
La periodista indispensable
Por Pablo Callejón
En pleno vuelo, se acercó a la ventana del avión y contó los colores del mar que rodeaba la Isla de San Andrés. La vi desbordaba de emoción por conocer aquel Caribe que había descubierto mucho antes en los relatos de García Márquez. Durante varios minutos, Alejandra calcaba con su dedo índice sobre el vidrio las formas sinuosas de aquel mar. Según nos contó después, logró contabilizar siete matices en ese mantel de algas y aguas transparentes que se abrazaban como en un espiral. Cuando finamente desembarcamos en ese paraíso turístico colombiano, pudo comprobar que el anillo de tonos turquesas, azules y esmeraldas cercaba al pequeño territorio de arenas blancas y hombres con rastas que hablaban en un extraña combinación de inglés y español.
Cuando el hotel y la isla aún dormían, aprovechaba la soledad de la playa para releer en soledad los textos del Nobel colombiano. La incredulidad de Santiago Nazar antes de morir y el ímpetu indomable de Úrsula Iguaran se entendían diferente, quizás también mejor, con los pies en las aguas del realismo mágico.
En aquel viaje la conocí personalmente. Ale nunca perdía la oportunidad de hablarnos sobre el amor inmenso por Jorge y sus hijas y el desafío permanente que implicaba sostener el semanario que impuso un punto mucho más interesante a la adormecida mirada periodística de la ciudad.
Con un tonito cordobés y una sonrisa contagiosa, Ale te canta las cuarenta sin tener que levantar la voz. Sus relatos son un convite a calentar el agua del mate, sentarse en la parte más cómoda del sillón y tomarse un tiempo. Son crónicas que incorporan el desafío de la novedad, la intriga de la buena investigación y el deleite de las mejores plumas. Asegurarme el acceso a cada publicación me obligó a diseñar estrategias cada vez más convincentes. En el bar, las ediciones desaparecen como pan caliente y tuve que acordar con el barman el resguardo de un ejemplar a costa de mejorar mis propinas.
Dueña de una solidaridad a prueba de balas, nunca falló a una invitación de programas especiales y debates. En su afán por interpelar la realidad, parece conservar aún la bohemia de las redacciones que descubren la historia sobre una mesa de café y apagan el celular para hablar mejor de periodismo.
El oficio más lindo del mundo puede hacer temblar el sillón de un funcionario que dio el mal paso o contar con la precisión de una niña encantada los colores del mar. Alejandra sabrá darle formas a esas historias. Usted, solo debe asegurarse la propina en el bar.
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