“Papá, vos que sos periodista”

Por Pablo Callejón Periodista

“Papá, vos que sos periodista, ¿sabes si se puede tocar el arco iris?” Podría haber elegido el camino más aburrido del sabelotodo, presumir un relato sobre la ilusión óptica que se produce por refracción, tras la descomposición de la luz solar en el espectro visible, en el momento justo en el que los rayos del sol son atravesados por la lluvia. Pero la explicación fue menos real. Con gestos adustos de convencimiento, le dije a Sabi que solo se podrían alcanzar los siete colores si se apoyaba firme sobre mis hombros. A los 4 años, escalar por la espalda y abrazarse a la cabeza de papá te puede acercar al cielo.

Con el tiempo, las narraciones de cuentos me jugaron una mala pasada. Antes de dormir, simulaba leer historias que inventaba espiando sus reacciones. Las dos rápidamente advertían que las vivencias descriptas en forzadas y delirantes voces de los protagonistas en nada se parecían a lo que habían conocido del cuento. Pero no me interrumpían. Al otro día, me hacían preguntas sobre el relato de la noche anterior y se mataban de la risa al comprobar que no podía recordar los detalles. La caperucita roja se había enamorado de un tal Príncipe Enzo y el Gato con Botas era un jugador de fútbol al que no le entraban los botines. Los finales eran aún más absurdos. Imposible olvidar la partida de payanas que Barney le ganó al Sapo Pepe ante un Monumental repleto.

El papá periodista no lo sabía todo y siempre llegaba tarde. Por muchos años, el turno noche del noticiero me devolvía a casa después de las 10. Las dos se escondían en su pieza, convencidas de que me entregaría a la angustia de no poder abrazarlas antes de dormir y aparecían de golpe mientras recalentaba la cena. Jaz se quedaba colgada de una pierna, mientras Sabi relataba una y otra vez con la garganta sin aire, la gesta de esperarme detrás de la cama sin que pudiera advertirlo.

Un día las escuché hablar de un compañero que les gustaba en la escuela y me dejaron de abrazar antes de entrar a clases. Mis estrategias eran cada vez menos efectivas para asegurarme un beso afectuoso cuando bajaban del auto. Ellas miraban para todos lados, tratando de evitar que el chico en cuestión, sus padres y el resto de la comunidad educativa estuvieran pendientes de mis debilidades de padre abrazador. Rápidamente tuve que ceder. El protocolo de la pre adolescencia advierte en su artículos uno y dos que los abrazos y te quiero se reservan para casa. Cuando les recuerdo sobre la rigurosidad de las normas, Sabi me responde en un tono parricida: “sos muy sentimental”.

“Papá vos que sos periodista, ¿dijo algo Alberto Fernández sobre los deberes?” Jaz rara vez pregunta sin intuir primero. Sabi, en cambio, conserva una repregunta debajo la manga convencida de obtener el título de tapa. Una aquieta los mares y la otra, patea las caracolas que recubren la marea. Pecando por disimulo, intenté influenciarlas con mis dioses sin advertir que ya rezaban por mejores partidas. En la tribuna de tablones celestes, Sabi me advirtió que un gol de mujer nunca espera algún permiso.

No logré aprender a cargar con los males de una paternidad fuera de horario y la cabeza siempre activa en otro lado. Maldita profesión que nos pone cada día a prueba en nuestras faltas. Alejandro Dolina advirtió que el universo es una perversa inmensidad hecha de ausencia, en el que uno no está en casi ninguna parte. La obsesión por estar me convirtió en un optimista del tiempo que nunca alcanza. Pero están ellas y ese afán por resucitarme de las malas decisiones, las torpes caídas, las preguntas sin respuestas y el mal sueño por las noches al alba.

“¿Papá vos que sos periodista, ¿sabías que en Roblox podés cambiar un unicornio por robux?” Y no lo sabía. Ahora que ya no juegan con mis gestos y deciden inventar los propios. Ahora que la vocación de padre no alcanza para evitar los errores, ni el columpio necesita de empujones para levantar vuelo. Ahora que no es preciso llorar cuando nadie nos ve. Ahora que el milín es una almohadita deshilachada sobre la mesa de luz y el pijama resiste al disfraz de la tela de oso. Ahora que el sueño no es un trotamundos de historias sin narrar. Ahora que las noches no duran tanto, ni son tan oscuras. Los tiempos son mejores tiempos ahora.

Este domingo volveré a sorprenderme de la previsible intriga. La falsa sabiduría del impostor de historias podría servir una vez más para suponer un mejor final. Sentado sobre el cordón de la vereda, sin poder tomarlas de la mano, pero sin dejarlas soltar. Como en los días en que mi viejo me buscaba a la salida de la escuela con una pila de Gráficos y dos bolsitas de Mogul. Subido a ese terraplén de tierras movedizas, donde los cuentos hablan de hadas sin madrina y las hijas suben a los hombros de papá convencidas de poder tocar alguna vez el arco iris.