Cuando la vida ya no es

Por Pablo Callejón

M. A. se apartó cuando su hermano U.S. y su novio, Gabriel Cruceño, comenzaron a maniatar a la anciana. Según relató ante la Justicia, ni siquiera pudo ver cuando la golpeaban. Doña Elba Heve Robledo había dejado de gritar. U.S. le había confiado a que sería dinero fácil. Solo había que abordar a una viejita que apenas podía moverse y vivía con un toco de dólares, pesos y joyas. Lo sabía “la Rosana”, que trabajaba allí y se encontró varias veces con todo ese botín cuando limpiaba la casa. El jueves a la tardecita U.S. llegó con N.A. a la casa en Alberdi y la mamá del “Gaby” les preguntó si necesitaban plata. Los hermanos de 15 años asintieron. La mujer les dijo donde quedaba el departamento en el que trabajaba para la víctima de 90 años y les entregó un llavero redondo “azulcito” al Gaby, quien debía coordinar el atraco.  
El  30 de julio, un remis estacionó frente al edificio de calle Alsina al 642. Las cámaras mostraron el ingreso de los tres asaltantes por el acceso principal. El llavero que guardaba Rosana les había permitido sortear el primer obstáculo. Para convencer a Elba de abrir la puerta del departamento F necesitaban de alguien que no despertara sospechas. M.A. golpeó suavemente y cuando la anciana accedió a dialogar con ella, el Gaby y U.S. irrumpieron violentamente. El jovencito no imaginaba que habían protagonizado un crimen cuando tomaron el remiss de regreso a casa de los Cruceño. Recordó que a Elba la habían atado “con una cincha para los caballos” que habían llevado para inmovilizar de pies y manos a la mujer. La anciana no paraba de gritar y aunque en algún momento prometió darles la plata, prefirieron taparle la boca. El hijo de la empleada doméstica sabía con precisión donde estaban las joyas, los dólares y pesos. Su madre lo había guiado hacia una caja negra, escondida en un ropero. A la anciana la abandonaron en el piso de otra pieza, la única con cama de una sola plaza. M.A. y U.S suponían que alguien la ayudaría y por eso Gaby tomó la precaución de quitarle el celular. Necesitaban tiempo para huir y esconder todo lo robado. Cuando regresaron a la vivienda de Paula Rosana Gómez en calle Yapeyú de barrio Alberdi, la mujer les dio unos 10 mil pesos.  Esa noche hubo un modesto festejo con pollo con papas fritas que pagó el marido de Roxana. Al otro día, U.S. comenzó a intuir que las cosas se habían complicado. En el Facebook de Telediario confirmaban que la anciana había sido asesinada.

El fiscal Javier Di Santo determinó que Elba recibió un fuerte golpe en el rostro cuando intentó en vano imposibilitar que Cruceño y los adolescentes accedieran a su departamento. Para impedir el registro de huellas dactilares, los tres asaltantes se colocaron guantes de látex. A la víctima la maniataron de pies y manos con cintas de tela, una bufanda, un pañuelo y una sábana. Cuando ya se encontraba inmovilizada, unieron trozos de tela con los que rodearon con doble vuelta a modo de lazo su cuello, ciñéndolo primero con un fuerte nudo y luego con doble nudo, que le tapó la nariz. Cruceño introdujo los sobrantes de lienzo en la boca de Elba para evitar que gritara. Todas las vías respiratorias quedaron bloqueadas y la mujer murió como consecuencia de la asfixia mecánica por sofocación.
“El Gaby” coordinó la segunda parte del plan. En la habitación principal tomó una bolsa de cartón con 22 mil dólares, divididos en cinco fajos de cinco mil dólares cada uno y otro de siete mil dólares, todos con billetes de cien.  U.S. y M.A. ayudaron a recoger un celular, las joyas y unos 400 mil pesos.  Para los investigadores, la empleada doméstica había convenido con su pareja Carlos Agramunt las estrategias para hacer volar rápidamente parte del botín. Al otro día del asalto, comenzaron un raid de compras de ropa y artículos electrónicos que terminaría delatando la maniobra. Una de las compras fue clave para involucrarlos con el asalto. Fueron acompañados por M.A. hasta el local de Rosetti en calle Rivadavia al 100, donde preguntaron si podían pagar con dólares la ropa que habían elegido. El empleado les explicó que no era posible y optaron por abonar en pesos. El testimonio del vendedor resultaría revelador sobre el accionar que levantó todas las sospechas.

“El Gaby” era albañil y estaba trabajando con su padrastro Agramunt cuando surgió lo del atraco. Vivía con su novia de 15 años en la casa de su madre. Ganaba mil pesos diarios, una cifra que le impedía salir de la vida modesta que transcurría en el corazón del Alberdi. Los fines de semana, aprovechaba para jugar al fútbol y dar vía libre a las pastillas. Estaba seguro de poder controlar su adicción. Su madre, Rosana, cobraba menos que él. Unos 150 pesos por hora para limpiar la casa y hacer los mandados de “la Heve”. Ante el fiscal dijo que nunca supo el apellido de la anciana para la que trabajaba.
La víctima murió la misma noche en la que la asaltaron. Había dejado de respirar mientras uno de los imputados, su novia de 15 años y el hermano de la jovencita, vaciaban la caja que los ahorros de toda su vida. Para el fiscal no quedan dudas de la responsabilidad penales de los tres adultos. Los dos adolescentes son inimputables, aunque fueron derivados al Complejo Esperanza y sometidos a un proceso tutelar técnico ordenado por el Juzgado de Menores. En el edificio de calle Alsina los vecinos no lograban superar el estupor. En la tele aseguraban que habían matado a la Elva y la vida en el lugar ya nunca más sería como la habían imaginado.