Hagamos que sea la última

Por Pablo Callejón


Han pasado algunos minutos de las 8 de la mañana y el experto sanitario parece haber recobrado fuerzas. El día quizás resulte peor que el anterior. Una enfermera lo interrumpe en el pasillo y le pregunta por un compañero de trabajo con síntomas. El hombre de modos amables le responde que el personal de salud es prioridad y ordena activar un protocolo. Afuera de la clínica una joven con uniforme azul gastado espera por un hisopado. Según relató, trabaja en una panadería y anoche levantó fiebre. Otra mujer golpea la puerta para donar unos mil pesos “a estos héroes que nos cuidan”. El celular del médico no para de vibrar. Ingresan mensajes, aparecen nombres en la pantalla, se encienden las luces, pero no hay sonidos. Aunque el doctor de guardapolvo verde observa el aparato con preocupación, resuelve no atender. En algunos minutos deberá recorrer otras clínicas, revisar más datos, computadoras, informes, puntos en rojo. Ingresarán otros llamados. Habrá nuevos pedidos en los pasillos y más gente esperando por un test. “Las enfermedades respiratorias no se encapsulan. Se propagan simplemente. Si no te cuidas, te contagias” A diferencia de algunos voceros que apelan a gestos adustos, palabras gigantes y hasta levantan la voz, el médico parece conservar la templanza y la calidez de los que no deben presumir sabiduría. Aún, en el peor momento.


El virus no ingresó por un taxista que logró viajar desde Buenos Aires, ni por los transportistas que pasan la noche en el playón de una estación de servicio. No hubo contagios masivos por vulnerar protocolos de trabajo. La pandemia no se expandió por los que evitaron que les tomaran la fiebre en los controles vehiculares. Quienes integran el frente de batalla del Coe están convencidos del impacto en “los asados, las fiestas ilegales y las reuniones sociales”. Entre los pacientes también hay empleados municipales, algunos cercanos a puestos de función que se sumaron a los actos negligentes. Los primeros contagios revelaron un contacto con el foco en Vicuña Mackenna, pero en 15 días habían alcanzado una expansión impensada. La pandemia desnudó su capacidad de fuego en una ciudad de 180 mil habitantes que había acumulado apenas 11 casos desde marzo y ninguno, en más de 100 días. El desenlace expuso que no era posible frenar el acceso y la propagación de la enfermedad endureciendo los exámenes vehiculares en la ruta. No hay control absoluto si alguien vuelve de un asado en algún pueblo de la zona y decide jugar a la ruleta rusa con su vida social. Muchos de quienes pidieron por una especie de blindaje a la ciudad, le reprocharon a San Luis su política de mano dura contra el ingreso de visitantes. No existe en una ciudad de la magnitud de Río Cuarto capacidad de verificar las condiciones sanitarias en más de 10 mil personas que circulan por sus rutas de acceso. Mientras se multiplicaban las acciones persecutorias en las redes sociales y voceros anticuarentena se jactaban con videitos de los que entraban a la ciudad en madrugada, el Coronavirus se multiplicaba por los que habían resuelto desafiar la restricción a reunirse.


La incapacidad de poder hisopar a todos obligó a la Provincia a modificar el protocolo de acción en las localidades con mayor número de infectados. Convertido en el principal foco de preocupación de la Provincia, Río Cuarto fue unas de las razones de la medida. El doctor Lucas Stefanini, una voz calificada en el equipo sanitario municipal, advirtió que no es necesario aguardar el resultado del hisopado. “Ante cualquier señal en la salud debemos cuidarnos, aislarnos, quedarnos en cuarentena. Es imposible testear a todos. El resultado puede esperar varios días. Quienes tengan sospechas de haberse contagiado deben quedarse en sus casas”. El objetivo del Gobierno de Córdoba fue hisopar a los que presentan síntomas y priorizar dentro de los contactos estrechos a los más vulnerables, como mayores de 60 años, personas con comorbilidades, embarazadas y personal esencial. Tampoco con esta nueva estrategia pudieron llegar con la celeridad esperable ni alcanzaron a cubrir la demanda. El acuerdo para la descentralización a través de la Universidad se demora mucho más de lo anunciado y aún no han logrado destrabar el inicio de los análisis. Con más de 100 casos diarios y picos que superan los 160 positivos, advertir la trazabilidad y diagnosticar el status sanitario de cada persona vinculada al contagio cero se convirtió en una verdadera hazaña. La situación se agudizó mientras transitábamos tres semanas sin ninguna restricción en las actividades y con un nivel de relajamiento social alarmante. El tiempo confirmó que no había controles absolutos, ni era posible hisopar a miles de personas en un corto plazo y con resultados inmediatos. Las consecuencias volvieron a decepcionar a quienes apostaron por soluciones ecuménicas mientras acompañaban el reclamo de los que suponían que se pierde la libertad si te piden que te cuides en tu casa.


Río Cuarto vuelve a fase 1, como en aquel 19 de marzo en el que se enmudecieron las calles, se bajaron las persianas de los comercios y los puentes quedaron vallados por sirenas policiales. Habían sido horas de incertidumbre y carritos llenos de papel higiénico, bolsas de arroz y alcohol en gel, antes del anuncio del Presidente de la Nación. Casi 6 meses después, el intendente debió comunicar “el paso hacia atrás” acompañado por ex intendentes, representantes sociales y referentes políticos de gesto adusto. La cuarentena había sido pensada para frenar el avance del virus y fundamentalmente, para coordinar un plan de contingencia, aumentar el número de respiradores y reforzar políticas en conjunto. Tantos años de deterioro en las estructuras sanitarias no pudieron resolverse en 90 días. La Argentina evitó la imagen dantesca de muertos abandonados en camillas hospitalarias o sobre las calles, pero se ubica entre los 10 países más afectados por la pandemia en el mundo. El aislamiento no podía ser eterno, aunque el virus mantuvo la voracidad de contagios. El avance hacia el distanciamiento social fue más complejo y menos efectivo de lo esperado. Los casos se reprodujeron en todo el país y pusieron al límite sistemas sanitarios en provincias como Jujuy y Mendoza. El desgaste político y ciudadano esmeriló el margen para presionar el botón rojo. Los números se agudizan mientras voceros mediáticos se ufanan de interpelar las medidas oficiales sustentados en supuestos planes de salvación. En medio de un contexto cada vez más dramático, el doctor, Pedro Cahn, máximo referente epidemiológico del presidente, lanzó una cruda interpelación: “¿cuántos muertos estamos dispuestos a tolerar?”


La respuesta al interrogante de Cahn nos golpea ahora más de cerca. El riesgo de contagios para nuestros viejos, algún amigo, nosotros mismos, es más tangible. Aparece mucho más real. Los números son muy preocupantes. Río Cuarto se acerca a los 2 mil contagios y podría superar los 4 mil antes de advertir el amesetamiento de la curva. Muchos otros afectados y afectadas transitarán este periodo sin percibir que son portadores del virus. Desde la medianoche de este sábado volverán a silenciarse las calles y nos quedaremos en casa. Será un tiempo para cuidarnos y reflexionar sobre lo que hicimos mal. La realidad nos permitió comprobar que ningún control nos aislará del virus y que debemos resguardarnos si tuvimos síntomas o contacto con algún paciente, aún cuando no hayamos accedido a un hisopado. La convivencia con el virus antes de poder contar con una vacunación masiva podría implicar un año o quizás más. La bandera de llegada aún queda demasiado lejos. Es tiempo de hacer valer esta nueva cuarentena. Hagamos que sea la última.