pibes y pibas que quizás se preguntan que pasó, que no ven nada donde no queda nada. Ni una foto, “ni un lugarcito con algo”.


El doctor honoris causa de la Universidad, Vicente Zito Lema, afirmó que “el sentido del recuerdo es provocar la belleza de la vida”. La poesía a la que solía apelar para describir los dolores más profundos de los argentinos, fue una manera necesaria de resguardar la memoria frente a la rigurosidad absoluta de la muerte. Para muchos, el recuerdo solo subsiste cada 5 de diciembre. Es una postal efímera de una foto con claveles frentes a la inmensidad de paredes enmudecidas. Cecilia Allione, amiga de Juan, admitió que sentía “pánico cada vez que sonaba una sirena”. Ella percibió que al estudiante de ingeniería química y a los docentes que fallecieron por las quemaduras, “los descuidaron”. Juan “estaba estudiando, los demás laburando, y los descuidaron”. El pánico describe la memoria física y el dolor colectivo. Las sirenas que suenan a lo lejos despiertan los ruidos internos. Aunque el edificio haya quedado enmudecido, hay sonidos que ensordecen.
Lucas era un niño cuando falleció Gladys. “Tengo algunos recuerdos de mamá. Algunos vagos, otros un poco más precisos. Su oficina era la del aire acondicionado”, afirmó a 15 años de las explosiones. Lucas apuntó con su dedo índice sobre la carcasa oxidada de un viejo aparato de refrigeración en el primer piso del edificio. Ese elemento obsoleto tenía mucho sentido para él. Quizás debió tenerlo para todos. Allí trabajaba la madre del joven que le pedía ayuda en la primaria para resolver las cuentas de matemáticas. Pero, allí también estaba la investigadora que generaba orgullo por su capacidad de enseñar y generar ciencia. Al finalizar su discurso, Lucas lanzó un beso al aire en dirección a la oficina en la que trabajaba Gladys. Disculpen ustedes la insistencia, pero Zito Lema tenía razón, “el sentido del recuerdo es provocar la belleza de la vida”.
Para Claudio Ceballos, viudo de Liliana Giacomelli, es necesario un compromiso activo “para cuando ya no estemos algunos de nosotros”. El docente universitario planteó un desafío que ayude a trascender la memoria de los que hoy hablan y escriben. Cuando algunos no estén, cuando nosotros ya no estemos, será necesario que los lugares digan. Que los estudiantes, docentes, no docentes y graduados sepan de que se trata cuando transitan por esa calle que se extiende por el centro mismo del campus universitario. Que también lo sepan quienes retiran a sus hijos del jardín a metros de la Planta. Que no lo olvide la sociedad que deja bajo la custodia de la Universidad a sus hermanos, padres o madres.
El próximo 5 de diciembre se cumplirán 17 años de aquella mañana de sirenas ensordecedoras, con llamaradas de fuego que salían por las ventanas y corridas de estudiantes y docentes para salvar la vida propia y de los compañeros. La verdad judicial reveló que en la Planta Piloto habían ingresado en forma irregular 13 tambores con 2.300 litros de hexano para un experimento de extracción de aceites. La puesta en funcionamiento de una bomba centrífuga activó una fuente de ignición que derivó en las explosiones. El fallecimiento de Juan Politano y los investigadores se produjo tras largas horas y días de agonía. En el juicio oral que se desarrolló en los Tribunales Federales de Córdoba fueron condenadas las autoridades universitarias consideradas culpables por acción u omisión, del trágico episodio. José Luis Pinicini Miriam Ferrari, Sergio Antonelli y Edith Ducros recibieron penas de cumplimiento condicional, mientras que Carlos Bortis debió enfrentar en la cárcel los 3 años y medio de prisión dispuestos en su sentencia. En la Planta Piloto, los integrantes del Grupo de Investigación y Desarrollo de Productos Oleaginosos, dependiente del Departamento de Tecnología Química, se encontraban realizando pruebas que consistían en la extracción de aceite oleaginoso con uso de solvente. El convenio marco para realizar el experimento había sido firmado entre la Fundación de la Universidad y la empresa De Smet SAIC, con sede en Buenos Aires. Trabajaban en un estudio para la Aceitera General Deheza.
El Consejo Superior de la Universidad impulsa convertir al viejo edificio en una Casa Cultural Universitaria, de arte y ciencias, para “resignificar y recuperar un espacio de proyección vital, de vida consciente, de reflexión y de memoria”. Entre las claves del proyecto apuestan a recuperar el lugar para “actividades educativas y culturales, donde puedan desarrollarse congresos, conversatorios y conciertos”. En los fundamentos se advierte que la intervención de la ex Planta Piloto tiene como objetivo “sostener la memoria para el ejercicio de la reflexión y la vida”. Es el primer intento oficial por lograr que el edificio silenciado se transforme en un espacio de diálogo con la memoria colectiva.
“Estrella fugaz” es el título del libro que escribió Rita Gerbaudo, abuela de Juan Politano Cuando le consultaron sobre los años que debieron pasar para que pusiera en palabras lo que implicó la ausencia de su nieto, admitió que “mientras la herida sangraba, no lo podía hacer”. Rita sostuvo que al escribir el libro no buscó recluirse “en las pérdidas, sino en el recuerdo de todo lo vivido”. Juan tenía solo 22 años. Rita es parte de las voces que dicen y la memoria activa de los que no lo olvidan. Ese lugarcito “con algo” y las fotos, para que todos sepan que pasó.