La última carta en juego

Por Pablo Callejón

Un hombre tacaño y avaro, poco dispuesto a compartir sus bienes con una administrativa de medio turno, habría resuelto pagar a un sicario sigiloso, capaz de asesinar sin dejar rastros, para concretar el crimen perfecto. No solo se trató de planear y ejecutar un homicidio sin indicios o testigos que pudieran conducir a los autores intelectuales y materiales, fue necesario también un minucioso esquema de distracción de la Justicia y los medios de comunicación para trasladar a la sociedad a los abismos del morbo y el desconcierto.  El ideólogo se garantizó una coartada infranqueable, a cientos de kilómetros de la escena del crimen, sobre las playas exclusivas de Punta del Este. Allí levantó el único trofeo de golf que pudo obtener en su vida. Si era necesario visibilizar su presencia, aquel debía ser el momento. El hombre de los sobretodos  grises y beige, gastó lo necesario para disponer de su obra inconmensurable: contratar al asesino y asegurarse de que nadie pudiera disponer de su patrimonio. Ni siquiera, una esposa que ya se había atrevido a sugerir la idea de un divorcio. La argumentación forma parte de la extensa acusación que deberá defender el fiscal Julio Rivero ante el tribunal técnico y los jurados populares, con la ausencia visible de una parte querellante que pida justicia por Nora Dalmasso.

Para el fiscal de Instrucción Luis Pizarro, “en fecha que no se puede establecer con exactitud, presumiblemente unos meses antes del 25 de noviembre de 2006”, Marcelo Macarrón planificó “con personas aún no identificadas” dar muerte a la víctima. Sin más elementos que pudieran conducir al autor material, el funcionario judicial apuntó a los motivos que impulsaron la decisión del viudo. Habló de “desavenencias matrimoniales” y un intento por obtener una ventaja económica en su matrimonio. Pizarro sostuvo que el médico traumatólogo se garantizó que Nora estuviera indefensa y sola. Quizás no pudo prever que aquella noche llovería intensamente y esa fuera la complicidad accidental para que no surgieran testigos sobre la calle 5 de la Villa Golf. El homicida contó con las llaves que el acusado le entregó antes de partir en viaje junto a un grupo de amigos y conocidos hacia un resort del paraíso uruguayo. Entre las 20 horas del 24 de noviembre y las 3,15 de la madrugada del viernes 25, al menos una persona accedió al chalé y se escondió en su interior. El homicida esperó a que la víctima “realizara su rutina previa al descanso” y la abordó en la habitación ubicada en la planta alta de la vivienda. El fiscal relató que el asesino la tomó del cuello y ejerciendo una fuerte presión con sus manos, anuló toda posibilidad de defensa. Luego, utilizó el cinto de toalla de la bata de baño que se encontraba en la habitación y realizó un ajustado doble lazo alrededor del cuello, ocasionando la muerte por asfixia mecánica. Antes de abandonar la escena del crimen, el homicida simuló “un hecho de índole sexual”. Si debían buscar a un asesino, los caminos conducirían a un abusador o algún amante, habría especulado.
En sus únicas manifestaciones durante la indagatoria, el viudo lo negó todo. “Soy totalmente inocente, como ya lo he dicho en varias oportunidades y por asesoramiento de mis abogados me voy a abstener de declarar”, afirmó en forma escueta antes de abandonar Tribunales con un paso cansino y abordar un taxi en Plaza Roca, a unos 200 metros del lugar donde los medios de prensa habían protagonizado una espera de horas.
Antes de fundamentar su acusación, Pizarro consideró necesario “dejar asentado” la complejidad de la instrucción por el impacto social que generó el crimen, la repercusión mediática y la designación de un grupo de investigadores foráneos que, “tiempo después fueron procesados y condenados por irregularidades en el cumplimiento de su función”.

Alrededor de las 6 de la tarde del domingo, Nene Dalmasso, madre de Nora llamó al vecino de su hija y le comentó que desde hacía un par de días, no podía comunicarse con ella ni con sus hijos. El hombre le prometió que iría a la casa de los Macarrón para saber si alguien se encontraba allí. A través de una puerta lateral que interconecta ambas propiedades, el vecino accedió hasta la puerta de la cocina y comenzó a llamar a viva voz a Nora. Al accionar el picaporte comprobó que estaba sin llave. Sobre la mesa del comedor había una nota escrita a lápiz “en la cual se citaba para un evento que no recuerda”. Todo estaba perfectamente ordenado. Pensó que Nora podría haberse descompuesto y subió las escaleras. Los postigos de la ventana estaban cerrados. Al encender la luz de la habitación de la hija del matrimonio, advirtió el macabro desenlace. Cuando regresó a su casa, pensó que no podía darle la noticia a Nené y resolvió llamar al padre de Marcelo Macarrón. A los pocos minutos arribó el agente que completaba la guardia policial. Sería el primero de una extensa lista de personas que lograron acceder a inmediaciones del lugar del hecho e incluso, al dormitorio donde se encontraban los restos de la mujer.

