Cenizas sobre el paraíso

Por Pablo Callejón Periodista

Toma un balde de chapa “de albañil” y corre por séptima vez hacia el río. Su madre está cavando una especie de línea divisoria sobre el frente de la casa. Hay un sopor caliente, el fuego está a solo 15 metros y el viento lo empuja a lanzar llamaradas desafiantes sobre las viviendas. La joven está exhausta, tiene las manos rígidas sobre el balde que ahora pesa el doble, quizás más. Río Abajo se escuchan ruidos de vehículos ofuscados por los crujidos dolientes de la madera a punto de caer. El sonido del incendio provoca más desaliento que el humo. Es una alarma sonora que define la cercanía y la magnitud del siniestro. La crepitación es la certeza del fuego que actúa a su antojo. La flama cambia de tonalidades cuando adquiere una fuerza devastadora en el ambiente oscuro en plena siesta. La savia y el agua en la madera se diluyen en un silbido que aumentar el crepitar. Nadie en Las Albahacas y El Chacay recuerda algo similar. Bomberos logran cortar el avance del frente más persistente y el recado baja la montaña con la celeridad de los chasquis del Tahuantinsuyo.

En una carta abierta al Gobierno de Córdoba, ambientalistas de representaciones académicas, sociales y culturales advirtieron sobre los graves daños a la biodiversidad, el suelo, la regulación hídrica y otros servicios ecosistémicos, por la devastación de los incendios sobre más de 70 mil hectáreas. Los expertos en el cuidado de la vida solicitan prohibir el ingreso de personas y el uso comercial de las tierras arrasadas, promover la educación ambiental, actuar sobre los productores rurales “para que desistan de utilizar el fuego como método para el rebrote de pasturas” y generar puestos de vigías de bomberos, “a los que habría que fortalecer con más equipamiento y recursos”. Los cuerpos bomberiles advirtieron mucho antes del inicio del desastre que los fondos son escasos y está en juego la capacidad de acción. La Provincia sostiene la profesionalización de cuarteles en la capital, mientras el interior se desangra en voluntariados exhaustos por una batalla compleja y cada vez más desigual. En Río Cuarto, los Bomberos denuncian que reciben los mismos fondos que deben destinar en pagar las boletas de luz.
En el comunicado firmado por docentes, investigadores del conicet, abogados especialistas en ambiente y el genial intérprete de la vida en Traslasierras, José Luis Serrano, exigen actualizar el mapa de zonas rojas y amarillas de la Ley Provincial 9814 de bosques nativos, para aumentar el número de áreas protegidas y establecer “qué actividades son o no permitidas en todo el territorio provincial”. Disponer un alto al fuego requiere de una mirada con mayor esfuerzo sobre las causas que anticiparon los restos de los árboles ahora huecos y recostados sobre la alfombra de cenizas y humo.

Doña Delfina tiene un campo matizado por piedras toscas y espinillos. La madera y los alambres bordean la casa donde alguna vez crió a sus 6 hijos. A los 84 años cruzó dos estacas en forma de cruz y se enfrentó al fuego en un mandato divino. Las llamas finalmente cedieron y la mujer se convenció de la fuerza de sus rezos. En el pequeño campo de los Balmaceda no hubo animales muertos. Horas antes del final, Delfina había caminado por los límites de la ladera para contar sus vacas y ovejas. El Santo que impidió la quema debió hacer un enorme esfuerzo para evitar que las llamas se ensañaran con sus bichos.

En el Congreso Nacional, diputados del Frente de Todos presentaron un proyecto para modificar la Ley 26,815 de Manejo del Fuego. El objetivo sería evitar, durante al menos 60 años, el desarrollo de urbanizaciones y la proliferación de usos comerciales en las tierras arrasadas por siniestros que devoraron bosques y humedales. Se prohibirían la venta para emprendimientos inmobiliarios y el impulso de modos de explotación agrícola diferentes a los que se desarrollaban antes del paso del fuego. La combustión en lugares ancestrales con “esas ramas que abanicaban ayudándonos a vivir”, como en la poesía de Atahualpa, devastó mantas de tierra fértil desde Entre Ríos a La Rioja y desde Santiago hacia La Pampa. Apenas una decena de personas fueron detenidas por iniciar focos en Córdoba y Buenos Aires. Rara vez la Justicia sienta en el banquillo a los que encendieron el pastizal. En la Unicameral cordobesa, el legislador de Juntos por el Cambio, Juan Jure, promueve también impedir durante tres décadas “todo proyecto destinado al desarrollo de barrios residenciales en fundos rurales o semi urbanos que hubieren padecido un incendio”.

