El silbido de los cajetillas
Por Pablo Callejón Periodista
Cuando bajaron del tren solo Lorenzo Rojas sabía de ellos. El vendedor de casimires ingleses de la casa James Smart les habría facilitado un par de boletos desde el Abasto porteño hasta la estación del Andino. Hablamos del invierno de 1914, cuando Carlos Gardel aún no medía el largo de las piernas de las rubias de New York, ni José Razzano se dejaba fotografiar sobre el ventanal de un conventillo con su pelo rizado, peinado a la gomina.
Rojas había entablado una amistad con el tanguero con voz de barítono que al sonreír podía abarcar el río Garona, entre los Pirineos y Toulousse. En aquel viaje a Río Cuarto, el viajante logró convencer al propietario de la sastrería Sporstman de Mastronardi & Magri para que consiguiera una actuación en algún bar copetudo de la ciudad. Después de algunas gestiones en la confitería El Plata y los mandamases del Teatro Municipal, los esfuerzos de Don Carmelo Magri solo permitieron el aval de los dueños del bar Paris, ubicado en Sobremonte al 600. En aquellos días, Gardel y Razzano ensayaban en la habitación que Rojas les había rentado en el Gran Hotel de Valeriano Toniolo e hijos. Algunos comerciantes amigos y varios desconocidos fueron los únicos testigos de la primera presentación del Zorzal Criollo en los tablados de una ciudad donde no podías tomar de la mano a una mujer si la citabas en la Plaza para dar la vuelta del perro.
En la mañana siguiente, el dúo había logrado captar la atención de los que habían rechazado el primer convite. La segunda presentación fue en el Centro Español ubicado en la planta alta de la casona sobre calle Vélez Sarsfield. Entre juegos de billar y barajas, los banqueros contaban los billetes sobre el lomo de mesas de madera derramadas de cognac. Advertidos de la voz arrabalera con registro lírico, el público tuvo la presencia de prósperos comerciantes y doncellas que durmieron aquella noche deseosas de perfumar una carta de amor para Carlitos. En el entrepiso estaban los intelectuales que tomaban el vermouth entre citas del Facundo de Sarmiento y El Retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde. Don Gumersindo Ceballos no habría podido evitar que ingresaran a su bar los parroquianos que decidieron a puñetazos el cierre de la velada. En un intento por aliviar tensiones, las crónicas de entonces revelaron que al final de la fiesta, “y como para no herir la susceptibilidad de los artistas, se procedió a la rifa de botellas de champagne y licores”. Varios años después, Don Carmelo Magri ocupaba la mesa de cualquier bar para recitar “La Pastora” de Saúl Salinas que Gardel había resuelto grabar en uno de sus discos.
Cuando Carlitos regresó en 1922 podía apoyar sus pies sobre la mesa de un bar elegante y con solo chistar los dedos estar rodeado de una maraña de admiradores dispuestos a ceder a cada uno de sus pedidos. El Zorzal aparecía en la tapa de los diarios y sus discos servían para abrir las transmisiones radiales en el país y el mundo. Esta vez, la Confitería El Plata debió intentarlo varias veces para lograr que Gardel, Razzano y los guitarristas José “Negro” Ricardo y Eusebio Monsalve, optaran por viajar al imperio de las calles empedradas y los farolitos sin guapos en cada esquina. “Este dúo, el más famoso de todos los que cultivan el arte nacional, mañana hará su debut en este concurrido salón. Trátase de los favoritos de todos los públicos, cuya fama nos exime de los elogios que nuestro público seguramente habrá de tributarles”, anticipó el diario El Pueblo en una crónica de época. El éxito de la primera función obligó a programar rápidamente la segunda. “Rey del cabaret, rey sin corazón, las mujeres te perdieron, con su torpe adoración…”, cantaba Carlos en ese relato de burdeles y bodegones porteños que practicaban el azar de la ruleta rusa con una meretriz sobre sus faldas.
62 años después, Carlos parece soportar el humo del cigarrillo con el estómago tenso, mientras ensaya una sonrisa complaciente frente a la estación de trenes que lo recibió por primera vez. Tiene un traje al estilo de la sastrería Sporstman y un moño que pareció ilustrar alguna presentación en el cabaret Florida de París. El Gardel de bronce mide 2 metros 50 centímetros y está cubierto con una pátina florentina para envejecer con la dignidad de los que nunca mueren.
Cuando Charles Romuald Gardés volvía a París solía alquilar un departamento en el número 27 de la rue Le Ville, cerca de la estación de metro Villiers. Para el cantor Roberto Maida, “aquella dirección era el refugio de los desesperados”, en la que un grupo de bohemios vivían “hacinados y con esperanzas”. En una bañadera con poco uso hacían el asado para recibir al “francesito” que un día después se reuniría con tenores y sopranos en la ciudad donde “todo estaba permitido”. El Zorzal dejaba su mística para evitar que adviertan “como es de amarga y honda” su eterna soledad. Un canto de sirenas que podes volver a descubrir en un bar frente a la Plaza Roca, con cajetillas que silban bajito un tango de Gardel.
También te puede interesar
“A las mujeres no les resulta fácil incorporarse al taxi y remis y piden formación en género para evitar ser violentadas”
13 abril, 2023
La inflación no da tregua: “Se movieron todos los productos de la góndola, unos pocos definen los precios”
13 noviembre, 2020