El nuevo esquema de poder

Por Pablo Callejón

Aquellas boletas de la lista dos del Partido Justicialista y la tres, de la Unión Cívica Radical, son piezas de museo de los 40 años de Democracia. Los partidos tradicionales fueron reconvirtiéndose hasta confluir en alianzas de sentido meramente electoral. El menemismo en los 90 y el kirchnerismo en la denominada “década ganada”, fueron modelos antagónicos de un peronismo capaz de gobernar durante más de 10 años. El radicalismo, en cambio, no pudo superar el desenlace del mandato de Raúl Alfonsín, inmerso en la hiperinflación y la entrega anticipada de poder. La experiencia de la Alianza encabezada por Fernando De la Rúa, detonó en la Plaza de los muertos por la represión y el hambre. En aquel 2001, el reclamo por el que “se vayan todos” provocó cambios de nombres y de pieles políticas, con un deterioro progresivo de la calidad de vida de una mayoría de los argentinos. La incursión del PRO en el escenario político no logró ser la disrupción del bipartidismo. La fuerza creada por Mauricio Macri consiguió contenerse el bastión de Capital Federal pero alcanzó el contexto nacional aliada a un radicalismo resignado a cumplir un rol de partenaire. Esta vez, ninguna de las reconversiones de los partidos históricos parece resultar suficiente. Será una elección de tres tercios que derivará en una inédita composición del Congreso Nacional y una compleja disputa de fragmentación política. La necesaria renegociación del asfixiante acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, las búsquedas de cambios estructurales impositivos, laborales o jubilatorios y hasta la apuesta por dolarizar la economía argentina, necesitan de acuerdos que ningún sector político podría alcanzar sin el aval del otro. La negación de normativas constitucionales elementales, como la preservación de la moneda nacional, no actúan para un sector de la dirigencia y la ciudadanía como un contrasentido a las políticas que emergen de la furia de una motosierra. Ya no se trata solo de un deja vu de los años de pizza y champagne, donde el país del uno a uno se desmoronaba en sus pies de barro. Es la advertencia por eliminar las castas políticas desde la imposición de una conducción mesiánica, la promesa de un gobierno de unidad encabezado por un dirigente con pasado en la UCEDE, o el regreso a los acuerdos del macrismo, aunque sin margen al gradualismo.
La irrupción de una oferta de ultraderecha fue consecuencia del caos. O como señalaron esta semana dos dirigentes de las fuerzas alguna vez hegemónicas, el resultado de “haber gobernado como el orto”. Con su chaqueta de cuero negro y un peinado prolijamente despeinado, el ex arquero de fútbol y cantante de rock Javier Milei aspira a un país gobernado por los mandatos del liberalismo. La potestad de vender órganos para evitar la espera de una lista del Incucai, la oferta de privatizar el mar para que un empresario “preserve” las ballenas en defensa de su propio interés mercantilista o la negativa a acompañar una ley que garantice la atención integral de niños con cáncer, son parte de una lógica en la que los derechos no son la respuesta a una necesidad sino a las posibilidades que ofrece el mercado. La presunción de “cinco planes posibles” para dolarizar el país contrasta con la falta de billetes para implementar la medida. Es un camino hacia El Salvador o Ecuador, sin más carteles de señalización que la bronca por la devaluación del peso.
Con el kirchnerismo recluido, un presidente que gasta los últimos vouchers de la Casa Rosada en giras por el exterior y una vicepresidenta resuelta al incómodo silencio público, Sergio Massa se convirtió en la dinámica de lo impensado que Dante Panzeri utilizó para describir la imprevisibilidad en un partido de fútbol. Nadie podría imaginar que resultaría competitiva la candidatura presidencial de un ministro de economía con una inflación del 140 por ciento anual. La complejidad es tal que exige al postulante y funcionario negar su pertenencia al actual gobierno, en un intento por validar la promesa de “algo distinto”. Es la compleja construcción de un discurso que necesita cuestionar la alianza política que ayudó a consolidar hace cuatro años, para convencer al electorado de haber asumido lo que “otros” abandonaron a través de un Twitter. Massa parece ratificarse más en oposición a la motosierra de Milei que en las certezas de una política económica agobiada por una extensa crisis de pérdida del poder adquisitivo y aumento de la pobreza.
El tercio que completa la fragmentación del electorado es el que los poderes hegemónicos imaginaban en un transitar sin obstáculos hacia el poder. La elite económica, judicial y mediática confiaba en que la interna de Juntos por el Cambio iba a decidir al próximo presidente. Facilitaron la gestación de Milei como un panelista entretenido de la televisión, sin advertir que el economista que hablaba a los gritos podía arrancar el mantel de un tirón y dejar a todo el marco político sin los cubiertos sobre la mesa. Las PASO expusieron a Patricia Bulrrich y Horacio Rodríguez Larreta en un incómodo tercer y cuarto lugar, aunque la sumatoria de la alianza los dispusiera detrás de los libertarios.
Los votos que podría alcanzar Juan Schiaretti en Córdoba podrían tener una incidencia en la dispersión de votantes de las fuerzas opositoras y confluir en una carta de peso para negociar en el Congreso la gobernabilidad de la próxima gestión. La Provincia idílica, y hasta fuccional, que Schiaretti ofreció en el debate podría convertirse en algo más que un meme de las redes sociales. La oferta electoral del cordobesismo busca incrementar su caudal de votos en las generales para negociar con mejores posibilidades acuerdos nacionales. Con la frustración del acuerdo caído con Juntos por el Cambio, se incrementaron las versiones de un acercamiento de “gobernabilidad” entre el peronismo cordobés y Javier Milei, con quien el gobernador evitó confrontar en sus discursos y declaraciones de campaña.
Sin más encuestas confiables que el resultado oficial de las primarias, el resultado del domingo sería la antesala a una nueva y definitiva batalla electoral en noviembre. El desenlace entre la corrección de un modelo económico que dejó a una mayoría excluida de sus beneficios o la irrupción de un nuevo esquema de poder, con el temor de un salto irremediable al vacío.