Cómo en un film de John Carpenter de los años 70, las escenas del terror transcurrían con un sesgo inverosímil. Pero, las secuelas fueron tan reales como las llamas que cubrieron durante horas los pinares históricos de Alpa Corral. El rojo intenso que surcaba la vieja arboleda hasta asfixiarla en un abrazo irremediable, anticipó el desamparo del día después. “Dale, vamos, rajá”, le advirtió un hombre de barba desprolija y gestos toscos al sujeto que entumecía su mano, como intentando apretar el fuego hasta matarlo. La vivienda ya estaba cercada por el incendio del otro lado de la calle, en la sierra que enfrenta al Cerro Blanco, después de cruzar los Sauces Colorados. Finalmente solo se quemó la galería. No fue por un baldazo de agua, sino por un cambio de viento. La ferocidad de las ráfagas de hasta 80 kilómetros por hora dispusieron a su antojo la suerte de animales y casas. Algunos terneros fueron salvados en los brazos de productores con temor a perderlo todo.

En los primeros años del siglo XX, Córdoba contaba con 12 millones de hectáreas de bosques nativos originales. Una investigación de Marcelo Zak y Marcelo Cabido, reveló un siglo después que los bosques nativos se redujeron a un 3,6% del territorio provincial. Fue durante el periodo de mayor actividad legislativa, entre 2001 y 2018, cuando se diluyeron 131 mil hectáreas de cobertura arbórea. Desde la plataforma Montes de Córdoba advirtieron que la urbanización, los incendios, la invasión de plantas exóticas y las nuevas prácticas agrícolas, impulsaron un proceso de deforestación ruinoso. La oleada de la soja “hizo el resto”. Las zonas agrícolas incrementaron la siembra de la oleaginosa hasta cubrir de un verde intenso los campos. La fiebre se expandió en regiones ganaderas y el norte cordobés comenzó a receptar la explotación de animales, sumando desde Río Primero hacia el norte una nueva oleada de deforestación.

Para porteños y santafesinos, la zona se vende como un lugar “exclusivo”. Un terreno en Alpa se cotiza en dólares y puede valer más que un departamento en Río Cuarto. En los últimos años surgieron nuevos emprendimientos inmobiliarios en San Bartolomé, Las Tapias y las Cañitas, una lonja de cabañas rodeadas por la inmensidad de los campos y el cordón de serrano que cambia de colores según el sentido del sol. Las Albahacas ya no es el pueblo que podías recorrer con solo seguir la huella de los caballos. Creció hasta imponer algunas viviendas con estilos de country, sobre la loma que puede verse desde el playón de los surtidores. En ese paraíso serrano de agua clara y piedras sobre el río, confluyen más de 300 tipos de árboles y especies de fauna que desistieron al éxodo por el arribo de turistas. Hasta hace poco, no había cajeros automáticos y había que esperar al final de la siesta para poder cargar nafta. Cómo en el poema de Tejada Gómez, “la fogata en el valle, no estaba por solo estar”. El fuego se encarnizó envalentonado con nuestra persistencia de ir por todo, sin cuidar de nada.

La intendenta de Alpa Corral Nélida Ortíz rompió en llanto en la entrevista televisiva. “Ya no vamos a poder disfrutar este lugar como antes. Es muy triste, pero tuvimos que priorizar salvar las vidas de los bomberos y las casas. Donde antes había verde ahora hay colores negros. Donde caía el fuego parecía que había nafta. Genera mucha impotencia”, dijo entre lágrimas. En las sierras del sur, las mujeres se empoderaron en el combate contra los incendios. La jefa comunal de Las Albahacas Miriam Agüero expresó a quien quisiera escucharla sobre la escasez de bomberos para lidiar con tantos kilómetros de fuego en zonas a veces inaccesibles. Con la necesidad de alimentos y recursos vitales para lidiar con los incendios, se multiplicaron las cadenas de oración y solidaridad en las redes sociales. El ministro de Seguridad Alfonso Mosquera y su equipo desembarcaron en Alpa Corral cuando el siniestro extendido hasta Las Tapias, Las Albahacas y el Chacay devoraba los últimos vestigios de fuerza entre el batallón de 200 bomberos. Mosquera intentó dar una señal de fortaleza política que devino en el malestar con las preguntas periodísticas y una ola de críticas por la escasez de recursos. El presidente de Bomberos de Alpa Corral, Carlos Cejas, destacó que el sistema de falsa ecuanimidad delegado a la Federación, en la que todos los cuarteles reciben una parte igual de fondos, es el resultado de una histórica inequidad. “Las zonas de alto riesgo tienen que estar mejor equipadas y recibir más transferencias”, sentenció.

El fuego pareció ocultarse agazapado en aquellas zonas donde no es posible llegar a pie. El viento lo expulsó hacia Achiras y las bondades serranas de San Luis, en un desapego apenas temporal de la tierra arrasada. Es una elección macabra de las zonas sometidas a su paso. El año con mayor sequía desde que se toman registros en la Provincia de Córdoba aumentó la carga combustible sobre los campos y sierras, pero las señales del crepitar de las llamas surgieron mucho antes. El daño es infernal, quizás en parte, irreparable. No solo se está valorando el destino de la vivienda que bordearon las llamas o la agotadora lucha de los bomberos. Nos estamos disputando el lugar que heredarán las próximas generaciones. Una oportunidad para evitar que solo dejemos cenizas sobre el paraíso.