Ojalá nos encontremos en ese aplauso final

Por Pablo Callejón Periodista

Con su hija en brazos, Marysol González saludó emocionada desde la puerta de su hogar. Volvió a abrazar a la niña después de semanas eternas en las que convivió con el virus y el temor de contagiar a otros. Los vecinos la recibieron con aplausos, en un conmovedor agradecimiento que se había iniciado minutos antes en la Clínica del Sur. En los pasillos vacíos del nosocomio, el tosco transitar de la silla de ruedas la acercó a la puerta de salida. Las enfermeras la esperaron en los pisos más altos y hasta en el hall de ingreso. Le entregaron cartas y unos guantes de látex inflados que parecían globos de un cumpleaños. Habían logrado con éxito salvar la vida de una compañera que se contagió al asistir a un paciente. La cadena de solidaridad derivó en un racimo de sobrevivientes. Reconocieron que el maldito virus no pudo con ellas y en esa batalla desigual, Marysol fue la última paciente en obtener el alta. Ya no quedan internados por Covid 19 en el sistema sanitario de Río Cuarto y la ciudad se encamina a ser considerada “zona limpia del virus”, una hazaña que parecía inalcanzable cuando hace poco más de un mes nos obligaron a quedar encerrados.

En la jurisdicción del Comité de Emergencias Río Cuarto asistieron a 12 pacientes con Coronavirus, aunque el Ministerio de Salud considera al paciente que arribó desde Villa Mercedes como un caso de San Luis. Uno de los afectados falleció. Ignacio Miguens tenía 66 años y sufrió el contagio tras el arribo de su esposa desde México. La mujer desconocía que había contraído Coronavirus después de haber viajado al país azteca para asistir a su hijo, quien sufrió fracturas en sus brazos en un accidente vehicular. En Huinca Renancó hubo reacciones de pánico y acusaciones contra la familia Miguens por supuesta violación de la cuarentena. El cuadro del productor rural de 66 años se agravó y fue derivado al Hospital de Río Cuarto, donde finalmente murió. Como en todas las muertes por el Coronavirus, hubo un último adiós íntimo, casi en soledad.

Carlos recuerda cómo los médicos intentaban levantarle el ánimo los días en que buscaba desesperado una bocanada de aire. Los 66 años y una enfermedad pulmonar obstructiva crónica le habían anticipado un complejo trance de supervivencia. Fueron el cuerpo alado y la sangre urgente las que resistieron al virus hasta eliminarlo. 21 días después, logró volver a su casa. Se abrió el tiempo para revisar las fotos del viaje por Egipto en medio de una pandemia que lo atrapó sigilosamente. Los sarcófagos de los faraones dormitaron su maldición en las distracciones de Tutankamon. Y el visitante de tos seca se fue sin dejar huella de sus lágrimas de mármol.


Seis hombres y cinco mujeres se recuperaron por el esfuerzo del sistema sanitario riocuartense. Sin vacunas ni medicamentos, solo el cuerpo médico y las enfermeras y enfermeros pueden ayudar al paciente en su lucha personal contra el coronavirus. Aún cuando los recursos siempre aparecen escasos, la cuarentena nos dio lugar a reforzar estrategias y cortar la cadena de reproducción del virus hasta superar las dos semanas sin nuevos registros de Covid 19. En el Departamento fueron 16 los casos, sin contar el de San Luis. Se suman otros tres jóvenes de San Basilio que realizaron la recuperación en Córdoba y dos vecinos de Vicuña Mackenna. Los contagios se produjeron en viajes al exterior ó por contacto estrecho. El virus aún no circula en la ciudad y esa es otra buena noticia.

Los 55 casos en el geriátrico de Saldán ubicaron al departamento Colón entre los sectores de riesgo epidémico más graves de Córdoba. En total, suman 82 contagios, apenas por debajo de Córdoba, con 93 afectados. En la Provincia, casi un tercio de las personas con test positivo ya se recuperaron. Son 272 cordobeses y cordobesas que volvieron a sus hogares para contar cómo fue que vencieron en la partida más difícil. Otros 116 pacientes nunca dejaron sus viviendas y avanzan con la recuperación en tratamientos ambulatorios. Solo el 24 por ciento de los afectados permanecen internados. Del total de hospitalizados, el 9 por ciento aún requiere de cuidados intensivos y respiración mecánica.

A Félix lo intentaron escrachar con fotos familiares que denunciaban la falsa negligencia. Lo recrearon en una historia de desidias que nadie se preocupó por comprobar. La cacería de la brujas del Covid intentaron en vano ajusticiar a la víctima en las redes sociales. El miedo les impidió reconocer la empatía por quien se estaba jugando la vida. Un crucigrama cada día y la promesa de un asado aliviaron la espera del puntano con tonada de la calle angosta. Para salir del cuadro de neumonía bilateral y fiebre debió apelar a la complicidad de las enfermeras que lo consentían con la cena. Los médicos hicieron su parte al ayudarlo a diferenciar al virus de la muerte. La infección debió haber surgido del contacto con algún turista extranjero en Tierra del Fuego, hoy considerada una provincia con circulación comunitaria del coronavirus. Félix nunca imaginó que podría haberse contagiado cuando llegó desde Villa Mercedes con la convicción de curar la persistente gripe. Finalmente fue el primer paciente en decir gracias y partir a casa.

El virus que habría nacido en un plato de murciélagos en China atoró al mundo hiperconectado en cuestión de días. Aprendimos a temerle y a evitarlo. Sería demasiado presuntuoso agregar que lo enfrentamos en una supuesta guerra que nos tiene parcialmente vencedores. Hoy caminamos las calles con barbijos, algunos con diseños de la remera que no volveremos a usar. Vivimos más pendientes de nuestras manos y comenzamos a sensibilizarnos con esos abrazos que intentan extenderse desde la pantalla de un celular. Estamos agobiados por la plata que no alcanza y el temor a no poder calcular cuándo todo acabará. Tantas semanas en casa nos hizo crecer el pelo y la panza. Recargamos hasta seis veces el celular y nos preguntamos cómo pudimos olvidarnos de las fracciones en el cuaderno de tareas de los chicos. Otros son menos afortunados. Con pandemia o sin ella, la vida se ensaña siempre con sus pobrezas y carencias. Los soñadores creen que de todo esto saldrá un mundo mejor y los escépticos advierten que no todos pierden, aún con el virus agazapado para volver a atacar. Al menos por hoy, quiero estar del lado de las utopías. Creer que hemos aprendido a cuidarnos y que es valioso compartir el aplauso por los que abandonan las clínicas. Darnos una tregua emocional y recordar que pudimos actuar a tiempo, para lograr coincidir en un esfuerzo colectivo que pudiera evitar el contagio de muchos. Todavía quedan demasiados días por sortear pero los que pasamos no han sido en vano. Ojalá nos encontremos en ese aplauso final.