Modelos en pugna

Por Pablo Callejón

Sergio Massa podría haber recorrido la obra de la Autovía entre Río Cuarto y Holmberg que alcanza un avance del 85 por ciento o podría haber caminado sobre algunas de las calles asfaltadas con fondos nacionales. También se podría habría sentado sobre los bancos del Parque Sur o hubiese saludado a los trabajadores de los centros sanitarios barriales desarrollados, en parte, con recursos de la Nación. El ministro de Economía tendría una mejor foto si hubiese preferido recorrer el pabellón de modernas aulas que todos los argentinos financiaron en la Universidad de Río Cuarto o hubiera visitado la planta de desagües cloacales que implicó una solución a un drama de ambiental de varias décadas. La rectora Marisa Rovera debió conformarse con una foto en el campus de Córdoba y solo un puñado de empresarios pudo dialogar con el precandidato presidencial, en una interpelación que tuvo como única prioridad satisfacer intereses sectoriales. En todo el gobierno de Alberto Fernández se dejó gestar un escenario de invisibilidad de las obras y aportes para los riocuartenses y cordobeses. Al mismo tiempo, se consolidó “un discurso Federal” de quienes esperan convertirse en aliados de la opulencia de los pituquitos de Recoleta. La política comunicacional de la Nación pareció reducida a la resignación.  Durante la pandemia, no hubo una sola mención al Estado Nacional como proveedor de las vacunas que permitieron salvar vidas y recuperar la normalidad tras largos periodos en los que tomábamos distancias para no contagiarnos de un virus que provocó la muerte de más de 500 riocuartenses y un millón de argentinos. Un eficaz cerco mediático y la imposición de un discurso que promueve la superación de la grieta, siempre y cuando contemple “la eliminación del kirchnerismo”, hicieron de los tiempos actuales un escenario adverso que “el peronismo nacional” pareció aceptar sin levantar la voz. Massa debió responder las interpelaciones periodísticas por su condición de ministro, mientras su rol de candidato se redujo a la imagen en la que apareció rodeado de empresarios y productores con gesto adusto, a pesar de haber sido anoticiados sobre el cese de las retenciones a todo el sector manicero.
El desafío de generar esperanza sobre un tiempo mejor confronta con un episodio inédito: nunca antes nadie encabezó una fórmula presidencial y, al mismo tiempo, debió cumplir funciones como ministro de Economía. Una pandemia, la guerra que implosionó sobre los precios de los commodities y los combustibles, y el impacto de la sequía que redujo en un tercio las expectativas de ingreso de dólares por las exportaciones, minimizaron los márgenes de maniobra de un Gobierno que supo dilapidar un breve intervalo de vacas gordas por el festival de importaciones y la cesión de dólares a oficiales para que los privados pagaran las deudas que tomaron durante el macrismo. La predicción de la vicepresidenta Cristina Fernández sobre la posibilidad de que “tres vivos se quedaran con el crecimiento” después del Covid, no encontró demasiados reparos en el modelo económico debilitado por las exigencias del Fondo Monetario y la escasez del dólares. La inflación de tres dígitos implicó una transferencia extraordinaria de recursos a sectores concentrados a costa del salario de los trabajadores. Hoy, tener un empleo estable y formal puede significar ser pobre. Según datos del INDEC, en el primer trimestre del año la pobreza subió cuatro puntos y alcanzó al 38,7 por ciento. El dato es aún más doloroso cuando se advierte que, entre los ocupados pasó del 24,4% al 28,7%. Esto implica que 18 millones argentinos no pueden alcanzar los costos de la Canasta Básica y unos 4 millones son indigentes.  Entre los chicos menores de 14 años, la pobreza subió al 54,7% y unos 6.000.000 de niños y niñas que viven en hogares pobres.
El recuerdo reciente del desastre económico del gobierno de Mauricio Macri convirtió al ex presidente en un costoso lastre para los candidatos y candidatas que recibieron su apoyo. Ni siquiera Patricia Bullrich espera que Macri exprese abiertamente que la votará en las próximas elecciones. Aquellos años no dejaron un solo indicador positivo en lo social y económico, a pesar de los 45 mil millones de dólares destinados a la especulación financiera y el desembarco del FMI. Bullrich prefirió en su discurso saltear el modelo macrista y recaer nuevamente en los tiempos en los que fue ministra de Trabajo de Fernando De la Rúa. La pre candidata que propone con énfasis un cambio sin anestesia ni medias tintas, habló de un nuevo blindaje como el que intentó Domingo Cavallo en la antesala al 2001. Incluso, el asesor y ex ministro Dante Sica planteó la necesidad de revisar los convenios laborales y reducir los costos de indenmización, hasta la posibilidad de eliminarnos definitivamente. Una reforma que parece inspirada en aquella que terminó con la compra de votos opositores en la denominada Ley Banelco.
Ante la radicalización de su oponente, Horacio Rodríguez Larreta busca ocupar un lugar moderado en el que propone ir hacia el mismo destino, pero con menos vértigo. Con el respaldo mayoritario de un radicalismo subordinado a un rol de partenaire, el jefe de la Ciudad de Buenos Aires  parece contenido en la protección de un poder económico y mediático que espera por una nueva ola amarilla, aunque sin pasitos de baile.   Las recientes visitas de los referentes nacionales de Juntos por el Cambio se limitaron a encuentros frívolos y rigurosamente planificados, sin gestos de aclamación popular. Aún así, la última elección provincial reveló el fortalecimiento de la matriz electoral que parece hallar respaldos en todas las capas sociales.
“En el país va a sacar menos votos que Grabois”, afirman desde el peronismo nacional sobre las expectativas presidenciales de Juan Schiaretti. Advierten, además, un final de época en la Provincia que cedió ante el liderazgo de Martín Llaryora. “Ganó con lo propio y no le debe nada a nadie”, aseguraron. Una buena elección en Córdoba y los “cuatro o cinco puntos” que Schairetti alcanzaría en el país podrían ser un botín muy valioso ante la eventualidad de un balotaje en las presidenciales. Sin embargo, en política uno más uno no siempre implica dos. Los votos no son una mera transferencia ni la herencia de un notario de oficina. “¿Todos los peronistas que votan a Schiaretti harían lo mismo si les piden votar a Rodríguez Larreta o Bullrich? No creo”, afirmó un referente cordobés del massismo, que espera consolidar un escenario más optimista para Unidos por la Patria en la Provincia, después de las PASO. El schiaretismo intenta clausurar en el Gobierno Nacional sus críticas por la inequidad en el reparto de subsidios y la desigualdad en el precio del pasaje de colectivos  o la tarifa de la luz. Un posicionamiento en el que aguardan, al mismo tiempo, ser aliados del jefe de gobierno porteño que no está dispuesto a ceder un solo peso de coparticipación y defiende sin medias tintas los beneficios de esos privilegios que parecen confrontar desde Córdoba. Un estado de permanente contradicción que se reduce a la unificación de un discurso donde juegan a quedarse con el rótulo del “más anti kirchnerista”.
El último tramo hacia las primarias revela la incapacidad de los candidatos en captar la atención de un electorado apático a los discursos de campaña. Y sobre todo, a la necesidad de revelar modelos en pugna. Un contexto donde no solo resulte necesario plantear políticas que mejoren la vida de las mayorías, sino también, advertir que todo puede resultar aún peor.