El 25 de noviembre del 2006, Nora debía encontrarse con sus amigas en un restobar, pero alguien canceló la cita. El fiscal precisó que “que ninguna de las amigas de Nora, ni la propia víctima habrían dado aviso alguno de cancelación, por lo que se puede concluir que dicho aspecto podría ser un paso más dentro de la organización previa que requirió el entramado criminal”. La víctima no había organizado con tiempo aquel evento, fue algo espontáneo. Sin embargo, a las 18:47 del 24 de noviembre la mujer habló con su esposo y “le informó del programa”. Unos 20 minutos después se produjo el llamado para desestimar la reserva.
Pizarro apuntó en su acusación a la ausencia de signos de defensa en el cuerpo de la mujer y la falta de rastros biológicos del agresor. Para el fiscal, las contusiones y pequeñas lesiones advertidas en el cuerpo de Nora fueron parte del armado que logró simular el asesino a sueldo.
El homicida al que ya nadie busca, ni buscará tras el paso de 15 años que garantizaron su impunidad, fue descripto por el investigador como “un agresor especializado, sicario, a quien se le encargó dar muerte a Nora Dalmasso y sexualizar la escena del crimen a efectos de que parezca que el mismo se produjo en el contexto de un encuentro con el amante”. El autor evitó dejar rastros biológicos o huellas de pisadas o barro, a pesar del temporal de lluvia que azotó aquella noche la ciudad. Sin más interés que la muerte de Nora, desestimó sustraer la billetera, un reloj rolex y joyas que estaban a su alcance. Se fue sin forzar ninguna cerradura, del mismo modo en el que había ingresado.

Pizarro consideró que Macarrón actuó “de manera artera y solapada” garantizando su impunidad con aquel viaje a Punta del Este. En una extensa descripción apuntó a “desavenencias matrimoniales” entre el viudo y la víctima, a partir de un la interpretación de los testimonios de familiares, allegados y personal que trabajaba en la vivienda. Para el fiscal, sino se habían separado antes fue solo para “mantener una imagen puertas afuera en pos de generar y mantener vínculos que los posicionaban en una escala social de poder adquisitivo alto”. El funcionario hizo alusión a “las infidelidades de ambos” y la disputa por la economía en el hogar. Para solventar el nivel de vida que ostentaban, los ingresos “provenían exclusivamente del trabajo del imputado, en tanto la víctima era sólo una empleada administrativa de media jornada en la empresa Grassi”. Si la separación se formalizaba, ambos deberían compartir “una serie de bienes inmuebles y muebles”. En los fundamentos, el investigador señaló que Marcelo Macarrón, “de personalidad avara y pijotera, no querría ceder ante tal reclamo”. Y en relación a la víctima, advirtió que “no tenía riesgo de heteroagresividad con nadie, salvó con su esposo, con quien llevaba un matrimonio de apariencia”.
Pizarro debió desestimar la prueba de ADN que condujo la pesquisa hacia Macarrón como presunto autor material. Consideró que resultaría “probable” la presencia de rastros genéticos en el cuerpo de la víctima y la bata debido a que ambos aún compartían una vida de pareja. El informe que hubiera resultado clave en cualquier otra investigación criminal, fue reducido a un documento de escaso valor probatorio.

Pocos días antes del inicio del juicio con jurados populares, se informó que la familia de la víctima desistió del rol de querellante. El fiscal Rivero deberá acusar en soledad. Para los jurados populares, la responsabilidad radicará en determinar si existió el hecho tal como lo describió Pizarro y si Macarrón, contrató al sicario que la mató. Entre los más de 200 testigos previstos en las audiencias podría alguno de ellos quebrarse, hablar de más, decir lo que hasta ahora todos han callado. Esto podría irrumpir en un contexto de probabilidades, indicios, conjeturas y un relato que necesita ratificarse en el juicio. Será el tiempo para saber si existió un crimen perfecto o una Justicia con demasiadas imperfecciones.  La última carta en juego para evitar la definitiva impunidad.