Este no será un 24 más

(*) Por Silvina Berti, hermana de Carlos, desaparecido durante la última Dictadura

Este no será un 24 más. Asediados por el coronavirus, encerrados en nuestras casas, familiares, organismos de derechos humanos, militancia política y una juventud cada vez más comprometida con la verdad y la justicia no recorreremos las calles argentinas. Esta vez lo haremos desde estas nuevas calles virtuales, nuestros muros, nuestros dispositivos, con la misma convicción de siempre y con la fortaleza que nos ha caracterizado en esta horrenda y cruel historia que desató el golpe genocida el 24 de marzo de 1976.

En memoria de mi hermano Carlos Guillermo Berti Domínguez – desaparecido en Buenos Aires el 11 de abril de 1977 – comparto estas palabras que escribí hace algún tiempo.
A 44 años del golpe, 30 mil compañeros detenidos-desaparecidos, ¡Presentes! Ahora ¡y siempre!
Un caluroso 22 de febrero del ‘55 nació Carlos, era el 5to hijo; yo llegué tres años más tarde. Cada verano, cuando camino por la plaza del centro, debajo de los tilos, cierro los ojos y nos veo a todos correteando por ahí, jugando a las escondidas, a la mancha, tomando helado, y llenando los pomos para jugar al carnaval. Vivíamos en pleno centro, pero la ciudad tenía otro ritmo. Íbamos al colegio Manuel Belgrano, a la tarde. Después del almuerzo temprano caminábamos juntos, guardapolvo blanco y cartera revoloteando. El secundario fue en el Nacional. Carlos era inteligente y no lo digo porque ya no esté; es que simplemente lo era. Y además era solidario, al punto que cuando terminó 5to y se hizo la –al menos en aquella época- tradicional pintada del patio, al lado del nombre de quienes terminaban iba el apodo… y durante algún tiempo quedó grabado en la pared “Carlos Berti, Salvatore”. No sabría decir cuándo Carlos se empezó a interesar por la política, aunque no fue raro, porque los almuerzos familiares eran momento de discusión permanente acerca de lo que ocurría en el país y en el mundo, papá de un lado, mis hermanos del otro y yo un poco más al margen, más espectadora debido a mi edad. Todos los días, cuando volvíamos del colegio, Carlos iba directo para la fábrica de mosaicos que tenía mi familia y se pasaba horas conversando con Villagra, el “capataz”, su entrañable amigo, quien hasta el fin de su vida lo recordaría con afecto y una humedad en sus ojos que pudorosamente secaba con su pañuelo como si le molestara el polvillo del cemento. Después fue Córdoba (el IMAF, hoy FAMAF), donde además de ser un excelente alumno, comenzó su militancia más seria. Apenas comenzado el golpe, la casa en que vivía fue allanada y entre techos y paredones, Carlos y un compañero lograron escapar, mientras José (Villegas) y un nene de apenas 14 años (José Osatinsky) fueron asesinados. Perseguido y en la clandestinidad, abandonó Córdoba y partió a Buenos Aires, donde conoció a la que fuera su única novia, también militante en huída y a quien apodaban: la abuela. Se dice que en algún momento de intimidad se lo escuchó decir: “es tonto el hombre cuando se enamora”. El 11 de abril de 1977 Carlos salió para una segunda “cita”; la primera había fallado y todo indicaba que su contacto había caído. Quienes estaban cerca intentaron disuadirlo, le dijeron que no fuera, le advirtieron del peligro, pero era una cita, y había que acudir… Nunca volvió, ni tampoco fue visto en ningún centro clandestino de detención. Carlos desapareció.
La dictadura apeló a una de las figuras más perversas, esquivas y si se quiere, cobardes, la figura del desaparecido, negando la existencia tanto a las víctimas como a sus familias y a la sociedad. Borra a la persona, corta sus lazos, decreta su ausencia al mismo tiempo que lo niega. Y ahora corrijo. Intenta borrar, intenta cortar, intenta decretar y no lo logra. Por eso sigo compartiendo su historia, por eso hoy –una vez más- trato de rescatarlo de las garras que se lo llevaron. Por eso hoy Carlos deja de ser desaparecido para volver a ser persona. El es el hijo de mi madre y de mi padre, es mi hermano, es hermano de mis hermanos y novio de su novia, es el tío siempre ausente y muy presente de mis hijos. Carlos es presencia. Es alto y flaco, tiene unos hermosos ojos claros y cicatrices del acné. Su pelo es enrulado y sus piernas largas. Tiene dedos de pianista aunque nunca haya aprendido a tocar. Carlos siempre tiene 22 años porque la dictadura le prohibió envejecer.
A 44 años del golpe, 30 mil desaparecidos, presente! Ahora y siempre!
Ni olvido ni perdón. Juicio y castigo a los culpables.
Silvina Berti