El Póster Literario: “Los muchachos de zinc, voces soviéticas de la guerra de Afganistán”, de Svetlana Alexievich

Por Alejandro Fara

En el Póster Literario de hoy hablamos de una de nuestras autoras predilectas: Svetlana Alexievich. Nacida en Bielorrusia, en 1948, ha desarrollado un estilo que se inscribe dentro de la literatura documental y que consiste en la presentación de testimonios corales sobre hechos que marcaron la historia reciente.

Fue premiada con el Nobel en 2015 y eso ha sido una suerte para los lectores, porque gracias a la distinción la editorial Debate empezó a traducir al español gran parte de su obra. Hoy podemos encontrar en Argentina sus principales títulos como El fin del Homo Sovieticus (2015) el libro donde habla sobre la experiencia del pueblo ruso en el régimen comunista, otro de sus trabajos muy premiados fue La guerra no tiene rostro de mujer (2015) donde consigue testimonios de un hecho bastante silenciado en la historia como lo fue la participación de las mujeres en la Segunda Guerra Mundial; y el libro del que les hablo hoy es uno de los últimos que se editó. Se llama Los muchachos de zinc (2016).

Esa obra recoge la experiencia de los cientos de miles de rusos que participaron de la ocupación de Afganistán, una guerra que se extendió desde 1979 a 1989 y que tuvo muy poca prensa. Imaginen que si hacia afuera no había muchas noticias sobre esa guerra, menos aún sucedía puertas adentro de la Unión Soviética, con el régimen comunista.

Se llama Los muchachos de zinc porque las madres que enviaban a sus hijos a esa guerra recibían a sus hijos fallecidos en féretros de zinc que estaban herméticamente sellados. Eso generaba temores y suspicacias sobre lo que realmente recibían allí.

Como toda la obra de Alexievich se trata de un libro emocional, marcado por el dolor. Hay testimonios desgarradores como este: “Si sobreviví a la muerte de mi hijo fue gracias a mi hermano. Se pasó una semana entera durmiendo en el suelo, al lado de mi sofá, igual que un perro. Estaba de guardia. Lo único que me pasaba por la mente era llegar hasta el balcón y saltar desde el séptimo piso. Recuerdo cuando trajeron el ataúd a la habitación. Me tumbé encima y lo medía…lo medía.  Un metro, dos metros. Mi hijo era casi de dos metros, yo medía con los brazos para ver si el ataúd era de su talla”.

Hay algo del estilo de Alexievich que se repite libro a libro. Tiene que ver con esa frase que a los periodistas nos gusta decir: “darle voz a los que no tienen voz”. Ella definitivamente lo logra. Tanto es así que en todos sus libros su voz, la de la autora, desaparece. Se escuchan los testimonios primera mano. No hay preguntas, nada que nos distraiga de lo que nos cuentan esas pobres almas.

Ese método es muy eficaz, más allá de que algunos le critan que resulta reiterativo. Particularmente, eso no me hace ruido, ni me molesta porque lo que realmente interesa es lo que cuentan las personas y eso siempre va a ser diferente.

Para ubicar una hoja de ruta, si disfrutaron con algún libro de Kapuscinsky, o de Leila Guerriero, o Martín Caparrós, es seguro que los va a cautivar cualquiera de los títulos de Alexievich.

Para descubrirla recomiendo comenzar por Voces de Chernobil o por El fin del homo sovieticus.

El status de la obra de Alexievich sobrepasa lo periodístico, es literatura pura.